Escribir para el pueblo, por Freddy Ñáñez

4195292136_06e9a4f1d4_bEl ministro del Poder Popular para la Cultura, Freddy Ñáñez, a través del diario Ciudad CCS, escribió este martes un artículo que da una premisa hacia ¿Quién es el pueblo?, aludiendo a los deprimidos, planteándose preguntas como: ¿Cuándo y de qué manera se escribe para el pueblo? ¿Cómo y en qué sentido creamos de espaldas a él? “Nadie crea según un programa y un destinatario específico”.

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Una premisa que se antepone a cualquier tentativa a la teoría, a la complejidad, a la desautomatización estética o racional, es la que vela por una escritura hecha para el pueblo, vale decir: llana. Esta frase que se debate entre la indefinición conceptual y el clamor por la inclusión de las mayorías y su participación activa en la crítica de la cultura, me resulta sospechosa. ¿Quién es el pueblo? Se alude a los oprimidos, ciertamente. Empecemos por darle forma al asunto: la premisa da por sentado que hay un modo correcto de “llegar” a aquellos sectores, y otro excluyente en sí mismo. El primero: tautológico y didáctico supone “lo que le gusta al pueblo”, “lo que el pueblo puede fácilmente comprender”; y el segundo: oscuro, complejo y dilatado, “ajeno al pueblo”, “que el pueblo no alcanza a comprender por difícil”. Esta clasificación radica en la intuición de algunos sobre la capacidad de entendimiento e interés del pueblo por determinados temas y formas. Intuición según la cuál éste se encuentra no sólo a un nivel inferior a ciertos contenidos (y desprovisto de capacidad intelectual), sino que, además, se lo supone perezoso e incapaz de lidiar con el pensamiento ajeno, novedoso y complejo. La estrategia que propone dosificar el saber para que el pueblo entienda encubre una subestimación muy positivista que ahonda la brecha que pretende superar. En esas de hacerle fácil y digerible las ideas a las masas, Walter Risso suprimió a Freud, Coelho a Nietzsche y Arjona a Modesta Bor. De este modo piensa el mercado y de este modo actúa para que nadie más piense.

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¿Cuándo y de qué manera se escribe para el pueblo? ¿Cómo y en qué sentido creamos de espaldas a él? Nadie crea según un programa y un destinatario específico. Quien escribe lo hace en todo caso para un igual universal: otro que piensa, siente, existe. Ciertamente la hegemonía privó a la razón científica de su popularización convirtiéndola en un saber específico-instrumental para uso privado de la tecnocracia. Por supuesto que las artes, extrañadas de su proceso orgánico, se encriptaron deviniendo en pasatiempos de uso exclusivo y, algo peor: un valor inútil para la sociedad contemporánea. Pero esto no sucedió precisamente por un desinterés popular, por el supuesto desprecio al sentido artístico, sino por la simple negación sistemática del pueblo como categoría de sujeto creador, sensible y pensante. Negación amparada en el prejuicio que estamos combatiendo. La apuesta entonces no sería por el rechazo a la teoría y la estética, ni por su reducción a un didactismo simplificador. Hay que despejar el acaecer poético de las cosas con la complejidad que fueron concebidas. Son las ideas en su impureza radical las cuales hacen del mundo un lugar complicado, contingente y, por eso, bello. Digo más: debíamos poner en duda toda escritura que se entienda con absoluta facilidad, pues ésta es la característica y el propósito de la propaganda y el periodismo.

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Exigir en plena revolución un arte para el pueblo sólo abona nuestra impotencia filosófica. La verdadera reivindicación consiste en el surgimiento de un pueblo de artistas, de intelectuales, combativo y consciente de su capacidad infinita para que entonces el demagógico lema “escribir para el pueblo” signifique, simplemente, hacerlo bien y al servicio de lo nuevo.

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