Eduardo Lalo, nacido en Cuba en 1960 y residenciado en Puerto Rico desde pequeño, es un narrador y ensayista que se ha dedicado a publicar artículos de crítica literaria en revistas puertorriqueñas. Algunas de sus obras combinan el ensayo y la ficción: En el Burger King de la calle San Francisco (1986), Libro de textos, dos monólogos, catorce relatos y varios poemas (1992), Los pies de San Juan, ensayo fotográfico (2002), La inutilidad (2004), Dónde (2005), Los países invisibles (2008) y El deseo del lápiz: castigo, urbanismo, escritura, ensayo (2010). También ha dirigido dos mediometrajes: Dónde y La ciudad perdida. El escritor puertorriqueño asistió el pasado mes de marzo a la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven) 2015, donde Puerto Rico fue el país invitado. En medio de la celebración, Lalo, quien en el año 2013 obtuvo el Premio Rómulo Gallegos con su novela Simone, aprovechó para opinar sobre el difícil oficio de escritor y sobre la Filven, como principal promotora del libro y de la lectura en Venezuela.
Texto: Prensa Cenal
¿Cuál ha sido tu apreciación de la Filven como fenómeno cultural?
Éstos son magníficos esfuerzos, el hecho de que haya música, teatro, libros y gente por allí, que aunque no estén viendo libros, estén un domingo por la calle paseando, eso es vida. Específicamente, en términos de lo literario, para nosotros es un gusto y un reconocimiento importante que hayan invitado a Puerto Rico. Aquí hay un proyecto de hacer el libro accesible a la gente, y es extraordinario lo baratos que son los libros.
¿Cómo han sido los cambios en su quehacer como escritor antes del Premio Rómulo Gallegos y después de éste? ¿Marcó algo?
Mira, yo quisiera ser y creo que soy la misma persona. Siempre fui muy por mi vía, a mi aire, y sigo siendo. Pero, evidentemente, esto me pone bajo un foco, hasta cierto punto. Y sí, ha habido una presencia pública de mi parte muchísimo mayor; yo también me he propuesto desde siempre, pero más un después del Premio, no decir cualquier tontería, decir palabras que tengan algún sentido, palabras densas, llenas. Así las llamaría.
Eso ha hecho que me haya expresado en muchos asuntos en Puerto Rico y fuera de Puerto Rico, y que haya habido reacción, que haya habido cierto impacto. La notoriedad es una responsabilidad, porque de pronto todas las palabras se las lleva el viento, pero hay menos brisa, digamos, cuando hay cierta autoridad; el que escucha te da cierta autoridad, y eso es lo que ha pasado, es agotador.
La gente piensa que uno está en condiciones a veces óptimas. Llegas a un sitio, estás en sitios que no son muy adecuados, son “viajes secuestro”, hay alguien que te espera en el aeropuerto, te lleva al hotel; al día siguiente esto, lo otro, y días después te llevan de regreso al aeropuerto; llegas a tu casa donde te espera todo lo que no hiciste y tienes que prepararte de allí a diez días a salir de nuevo.
Por ejemplo, de aquí a dos semanas tengo que estar en Siracuse, Estados Unidos, montando una exposición en la galería de la universidad. Allí habrá fotografías, dibujos y video de mi autoría, pues soy también artista plástico; y muchos de mis libros, tres por ejemplo, son sobre fotografía, ensayo fotográfico combinado con ensayo literario. No ensayo académico, ensayo libre. Ésos son los que ahora están agotados y próximamente se irán republicando.
Luego debo ir al Congreso de Escritores del Caribe, porque uno de mis libros está nominado allí, en Guadalupe. Y en teoría, en menos de un mes después debo volver aquí a Venezuela para el Premio Rómulo Gallegos. Aparte de todo eso, uno sigue siendo padre. Bueno, de mi familia, mi madre tiene 92 años y vive sola; tiene alguien que la ayuda, pero que igual debo estar pendiente. Mi esposa cuando puede me acompaña.
¿Qué te motivó a escribir?
Muy difícil decir eso, encontrarlo. Lo que te diría es que uno escribe, los escritores que escriben no por ser famosos o por figurar, escriben porque les falta algo, como a todos los seres humanos. Hay una insatisfacción, un dolor fundamental que es de acuerdo a cada vida, pueden ser las cosas más diversas del mundo.
No es tan fácil de identificar, pero sí creo que sentir una diferencia, una distancia. Yo creo que nunca me he sentido plenamente integrado a nada. En cierta medida hay una distancia que a veces es buena, porque te permite mirar de otra manera, pero también es dolorosa porque no estás plenamente fundido a una comunidad, una relación, a un mundo, a un país.
¿Qué te llevó a escribir Simone?
Mira, yo trabajo desde la improvisación, en el sentido casi musical. Yo no digo: “Voy a hacer una novela”, y de aquí va a salir un plan. Toda la primera parte de Simone, yo como escritor no sabía quién estaba del otro lado de los mensajes, yo estaba en la misma situación del narrador. Estaba improvisando, si hay algo que me llama la atención ya yo sé identificar cuándo hay texto. Después de cierto número de páginas, ponle una quincena de páginas, ya yo sé más o menos que va a ser, un ensayo, una novela y así. Con Simone pasó eso, me di cuenta que era una novela.
Y voy por ahí, de pronto hay alguien que empieza a recibir mensajes, pero yo en ese momento no sé si va a ser una mujer, si va a ser un hombre, ni mucho menos si es una china, si es una lesbiana, todo eso va surgiendo orgánicamente.
La historia no es como así que me lo da, pero va apareciendo. Yo me acuerdo un momento donde evidentemente el personaje tenía que ser lesbiana, no porque haya una razón, sino porque de pronto encajaba, no de manera racional en eso. Claro, luego hay un retrabajo que es el más costoso de rescritura, de edición, de eliminación, para que eso funcione, literariamente.
¿Tenías alguna perspectiva sobre la influencia de Simone sobre el lector? ¿Algún mensaje?
No hay mensaje, el texto literario no es como enviar una carta. Lo que sí es que yo conozco más o menos la tradición literaria no sólo latinoamericana, sino de muchas otras literaturas novelísticas digamos, y es con eso con lo que estoy dialogando. Estoy tratando de hacer un texto que dentro de esa tradición pueda sostenerse.
Transmitir la historia, la desolación de sus personajes, la ciudad, esa ciudad puertorriqueña, ese sabor de San Juan, que ha sido mi ciudad de toda la vida, que me interesaba explorar; es dolorosa, pero querida.
¿Cómo se ha visto afectado el proceso creativo luego del Premio? ¿Cómo has lidiado con la presión de cubrir las expectativas de un público que ya conoce parte de tu obra?
Pues, mira, a raíz del Premio me llamaron varios agentes principales, a todos los rechacé. A mí no me interesa eso, yo no me considero un escritor profesional, yo escribo todo el tiempo, pero no me interesa ser un escritor profesional. Es decir, no me interesa escribir la novela del año cada dos años, no sé ni si quiera si voy a escribir otra novela porque no me interesa mucho el género. Hay cierta ironía que me concedan un premio de novela cuando no es lo que más me gusta hacer.
Quiero libertad, un agente lo que haría es que me diría que tengo que producir un texto de aquí a tanto tiempo. Quiero hacer lo que me salga, y si funciona, bien; y si no, también. Ésa es la cuestión.
¿Cómo compaginas la plástica con la escritura?
Son dos canales y como algunos de mis libros ya han sido tanto visuales como literarios, pues, ya es algo que me es común. Por ejemplo, esta exposición que realizaré está compuesta por 79 dibujos a tinta china, con pincel japonés. Para mí, el dibujo ya es una forma de escritura, así como la escritura es una forma de dibujo. Mis libretas, el origen de todo, es el cuaderno, en mi libreta hay lo mismo, igual que dibujos, textos o ambos.