Postdemocracia (1), por Freddy Ñáñez

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FreddyArtículo de opinión de Freddy Ñáñez, ministro del Poder Popular para la Cultura, tomado de su blog luchaalmada.blogspot.com. ” ¿Qué otra cosa es la tecnoburocracia sino un mundo gobernado por administraciones, legislaciones y sus dinámicas fácticas? Autoridades despóticas que se imponen sin develar sus rostros ni sus intereses. Esta suerte de opresión del orden virtualizado no es una pesadilla kafkiana, es, por desgracia, el modelo dominante que Chantal Mouffe denomina postpolítica”, explica en parte.


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Si hoy resulta difícil definir el concepto de democracia es porque sobre ésta se vienen dando batallas interesantes que la resignifican y abren a nuevas interpretaciones. Modelos y categorías que antes se habían desdibujado en su interior, como el de derecha e izquierda, por ejemplo, hoy se disputan su hegemonía. En el siglo XIX la articulación entre liberales y demócratas, a decir de Macpherson, liberalizó la democracia y democratizó el liberalismo dejando afuera del programa el ideal de justicia, trastocando su devenir. A mitad del XX con el triunfo de la llamada “Tercera vía” en los países europeos, quedó reinando la palabra como una acepción técnica: más referida a la gerencia pública de la ley, que a su origen político -determinado por la existencia de un sujeto y una idea de mundo. El krátos sin el demos es un cascarón vacío. De hecho, esta ideología centrista, animada por la fantasía del consenso y la moderación de los “extremos” –léase comunismo versus capitalismo- donde todos somos clase media, neutros; comprometió una condición esencial de la democracia y con ello su real efectividad. ¿Cuál es esta condición imprescindible? La existencia, precisamente, de la confrontación de los opuestos. La tercera vía enterró el espíritu democrático.

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Con lo anterior, y ante cualquier relativismo, queremos volver a una verdad radical: sólo quien participa del conflicto acepta la democracia. Como lucha, como tensión y como afirmación de una esencia múltiple en inevitable contradicción, es posible la democracia. No se trata sin embargo de una súpervalorización del disenso sino de elaborar, a partir de él, lo nuevo del mundo. La democracia es necesariamente angustiante y trágica por eso: porque nos hace responsables del devenir común y nos exige, en consecuencia, una identificación colectiva. De allí lo difícil de su realización: toda decisión se experimenta desde la fidelidad a un proyecto. El incipiente siglo está inspirado en experiencias democráticas que no sólo cuestionan los sofismas de la tercera vía, relacionados con la superación de las pugnas partidistas y las luchas ideológicas; además ha hecho un trabajo semántico que propone nuevos principios para la realización democrática como el protagonismo popular frente a la representación elitesca, el desplazamiento del Estado como centro de la política y del gobierno, hacia otros espacios de planificación y ejercicio del poder y las cuestiones públicas y la reincorporación del ideal de justicia. A más de tres lustros de avances y asedios, Suramérica alumbra una idea política a partir del reconocimiento del conflicto social, étnico, de rasgos históricos; renovadora para el sentido de la democracia.

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La utopía de los consensos puede ser compatible con todo menos con la democracia. Quien niega los antagonismos niega las diferencias. Sin ellas no hay posibilidad de decidir. Sin decisión no hay política y sin ésta sólo es viable el totalitarismo. ¿Qué otra cosa es la tecnoburocracia sino un mundo gobernado por administraciones, legislaciones y sus dinámicas fácticas? Autoridades despóticas que se imponen sin develar sus rostros ni sus intereses. Esta suerte de opresión del orden virtualizado no es una pesadilla kafkiana, es, por desgracia, el modelo dominante que Chantal Mouffe denomina postpolítica. En la próxima entrega intentaremos demostrar cómo trabaja la derecha venezolana para la restauración del neoliberalismo o cómo preparan un consenso para decretar el fin de la democracia.

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