Un país guarda en su memoria, el patrimonio ambiental que define el paisaje múltiple de selvas, montañas, ríos, costas, desiertos y llanuras, como regalo de la naturaleza. En ese espacio geográfico, conviven diferentes comunidades que van tejiendo la urdimbre de sus tradiciones culturales y también hallamos un patrimonio espiritual de poetas, cuentistas, novelistas, músicos, artistas plásticos, creadores de una identidad que nos define como pertenecientes a un sedimento memorial de siglos, como sublimación del espíritu humano.
Texto: Rafael Salazar
Earle Herrera forma parte de ese legado histórico, acompañando a intelectuales de la talla de Andrés Bello, Simón Rodríguez, Andrés Eloy Blanco, Vicente Gerbasi, Ramos Sucre, Fernando Paz Castillo, Orlando Araujo, Gustavo Pereira, Ramón Palomares, César Rengifo, José Ignacio Cabrujas, Román Chalbaud, Aquiles y Aníbal Nazoa, Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez, Pedro León Zapata, Ana Enriqueta Terán, Vicente Emilio Sojo, Antonio Lauro, Antonio Estévez, Héctor Guillermo Villalobos y Alberto Arvelo Torrealba, entre tantos otros forjadores de la patria espiritual.
Ahora Earle nos deja el sabor amargo de su ausencia. Recordamos a Earle como un buen oriental, al hombre campechano, conversador, sin poses intelectuales a pesar de haber publicado más de 50 libros que tratan sobre poesía, historia, ensayo, humorismo, con la mirada crítica del periodista profesional, entregado plenamente a la educación universitaria.
Earle, fiel a su pensamiento progresista, fue un militante de la utopía que ansía un mundo justo y humano y supo hacer la política, como diputado, al servicio de los desposeídos. Tanto bagaje cultural, tanta sapiencia, no puede echarse al olvido. Su obra magnífica debe publicarse en su totalidad por instrucción de Ernesto Villegas, actual Ministro de la Cultura y por Jorge Rodríguez, Presidente de la Asamblea Nacional, con toda la fidelidad y sensibilidad propias de estos menesteres.
Conocimos a Earle en diferentes y múltiples quehaceres y mudanzas culturales, en una fecha en que la memoria nos invita a ser cónsonos con nuestros principios por el bien de la patria, esa estancia intangible que nos identifica como militantes de la sensibilidad artística.
Valga, pues, un abrazo fraterno y un recuerdo fiel al hombre de permanentes sueños, con la certeza de que su legado va a formar parte de la memoria popular, esa que encierra toda la riqueza del saber. Tan solo basta una lágrima fecunda sobre su cuerpo inerte, para que Earle renazca entre pájaros y flores, por los siglos de los siglos.