Para hacer el retrato escrito de Muhammad Alí (antes Cassius Clay, nacido en Louisville, Kentucky, Estados Unidos, 1942) busqué a varios de los mejores periodistas expertos en boxeo que conozco. Esperaba hacer un perfil muy boxístico, pero resultó ser que todos esos especialistas coincidieron en señalar que este púgil ha sido una figura más importante fuera del ring que dentro de él. Y eso es bastante decir, pues en el ring fue un titán.
“Alí fue mucho, muchísimo más allá del boxeo”, enfatizó Simón Piña, una biblia viviente del deporte de los puños, capaz de recitar fechas de peleas, récords de boxeadores y hasta rounds en los que ocurrieron determinados nocauts desde los tiempos de Joe Louis hasta el sol de hoy. “Lo que él hizo como denunciante del racismo y de la guerra no lo ha hecho ningún otro boxeador; nadie de ese deporte ha tenido su influencia política y religiosa”.
Juan Cermeño, otro periodista con miles de rounds de experiencia, destacó que los dos golpes más duros que pegó Alí en su carrera no se los dio a sus rivales en el ensogado. “Se negó a combatir en Vietnam. Dijo que esa gente no le había hecho nada como para que él fuese a matarse con ellos. Y se cambió el nombre, alegando que Cassius Clay era el que le venía de los esclavistas que habían sido dueños de sus abuelos negros”.
Claro que, muchas veces, el genial gladiador se las arreglaba para que los golpes que daba a los otros peleadores fueran también trompadas ideológicas y sociales. Así lo recuerda otro grande del periodismo deportivo, Jesús Cova, quien para ello se remonta a la pelea con Ernie Terrel. La pega tuvo lugar en Nueva York el 6 de febrero de 1967. “El combate tuvo una duración de siete asaltos y terminó con una rotunda victoria de El Bocazas (uno de sus famosos apodos). No habría tenido ninguna trascendencia a no ser porque desde el inicio hasta el final Alí mortificó a Terrell: con cada golpe que conectaba le machacaba la pregunta: ‘¿Cuál es mi nombre, cómo me llamo?”.
Explica Cova que Terrel, en los días previos a la pelea, nunca dejó de llamarle Cassius Clay, su nombre de nacimiento, del que Alí había abjurado para tomar el de Muhammad Alí, “el amado de Dios”, en su nueva religión musulmana.
Según recuerda Cova, la actitud de Alí generó muchos abucheos del público y críticas periodísticas. Pero para él eso era parte de su faena, y fue algo que hizo en la mayoría de sus combates.
Insultar a los rivales fue una de sus marcas de fábrica. Cova recuerda que “a Sonny Liston lo llamó ‘Oso Feo’, y es un hecho absolutamente cierto que, poco antes de enfrentarlo por primera vez, colocó en el jardín de su casa una trampa para plantígrados. A Joe Frazier, con seguridad su más encarnizado rival, Alí lo tildó de feo, desabrido y estúpido, entre otras minucias. De Floyd Patterson decía que era un Tío Tom (prototipo del esclavo dócil, que no se rebela contra el amo), porque Paterson criticó su posición religiosa y sus críticas al establishment estadounidense”.
Estos jabs verbales comenzaban a llover sobre los adversarios desde que se anunciaba la pelea, se hacían más zahirientes durante el desarrollo del combate y seguían después, cuando el hombre se vanagloriaba de sus triunfos. Uno de los momentos legendarios de estos insultos en plena refriega se produjo en 1965, cuando Alí despachó a Sonny Liston en el primer round. Era una pelea de revancha, pues Alí le había arrebatado la corona a Liston el año anterior. La caída resultó sospechosa, pues nadie vio una conexión lo suficientemente fuerte como para noquear al exmonarca. Simón Piña dice que ese combate aparece en la lista de los más grandes tongos (peleas arregladas) de la historia. También ha sido calificado recientemente como “el nocaut más fotogénico”, pues es mítica la imagen de Liston en la lona y Alí retándolo a pararse y proseguir. “¡Levántate y pelea, cabrón!”, le gritaba.
El periodista y poeta Jimmy López se une al consenso sobre la importancia de Alí en el plano extraboxístico: “Tal vez la épica batalla legal que libró contra los cabecillas del imperio por negarse a participar en una guerra que no era la suya, ni la del pueblo estadounidense en general, haya sido la más importante de cualquier individualidad frente al gobierno gringo”, resumió.
Otro notable comunicador, que se reparte entre el boxeo y la política, Diógenes Carrillo, coincide con sus colegas en que la demostración de coraje más importante que dio Alí no fue boxística, aunque en ese campo dio muchas, sino “cuando anunció que no participaría en la invasión gringa a Vietnam, diciendo, palabra más o menos, que no tenía razones para agredir a un país que nada le había hecho y mucho menos en nombre de un gobierno que todos los días violaba los derechos humanos de sus hermanos de raza”.
Carrillo afirma que aquella declaración fue de un impacto universal tremendo, pero le costó carísimo, pues lo suspendieron por casi cuatro años, los cuales perdió en un momento clave de su carrera profesional.
Esa carrera había comenzado nada menos que con la medalla de oro de las Olimpíadas de Roma, en 1960, y había alcanzado el esplendor cuando se tituló campeón de peso Completo en 1964, ante Liston, con 22 años de edad.
Desde muy temprano adoptó la costumbre de pronosticar en qué round iba a acabar con su rival. Varias veces cumplió con su vaticinio y comenzó a adquirir fama de fanfarrón. En esa primera época llegaron a llamarle El Bocón de Louisville y luego Bocazas. Él, por su parte, decía de sí mismo cosas como “soy el más bello del mundo”, “soy el mejor”, y también adoptó el lema inventado (según explica Jesús Cova) por Drew “Bundini” Brown, uno de sus seconds: “Vuela como una mariposa y pica como una abeja”.
Algunas veces esos pronósticos estuvieron a punto de fracasar. Así pasó en febrero de 1962, cuando enfrentó a Lucien “Sonny” Banks, en su primera presentación en uno de los grandes templos del boxeo, el Madison Square Garden de Nueva York. Alí había dicho que derrotaría a Banks en el cuarto asalto, pero éste lo tumbó en el primero. Era la primera vez que besaba la lona. Sin embargo, se recuperó de tal manera que terminó cumpliendo su palabra. En esa ocasión, el mánager del todavía Cassius Clay, Angelo Dundee (figura clave en casi toda su carrera), declaró que nunca había visto un boxeador con tal capacidad para recuperarse.
Otro momento en que estuvo a punto de hacer el ridículo con sus profecías fue cuando enfrentó a Henry Cooper en Londres, en 1963. En ese caso, habló del quinto round. La cosa se le puso cuesta arriba porque Cooper le rompió la nariz en el primer round y lo hizo caer al finalizar el cuarto con un portentoso izquierdazo. En el intermedio, Dundee ensayó una de las más famosas tretas de la historia del boxeo. Informó al árbitro que a Clay se le había roto un guante. Mientras trajeron uno de repuesto, el aporreado tuvo tiempo de recuperarse y al salir a la quinta vuelta le dio una felpa a Cooper.
Clay se graduó de bravucón en su primer combate con Liston. Fue en ese momento cuando lo llamó Oso Feo y dijo que lo vencería en el octavo round. Las apuestas estuvieron en su contra porque Liston no solo era el campeón, sino que había estado en prisión y tenía fama de ser un tipo muy rudo. Clay, sin embargo, lo derrotó sin atenuantes. Cuando Liston no salió para el séptimo asalto, Clay se dirigió a los periodistas: “¡Tráguense sus palabras, soy el mejor!”.
Montado en la ola de esa victoria fue cuando anunció que se llamaría Muhammad Alí, nombre que le había sido otorgado por el líder del grupo Nación del Islam, Elijah Muhammad.
Ya convertido en leyenda, Alí sostuvo choques tremendos con rivales como George Foreman, Joe Frazier (tres veces), Ken Norton y Leon Spinks (dos veces con cada uno). Conoció derrotas duras ante Frazier, Norton (quien le fracturó la mandíbula) y Spinks. También logró victorias épicas que llevaron hasta niveles de fábula una historia que, en números, se expresa en 56 victorias (37 nocauts y 19 decisiones) y cuatro derrotas (una por nocaut). “No creo que haya sido el mejor de todos los tiempos, pero sí fue el más inteligente y el mejor aguantando castigo, y mucho se especula si eso influyó en la enfermedad de Parkinson que padece desde hace ya varios años —dice Piña—. Fue de esos grandes que sobre el ring devolvía el dinero que el público pagaba”.