Este 2 de febrero se cumplen 12 años desde que Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999, con un gigantesco apoyo popular que se mantiene gracias a las acciones de su gobierno, y a la conciencia de su pueblo. En aquel momento, solo una cosa estaba clara en Venezuela: La vieja institucionalidad había comenzado a caer. Lo nuevo estaba por verse.
Autor: Modesto Emilio Guerrero
Publicado originalmente en Aporrea.org.
No solo por lo conseguido en las conquistas abarcadoras que modificaron los órdenes fundamentales de su vida social, también por sus efectos y afectos logrados a nivel de América Latina y más allá. Son dos dimensiones distintas pero inseparables de un mismo proceso. Desde la revolución cubana, no había surgido un movimiento socialista y un líder que trascendiera las fronteras nacionales. El chavismo, o bolivarianismo, es eso.
Justamente, el grado de las transformaciones logradas y los avances realizados, imponen la responsabilidad de pensar sobre estos doce años de gobierno bolivariano, en términos intensivos, hacia adentro, y extensivos, hacia afuera. Ese es su mérito, pero también su dilema histórico.
Cuando Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999, solo una cosa estaba clara en Venezuela. La vieja institucionalidad había comenzado a caer. Lo nuevo estaba por verse.
Todo comenzó diez años antes, en otro febrero memorable, el fundacional del Caracazo, en 1989. Aquella rebelión popular cruzó como un rayo fulminante la vida social, estatal y subjetiva del país. De todas sus clases, instituciones y sectores. Una de ellas, las Fuerzas Armadas, última frontera de la estabilidad burguesa, estalló en otro febrero, el de 1992. Fue la insurrección de más de 1500 militares bolivarianos que pugnaban por un cambio de fondo.
Una década más tarde, luego de incesantes luchas y enfrentamientos al poder, los trabajadores, los pobres y una parte de la clase media, forjaron con el voto masivo y rebelde, un régimen político que reconocían como “nuestro”, por primera vez desde 1958. Así tenemos tres fechas clave en la memoria política y cultural venezolana: 1989, 1992, 1999.
Las dos herramientas producidas por esa corta y creativa historia fue el chavismo, un movimiento político y social nuevo, reflejo de un cambio en la relación de fuerzas entre las clases. Y el hombre que le dió su nombre, Hugo Chávez, la expresión personal más compleja, fulgurante e intempestiva del suceso histórico latinoamericano desde 1959. Las masas trabajadoras, en el punto culminante de su angustia social sin salida política, escogieron a Chávez como el Líder y al movimiento como la manifestación corporal de sus profundas esperanzas. Allí nació lo nuevo, todo lo nuevo que ha ocurrido en Venezuela desde hace doce años, y base de buena parte de los cambios que vivimos en América latina.
Nada se puede comprender de los últimos años de este continente sin la “revolución bolivriana”. Pero ella, sólo es comprensible –fuera de la magia o del parroquialismo más pueril– como una parte, la que más pudo desarrollarse, de las rebeliones y transformaciones vividas en México, Ecuador, Bolivia, Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil. La construcción de la nueva Bolivia revolucionaria, con Evo Morales al frente, y de Ecuador, sobre todo con Correa, confirman y conforman que la “revolución bolivariana” no es un hecho aislado, tampoco un privilegio petrolero, y menos, la obra de un hombre.
Ni la nueva relación de independencia política respecto de Estados Unidos –más profunda en Bolivia, Venezuela y Ecuador, más relativa en otros casos–; ni el peso que adquirieron como Estados-nación en el escenario hemisférico; ni el desarrollo social y cultural adquirido en estos países, saludados hasta por las Naciones Unidas y el Coeficiente de Gini, por su nuevo desarrollo humano; ni la maravilla que significa contar con el ALBA, quizá el más viejo y trascendente sueño latinoamericano común; incluso, contar con mecanismos diplomáticos de contención como UNASUR, o estructuras de solidaridad energética como PetroCaribe, o financieras como BanSur, o mediáticas como Telesur, o lo mejor: la próxima Asociación de Países Latinoamericanos y del Caribe. Nada, absolutamente nada de eso, hubiera sido posible sin lo que abrieron para el continente las rebeliones de los últimos 15 años. El gobierno bolivariano es un punto fundacional y pilar en esos desarrollos.
Sin ese cambio “de ciclo civilizatorio”, para decirlo en la buena expresión teórica del boliviano René Zavaleta, no tendrían explicaciones racionales dos asuntos.
El primero, la feroz guerra permanente de Estados Unidos, el Estado Español y otros imperios, junto a sus adláteres burgueses latinoamericanos, para frenar, deformar, desplazar, debilitar, degenerar o extirpar, si fuera posible, del continente, “malos ejemplos” para el vecindario, como los gobiernos bolivariano, boliviano o ecuatoriano.
El segundo asunto, es su contracara dialéctica. Estos tres gobiernos, incluso los más moderados que los acompañan, viven bajo el constante dilema de ser o perecer, continuar o desparecer. Ese dilema es la suma de varios dilemas internos e internacionales, que a su vez contienen los problemas, contradicciones y límites que arrastran estos gobiernos.
Es una disputa marcada a fuego. Todo retroceso o límite nuestro será, objetivamente, una brecha de avance para nuestros enemigos. O avanzamos potenciando nuestras revoluciones, o ellos avanzarán con sus contrarrevoluciones. Honduras y Ecuador titilan como advertencias.
Son esos dilemas los que le confieren relevancia existencial histórica, al grado de sustentabilidad de los gobiernos antiimperialistas de América latina. En ese punto del proceso, 12 años son mucho y son nada al mismo tiempo. Precisamente porque no se trata de un tango, sino de la incompatibilidad absoluta entre dos sistemas opuestos: de gobierno, de democracia, de nacionalismo, de economía, de integración, de cultura social, de derechos humanos y de sistema interenacional de Estados.
El promedio histórico de duración de regímenes similares al de Chávez o Evo, fue de casi 5 años durante el siglo XX. Que la revolución bolivariana haya alcanzado sus doce años, es un aliento clave, pero no una cifra zodiacal.
Duplicarla o llegar al medio siglo como logró Cuba, exige la superación de sí misma en las próximas pruebas. Las elecciones de 2012 (otro “12” en el camino) es la siguiente. La otra prueba se resuelve en América latina, y a esa escala, 12 años es poco.
Me encanta todo lo que hable de mi comandante, pues como ésta Revolución no hay otra…