Yo, acaparadora

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escasez-en-venezuela_1-600x300La escritora Carola Chávez revela que muchos de nosotros hemos contribuido con la guerra económica ―consciente o inconscientemente― cuando caemos en la trampa psicológica de algunos comercios, que nos hacen comprar excesivas cantidades de un producto bajo el supuesto de que está muy escaso y, si no compramos ya, nos podríamos quedar sin eso. O con el clásico “aproveche, compre cuatro, que se acaba y ya no viene más”. Total, que tenemos nuestras neveras y despensas llenos de artículos que normalmente no compraríamos en tal cantidad.


Texto: Carola Chávez

Esta semana, cuando a mi vecino se le dañó su nevera y me pidió un espacio en la mía para guardar algunas cosas que se le iban a dañar, hice un descubrimiento tremendo. Abrí el congelador atestado de cosas y empecé a despejar una repisa: harina de trigo, harina de trigo, harina de trigo… ¡cinco kilos de harina de trigo! ¡Cuándo en mi vida!

Días más tarde le comentaba a mi esposo mi preocupación porque en el supermercado no había arroz y solo me quedaba medio kilo. ¿Medio kilo? Mira la cava que está sobre la nevera. Bajó la cava y como quien abre el cofre del tesoro sin saber que el tesoro está adentro, descubrí que tenía varios kilos de arroz y varios de pasta, suficiente para muchos almuerzo, mucho más de lo que normalmente suelo tener en casa.

Fue así como hice una lista de productos “escasos” y empecé a revisar: Jabón de ropa, tres bolsas de 2.7 kilos: jabón de baño: 12 pastillas, desodorante de mujer (para mi hija y yo): 6 potes, desodorante de hombre (solo para mi Gordo): 8, afeitadoras: 12 azules y 12 rosadas, champú: 3 frascos, toallas sanitarias, casi 300 unidades, aceite: 11 litros, arroz, harina, granos variados, pues, ya les dije. En fin, que descubrí que en casa tengo almacenados cuatro, cinco, seis, veces la cantidad de productos que solía tener hace un año.

Hago mi compra semanalmente, no he hecho, hasta ahora, ni una sola cola, y jamás he comprado a un bachaquero. Compro lo que consigo, cuando lo consigo, compro siempre menos del límite que dicen en el mercado. Yo hasta peleo por mi derecho a levar un solo litro de aceite cuando me quieren poner a comprar dos, porque son dos por persona, señora, aproveche que se acaba y mañana no va a conseguir… ¿Cómo es que me convertí en una acaparadora doméstica?

La guerra psicológica permea aún a quienes juramos que la estamos combatiendo y venciendo. Yo, jurando que solo compraba lo que necesito. Yo, desde mi programa de radio llamando a la conciencia, a no dejarse arrollar por la psicosis de las compras nerviosas, y mira tú , terminé atapuzando mi casa de cosas que me van a durar, algunas de ellas, hasta el año que viene.

Les cuento esto porque, como les dije, yo he tratado de no caer en el juego que ha llevado a mis amigas a anular una ducha de sus casas para almacenar allí el papel toilet, y aún tratando, me convertí en parte de la razón de la escasez, que más que escasez es una deslocalización de los productos, es decir que los productos están, pero no en los anaqueles sino en las neveras, despensas, y hasta las duchas de las casas. Esto sin hablar de los bachaqueros que son los mayores deslocalizadores de productos.

Los supermercados reconocen que han recibido y vendido un tercio de productos más que el año pasado. Algunos admiten que, ya en mayo, han vendido lo que proyectaron vender durante todo el año. Bravos no están…

Todo lo contrario, los supermercados han descubierto una veta y difícilmente van a querer dejar de explotarla. He visto, con estos ojitos almendrados, cómo han inducido la escasez de productos de un día para otro. Les cuento, por ejemplo, la historia de la sal: Todas las semanas, el anaquel de la sal estaba llenito. Fui un martes y lo vi lleno, volví el miércoles a comprar las zanahorias que había olvidado, y me encuentro con la sal sobre una paleta, ahí, en medio del lugar donde ponen las paletas de los productos “escasos”. Inmediatamente, la gente empezó a comprar la sal en bultos de diez saquitos de a kilo, y las cajas campaneando, clin, clin, clin… Desde entonces, no hay sal, perdón, me corrijo: donde estaban los saquitos de sal, ahora hay frascos de medio kilo de sal marina, sal parrillera, sal gruesa, sal gourmet, todos de la misma marca del la sal de saquito que ya no se encuentra, eso sí, todos a tres veces su precio. Así los vi hacerlo, durante todos estos meses, con la leche, el café, el arroz, y todos estos productos que no se encuentran y que nosotros tenemos en casa de más por temor a no poder encontrarlos el día que los vayamos a comprar.

Es todo un sistema de angustia que han perfeccionado ante nuestra ciega mirada. Uno ve el movimiento mientras hace el mercado: llega un gerente y empieza a armar una barricada. La gente le pregunta qué van a vender, el gerente responde que no está autorizado para dar esa información. Ahí, frente a la barricada se empieza a armar una cola de personas que no saben qué van a comprar, lo que sea, no importa. Los bachaqueros ganan en la fila porque tienen todo el tiempo del mundo para esperar, otras personas se suman a la cola porque uno nunca sabe, yo voy haciendo mi compra ligando que, antes de que termine de hacerla, saquen el producto misterioso a ver si yo lo necesito; ligando a que, si lo necesito, la cola baje antes de que me tenga que ir a buscar a mi hija al colegio.

Partida, papel toilet, champú, jabón y café. Bachacos del fiesta, las cajas colapsadas, y una cola que baja y me permite pelear con el muchacho del supermercado que quiere que me lleve de todo y yo que solo quiero café.

Mientras tanto, las cajas campaneando, clin, clin, clin, los anaqueles vacíos y nosotros, víctimas de locura, convirtiendo nuestras las despensas en paraísos de gorgojos, culpemaduro, claro…

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