El antichavismo puede coexistir con el chavismo en los barrios populares, es decir, donde éste último es mayoría. Cualquiera que esté en desacuerdo puede manifestarlo, usar una franela que así lo indique o gritarlo en una esquina. No sucede lo mismo a la inversa: una persona que se identifique con el chavismo difícilmente puede estar en las zonas contrarias, y usar una gorra o algún elemento que muestre su pensamiento político. ¿Por qué sucede esto?, ¿qué indica esa realidad preocupante? “Hay una fuerza que reconoce al otro, mientras la otra no, ésa es su forma de construcción, no lo reconoce ni como ser humano ni como sujeto inteligente, y representa todo lo malo de la sociedad”, fue el análisis que hizo el ministro del Poder Popular para la Cultura, Reinaldo Iturriza, para dar inicio al segundo día de debate del Foro Permanente de Pensamiento y Acción, celebrado en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
Prensa MPPC (Marco Teruggi / Fotos: Orlando Herrera)
El odio, entonces, la intolerancia política, un fenómeno que se ha venido dando en diferentes procesos de transformación política del continente, y que en Venezuela se ha expresado con violencia. El resultado: 43 muertos causados por las guarimbas en el 2013, uno de los varios ejemplos de esta actualidad.
Y esa expresión política ha sido calificada generalmente como fascismo. Pero, explicó Oscar León, director del Centro Nacional de Historia, no debería hablarse de fascismo en este caso, por no corresponderse esta oposición con esa expresión política –ni tampoco con la dictadura de Augusto Pinochet, por ejemplo–, y porque podría llevar a confusiones de terminologías funcionales a una perspectiva no deseada de la Revolución.
Porque el fascismo, según su análisis, fue un fenómeno estrictamente europeo situado en Alemania e Italia entre las dos guerras mundiales –a partir de 1920 aproximadamente–. Y entre sus varias características estuvieron haber accedido al poder a través de canales constitucionales, haber servido de freno al avance del comunismo en el occidente –por eso el fascismo fue tolerado durante diez años por Francia e Inglaterra–, haberse apoyado sobre los sectores populares y haberse conformado como movimientos de masas con programas sociales.
Ninguna de estas características tuvo lugar en otros procesos. Y, junto a esto, se construyó una lectura hegemónica al finalizar la Segunda Guerra, la cual afirmó que ante el fascismo y el comunismo la salvación era encarnada por la democracia burguesa. “Se puede ser antifascista y anticomunista”, explicó León, es decir, defensor del modelo capitalista vigente liberal o conservador.
Y esa forma de democracia –representativa, procedimental, excluyente– fue justamente la que la Revolución se propuso superar desde sus inicios. Por eso, Hugo Chávez desde El Libro Azul habló de la democracia revolucionaria, y su última línea estratégica fue la construcción de las Comunas. Construir una democracia participativa, base del socialismo, allí se condensó y sigue estando gran parte de la propuesta revolucionaria, y a eso se ha opuesto toda la derecha –violenta o no– defendiendo el modelo excluyente de la IV República.
Esa oposición no ha construido política sobre los sectores populares, sino sobre las capas medias y altas, elemento que la ha diferenciado radicalmente de los procesos fascistas. Salvo en una oportunidad: el caso de Capriles Radonsky, quien lo intentó de 2012 hasta el 14 de abril de 2013, con una política de intento de apropiación de símbolos, de comunicarse con el universo popular.
Pero el odio no ha sido exclusividad de la derecha en su expresión política organizada. Éste se ha convertido en una forma de ver al otro –es decir, a los chavistas– en sectores de las clases medias y altas.
¿Pero qué es la clase media venezolana? “Es un estado mental más que una posición económica, pueden serlo una muchacha de clase media como una señora de El Cafetal. La clase media está compuesta de muchos estratos atravesados por el desprecio hacia quien esté más abajo y la admiración hacia quien esté más arriba”, explicó la escritora Carola Chávez.
Y resaltó un elemento: el miedo a perder lo ascendido familiarmente, a volver a ser menos en términos materiales. Sobre ese sentimiento fue sembrado el odio y el terror, una perspectiva humana y política en la cual se formaron miles de niños desde el año 2000, esa “generación de las cacerolas”, como la definió el sociólogo Ociel López, también parte de la mesa de debate.
Clases medias rehenes de una mirada pobre del mundo y de las cosas, base de las políticas de odio alimentadas por la derecha. Qué hacer con ella fue una de las preocupaciones de Hugo Chávez, una pregunta con pocas respuestas seguras. Aunque sí una advertencia: la necesidad de evitar la clasemedización de quienes en estos años pudieron cambiar favorablemente sus condiciones de vida.
En cuanto a las clases altas –la categoría “A1”, como es definida su extracción más alta–, un estudio de su recorrido familiar indica que siempre han sido las mismas familias, desde las masacres de los indígenas, pasando por los mantuanos, amos del valle, hasta la actualidad. Un ejemplo: de los cinco candidatos en las últimas internas de la Mesa de la Unidad Democrática, cuatro provenían de familias con pasado esclavista. Ellas, las élites venezolanas –racistas y opresoras– han sido parte activa, desde el ascenso de Hugo Chávez, en la política golpista y del odio.
Varias fueron las preguntas y necesidades que se desprendieron del debate del Foro, la cuarta edición de un espacio que busca aportar a la construcción del pensamiento crítico y diverso, con el fin de abordar diferentes aspectos de una realidad en movimiento, asediada y en revolución. La derecha, el enemigo y no el adversario –como fue dicho–, fue entonces parte de ese análisis, de cara a comprender sus fortalezas, debilidades y formas de acción.