Para el pueblo chavista la política es una práctica entre iguales. Es el espacio en que es posible plantear y resolver problemas comunes de manera colectiva. El hecho de que sea un espacio para el común no implica, de manera alguna, la desaparición del liderazgo: el chavismo, antes bien, se replanteará a fondo el concepto de liderazgo. Desde entonces, la demagogia, las prácticas clientelares, y en general la “diatriba” entre políticos, producirán el rechazo manifiesto de la bases del chavismo. La figura tristemente célebre del “representante”, que hiciera profesión de “la indignidad de hablar por los otros”, como dijera Foucault, verá reducida su capacidad de maniobra de manera drástica.
El reconocimiento de este acontecimiento, la profunda transformación en la cultura política que implica este replanteamiento del liderazgo político, es garantía de continuidad del proceso bolivariano.
Además, el chavismo tuvo el mérito de plantearse los problemas fundamentales de la sociedad venezolana, que es decir, prácticamente, los problemas de nuestra civilización. Por eso fue tan decididamente anti-oligárquico desde sus inicios, y por la misma razón desarrolló, años después, una fuerte voluntad anti-capitalista. De los acentos puestos en cada momento histórico depende la potencia del chavismo.
En el actual momento histórico, el chavismo libra una batalla que, eventualmente, le permitirá dar continuidad al “legado de Chávez”. Con legado nos referimos aquí, fundamentalmente, a su legado inmaterial: a su ideario, a su carácter de estratega y a su condición de subversivo, más que a su obra como Presidente. La vitalidad del chavismo dependerá en buena medida de su capacidad para contrarrestar las tendencias a petrificar la figura del comandante Chávez, endiosándolo o reduciéndolo a la figura de caudillo popular o simple benefactor.
Se trata de una batalla que libra principalmente: contra lo viejo que aún perdura entre la nueva clase política; contra la “nueva clase” o los nuevos ricos, que emergieron a partir de su relación privilegiada con el funcionariado corrompido, verdaderas mafias que, a decir del Presidente Maduro, lograron “perforar” la institucionalidad bolivariana; y contra los enemigos jurados de la revolución bolivariana, que se valen de unos y otros actores, de sus miserias, para intrigar, y para inducir la desmoralización de las bases revolucionarias.
Si la anterior batalla se libra en el campo de la revolución política, en el campo económico tiene lugar, sin duda alguna, la contienda central. Es en este campo donde se concentran las mayores presiones, siendo una de ellas, por cierto, la que ejerce el pragmatismo, que reúne a un conjunto de fuerzas internas y externas, muchas veces difusas, no siempre fáciles de identificar, que reclaman posponer hasta nuevo aviso la aplicación de medidas revolucionarias, y que incluso consideran un error (perfectamente reversible, en aras de la estabilidad política) algunas medidas tomadas por el comandante Chávez: expropiación de empresas o recuperación de tierras ociosas, antes en manos de latifundistas, por ejemplo. El hecho de que nadie se atreva a condenarlas públicamente todavía, habla a las claras de su indiscutible legitimidad política.
Mientras tanto, sorteando los ataques sistemáticos a nuestra economía, lidiando con los efectos de una drástica merma presupuestaria como consecuencia del desplome del precio del petróleo, sufriendo las consecuencias de un sistema de distribución de bienes mayoritariamente en manos privadas, en medio de una verdadera guerra económica, el Presidente Maduro ha tenido el tino de mantener a raya al pragmatismo, renunciando a poner en cuestión la orientación estratégica de la revolución bolivariana, realineando fuerzas y preparando el terreno para la adopción de medidas de orientación popular y revolucionaria. Todo lo cual sin disminuir la inversión social, defendiendo el salario de la clase trabajadora, y haciendo todo lo posible por preservar la unidad de fuerzas a lo interno del chavismo, en momentos en que la claudicación llama a la puerta.
¿Qué clase de liderazgo es el que se yergue por encima de este lodazal histórico y se planta firme contra la claudicación? El liderazgo que resultó de aquel replanteo que está en el origen del chavismo.
Para perseverar, todo el chavismo habrá de volver sobre las circunstancias que le dieron origen. De hecho, y en tanto que no se trata de un fin en sí mismo, el chavismo sólo tendrá sentido históricamente si persevera como la política de los comunes: como ejercicio político que nos iguala, y nos pone en situación de plantear y resolver nuestros problemas. Caso contrario, a lo sumo habremos logrado imponer un cascarón vacío: habrá triunfado el autoengaño y nos habremos conformado con una caricatura de lo que fuimos.
Allí están Bogotá, Argentina. Escribía Gustavo Petro, después de la derrota, casi a manera de consuelo: “La izquierda en Bogotá recibió una ciudad con el 50% de su población en pobreza y hoy la entrega con el 9%, generó una nueva clase media”. Isabel Rauber le ripostaba: “¿Y la educación política?”.
¿Nuestra victoria radica en haber producido una nueva clase media? ¿Acaso es eso lo que significa perseverar?
Perseverar, me parece, dependerá de la forma como continuemos educándonos políticamente, para decirlo con Isabel Rauber. Volver, por ejemplo, sobre Alfredo Maneiro, que decía, por allá en 1982: “Porque la revolución no es sólo un bistec en cada mesa, ni mucho menos un televisor en cada cuarto y en absoluto un carro en cada puerta, la revolución es sobre todo un cambio en las relaciones humanas, un cambio en la forma de relacionarse los hombres entre sí y arreglar de una cierta manera sus relaciones con la naturaleza”.
Cuestiones a tomar en cuenta durante estos días, mientras hacemos campaña; mientras va tomando cuerpo esa maravillosa obra colectiva que es nuestra maquinaria popular; mientras preparamos esa gran celebración del espíritu que será nuestra victoria electoral del 6D.