Entrevista a Reinaldo Iturriza en el portal Notas.org.ar. El 2 de septiembre, en el marco del “Sacudón” anunciado por el presidente Nicolás Maduro, una nueva tarea le fue asignada: el Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Ya al frente de sus nuevas responsabilidades, en un momento que denomina como de “construcción del mapa de posibilidades”, Iturriza reflexiona sobre algunos de los nuevos desafíos que se abren: las claves de una gestión del Estado que busque aportar al horizonte socialista, los puentes entre el proceso comunal y la cultura, algunos de los aportes necesarios de los artistas, cultores, intelectuales. Todo, dentro de una de las grandes tareas de esta etapa de la revolución: la construcción de una hegemonía popular y democrática.
Texto: Notas.org.ar (Marco Teruggi desde Caracas)
– ¿Qué balance hacés luego de tu paso al frente del Ministerio para las Comunas y Movimientos Sociales, sobre qué se debe hacer desde una institución estatal para aportar al proceso revolucionario?
Una de las cosas fundamentales es el aprendizaje sobre el tema de la gestión. Hay quienes nos entrampamos muchas veces en esa cuestión: comenzamos a superponer la gestión por sobre la política y estamos permanentemente frente a la tentación de defender una gestión, una institucionalidad, frente al cuestionamiento popular, casi siempre muy muy legítimo.
Creo que la manera de desentramparse es entender siempre, y procurar actuar en consecuencia, que uno no está adelantando una gestión, uno tiene la responsabilidad de empujar una política y eso que parece un juego de palabras tiene implicaciones muy serias. Porque cuando se pone la política por delante de la gestión, se va a procurar poner siempre la institucionalidad al servicio del pueblo organizado, en general. Entonces la manera en cómo se mide el éxito o el fracaso de lo que se está haciendo, es viendo en qué medida se ha reducido esa distancia. Pasa a importar muy poco aparentar que se está gobernando y uno se compromete a gobernar, o mejor dicho, a crear las condiciones para que el pueblo organizado sea el que gobierne.
La cuestión es hacer ese ejercicio en todas partes. Por ejemplo, en la última actividad en la que participé como Ministro de Comunas, promovimos la idea del órgano comunal en materia de vivienda, o sea de cómo poner la institucionalidad al servicio de que el pueblo organizado participe directamente de la planificación y sea el principal ejecutor. Eso podrá ser muy obvio, pero la Gran Misión Vivienda Venezuela tiene tres años y es ahora que lo estamos haciendo.
Y en la sesión del Consejo Presidencial de Gobierno Popular con las Comunas, el presidente aprobó la necesidad de que las comunas tengan presencia en los órganos estaduales de vivienda. Eso, si se lleva bien, si no convertimos la vocería en las peores formas de representación, eso tiene un potencial revolucionario muy importante. Eso es posible porque uno puso la política por encima de la gestión, porque no me interesa decir que construí 600 mil casas, me interesa que el pueblo organizado las construya. Y no es posible que alcancemos esa meta si ese pueblo no participa de la planificación. Es absolutamente posible y necesario. Eso es lo que distingue una política revolucionaria de cualquier otra política.
– ¿Qué puentes ves entre el proceso de organización comunal y esta nueva tarea al frente del Ministerio para la Cultura?
– El comandante Chávez en su Golpe de Timón, siempre es bueno comenzar por ahí, hablaba, con respecto al tema comunal, sobre la hegemonía popular y democrática. Hacía énfasis en la necesidad de construirla, de convencer y no simplemente ser mayoría. Ya lo sabemos, si no existe eso que el comandante llamaba “espíritu de la comuna”, que es un poco lo que antes se llamaba la “conciencia de clase”, tener esa conciencia; sin ella no se puede existir una revolución. Se pueden tener los medios a disposición pero reproducir la misma lógica del sistema que se pretende combatir.
El comandante se lo planteaba de manera permanente así, eso que él llamaba “refundar la República”, fundamentalmente en los dos primeros años de la revolución. Luego vino un período de un esfuerzo por saldar la deuda social, que fue la marca distintiva, y creó las Misiones, que fueron intentos por refundar ya no el modelo político, las reglas del juego político, sino la institucionalidad, el Estado. No hay otra manera, hablando en sus términos, de restituirle los poderes al pueblo, fundamentalmente los derechos económicos, sociales y culturales. Una revolución que se conforma con ganar elecciones y no acometer a esa tarea fundamental, es un régimen más o menos socialdemócrata, progresista, pero hasta ahí. Y Chávez estaba totalmente convencido de que nada de eso era concebible si no existía el espíritu que alentara esas luchas y, en el caso concreto de la comuna, si no existía el espíritu que alentara la construcción de otra cosa distinta, del futuro, de una nueva sociedad.
Construir hegemonía, visibilizar y alentar ese espíritu, es entones una de las tareas fundamentales del Ministerio de la Cultura. Esto es algo de lo que habíamos conversado con alguna frecuencia con Fidel Barbarito, antiguo ministro para la Cultura: la necesidad de vincular orgánicamente las políticas que estábamos impulsando ambos. La manera más fácil que se nos ocurría era acompañar el proceso de creación de Comités de Cultura en los consejos comunales y en las comunas. Porque cada vez que uno se despliega en el territorio se consigue con mucha frecuencia al pueblo organizado y, permanentemente, con expresiones artísticas, culturales, de diversa índole.
Pero lo cultural no puede ser reducido a eso. Una de las tareas fundamentales es reconstruir el profundo proceso de transformaciones en el plano de la cultural política que se produjo en Venezuela. Este pueblo cambió radicalmente. El comandante lo contaba: estamos en diciembre del 2002, en pleno paro y sabotaje, está casi paralizada la economía, el pueblo no tiene alimentos, cerveza, beisbol, es una sociedad a la que le quitan de un día a otro todo lo que hace su cotidianeidad, además en diciembre, en las fiestas ¿qué está pasando por la cabeza de un pueblo para resistir eso? No podemos darnos el lujo de banalizar de lo que el pueblo fue capaz. Hay una narrativa que tenemos que construir.
Pero las construcciones hegemónicas se pueden deconstruir perfectamente. Nada es irreversible en la historia. Por eso no podemos conformarnos con ser mayoría simplemente, porque corremos el riesgo de que identifiquen nuestras debilidades, se conecten con los malestares populares, comiencen a hablar parecido a nosotros. Y no es que engañen a la gente, sino que eventualmente, parte de la población, molesta por lo que considera que son errores nuestros, comience a encontrar en otros actores parte de lo que consiguió en Chávez.
Entonces, cultivar ese espíritu y construir hegemonía popular y democrática, que son dos cuestiones que planteaba el comandante en su Golpe de Timón, traza una clara línea de continuidad entre el trabajo que intentábamos hacer en el Ministerio de Comunas y tenemos que hacer ahora en el Ministerio de Cultura.
– ¿Cuáles son los roles posibles de los artistas, cultores, intelectuales, en este contexto?
– Lo que me parece importante es que reconozcamos que una revolución la hace gente con consciencia. Y no es que nosotros ya la hicimos, precisamente todo lo contrario: la revolución es algo que se hace permanentemente, la construcción hegemónica es una tarea de todos los días y está permanentemente amenazada. En ese sentido, todo lo que son nuestros cultores, artistas, intelectuales, todos los que están directamente involucrados con el mundo de las artes, de la cultura popular, de la creación de la otra cultura, de bienes culturales, deben tener un protagonismo indudablemente.
Y se trata de que el sujeto cultor, intelectual, sea cual sea el sujeto en cuestión, se plantee sus problemas inherentes, pero siempre también la cuestión de cómo construir hegemonía. Evitar a toda costa demandas y ejercicios autorreferenciales. No es solamente dignificar las condiciones de vida del cultor, que por supuesto hay que hacerlo, sino que se incorpore a la tarea de construcción de hegemonía. Y tratándose de las personas que tienen que ver directamente con la construcción de valores, de sentidos, estamos hablando de un campo privilegiado y determinante.