El ministro de Cultura, Freddy Ñáñez, escribe en su columna semanal en CiudadCCS sobre el interés de la derecha mundial en formar una población poco interesada o incluso decepcionada de la política, “una sociedad temerosa, fetichista, acomplejada, mal formada y en contraste saturada de información”, ello como producto de cambios en el sistema educativo, del aniquilamiento de la insurgencia y de la las distracciones procedentes de Hollywood y su industria cultural. Alerta sobre los peligros dela pseudopolítica.
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La fórmula de la democracia liberal fue, desde sus inicios: la pacificación, la universalidad cultural y el consenso. Eufemismos que sirvieron en Venezuela para encubrir la brutal persecución policial –contra la guerrilla y cualquier factor opuesto–, el efectivo proceso de despersonalización social mediante la penetración de la industria cultural, amén del empobrecimiento del sistema educativo y el fortalecimiento de la opinión como rector de la conciencia pública. Mientras la Policía aniquilaba ejemplarmente a los factores subversivos dejando un cementerio en cada operación y un terror generalizado capaz de paralizar cualquier descontento gremial o individual, Hollywood, las telenovelas y la música Pop distraían a las masas con una estética diseñada para modificar conductas y deseos. Por su parte, la educación cada vez menos densa y rigurosa, se encargaba de horadar el significado de nuestro nacionalismo histórico dejando las puertas abiertas a una inducida vergüenza criolla. Si algo fallaba, la prensa se encargaba de regularlo: el descontento popular era representado por intelectuales, tecnócratas, periodistas –imagen de la conciencia crítica– con tibios comentarios que llenaban el lugar de la disidencia. Si esto funcionó, al punto cabe preguntar: ¿es posible la despolitización absoluta de la vida? De antemano decimos que no pero espeluzna cuán lejos van sus programas. Si vemos el resultado general: una sociedad temerosa, fetichista, acomplejada, mal formada y en contraste saturada de información. Un sujeto que antes de actuar duda y ante la incertidumbre evade y, llegado el momento de pensar, consultaría antes con los especialistas, se buscaría dentro de los límites del consenso aunque quede fuera de sí mismo, etc. Nos alarmamos con razón. ¿No son éstas las características de una sociedad desmovilizada y sin voluntad? Tal ha sido el plan y muchas de las condiciones descritas, efectivamente, se manifiestan como rasgos dominantes del carácter nacional, si sólo miramos fragmentos de nuestra historia reciente. Sin embargo, la operación moderna no pasa por una castración de la capacidad política –lo cual generaría tarde o temprano una política de emancipación– sino por su simulación fáctica.
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En las llamadas capas medias de la clase trabajadora se concentra un conjunto de elementos constitutivos de una subjetividad, y aunque en un sentido filosófico no se trate sino de una pseudopolítica, un falsificación del ser político y en el mejor de los casos su atrofia, existe en una forma muy eficaz. La pseudopolítica, bien lo sabemos, se fundamenta en el consenso de lo real y lo posible, ese es su sitio y su espacio-mundo. Tal subjetividad no concibe La Política como un acto de invención o creación sino de repetición pragmática y dominio sobre lo que hay. La objetividad le norma y de allí que su práctica sea una acción serial sin ideas, una gestión limitada que, merced de la necesidad, prescinde de todo principio, de la noción de justicia y del pensamiento. Todo lo que prescriba más allá de esa realidad es condenado a la locura, la cárcel o la utopía.
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La peor cara de la despolitización es la pseudopolítica y ante su avance debemos crear nuestros propios referentes: no le corresponde a la política, en su sentido fuerte, supeditarse a una prueba de realidad porque precisamente su razón de ser es cambiarla, reinventarla, superarla. Como en el 68 nuestra proclama es por lo imposible, lo inédito, lo inconmensurable…
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