“Me llevo la noción de que si no resolvemos que la gente pobre pueda solucionar sus necesidades materiales, nuestro movimiento fracasará”, dice Maurice. Ya es domingo 31 de mayo, el Congreso ha llegado a su fin, y se puede ir haciendo un balance de lo que deja. Este negro nacido estadounidense, pero hijo de inmigrantes, así lo evalúa: fue la posibilidad no sólo de contar la experiencia de su movimiento (Black Lives Matter y The Movement for Black Lives), sino de aprender del proceso venezolano para garantizar que el suyo logre su objetivo central: ganar la guerra por sus derechos. De ahí su apuro manifiesto por volver, para compartir lo aprendido del proceso venezolano.
Texto: La Cultura Nuestra (Juan Sebastian Ibarra – @juansibarra)
Durante los tres días del Congreso Internacional Inventar la Democracia del Siglo XXI: Derechos Humanos, Cultura y Vivir Bien, Maurice Mitchell fue uno de lxs 36 invitadxs internacionales que se acercaron a Venezuela para debatir y accionar junto a lxs venezolanxs (en total hubo 87 militantes de movimientos populares, 76 intelectuales, 28 científicxs, 33 artistas y 34 activistas de derechos humanos), en torno a temas centrales para el mundo en revolución: la soberanía, los cuerpos, la economía, el entorno, las relaciones internacionales, la comunicación, entre tantos otros.
¿El motivo? La reconstrucción de conceptos básicos enumerados en el nombre del evento: la democracia —ésa que “implica la construcción de una hegemonía cultural socialista”, aclara el texto final del Congreso—, los derechos humanos —cuya bandera fue arrebatada por las ONG liberales—, el vivir bien —ése que se va construyendo desde las bases de un proceso en constante creación— y la cultura —una fundamentada en las “experiencias colectivas, autónomas y territoriales que recojan nuestra identidad desde la diversidad”, reza la declaratoria—.
Mirarnos, reconocernos, repensarnos
“Conocer los procesos de la Revolución del conocimiento y de la reinvención de la democracia”, así define brevemente su acercamiento a este espacio Claudia Korol, educadora popular y activista feminista venida de Argentina, quien forma parte del movimiento Pañuelos en Rebeldía.
Claudia participó en la mesa destinada a abordar la educación como eje de liberación y transformación de las conciencias, teniendo una noción clara: “Descolonizar los procesos educativos, pedagógicos, políticos y culturales significa la oportunidad de ser nosotrxs mismxs. Y esto es posible en revolución: acá tenemos la oportunidad de ver el horizonte de otro modo”.
Parte de una premisa de soberanía para sus planteamientos: “La descolonización es parte de nuestro territorio cuerpo, porque es allí donde se ejercen todas las opresiones. En cada cuerpo oprimido se sufren las opresiones, pero también está allí la fuerza para liberarnos, y no es una liberación individual, sino colectiva y sin fronteras”.
De ahí la necesidad de debatir, de repensar siempre la Revolución —“que no es sólo de Venezuela, sino de toda Nuestramérica”, agregaría la argentina—, por “la posibilidad de pensar las tareas de la liberación en términos generales de una mirada del continente, pero también para defender la Revolución Bolivariana”.
Por eso también vino desde tierras sureñas porque esa defensa representa para ella “defender la esperanza del continente”. Pero ¿defender de qué? Del capitalismo, del colonialismo y el patriarcado, que “han trabajado —y lo siguen haciendo— juntos desde la Conquista, a través de distintos genocidios”, responde.
Y agrega, enfática, que precisamente la educación ha legitimado el sistema de explotación, para naturalizarlo y convertirnos en defensorxs de éste. He ahí, dice, la primera gran batalla por la liberación real, que sólo puede ser colectiva.
Querernos, compartirnos, reinventarnos
Entre los acuerdos de la mesa Soberanía, Ciencia y Tecnología está el impulso y el cumplimiento de una serie de legislaciones y principios considerados fundamentales para profundizar el carácter soberano que como pueblo se han trazado lxs venezolanxs: la Ley de Semillas; el acceso abierto y difusión libre del conocimiento; el matrimonio igualitario, la lactancia materna y ecosalud, además de la despenalización del aborto y la erradicación de la prostitución, el proxenetismo y el tráfico con distintos fines de explotación.
Y es que “ninguna mujer nació para puta”, diría la argentina Sonia Sánchez, quien en el pasado tuvo que prostituirse, pero además se deben “legitimar nuestras sexualidades e identidades de género”, según el documento leído durante el cierre del Congreso, en la Biblioteca Nacional.
Es decir, en palabras colectivas emanadas de ese boceto de declaratoria, la situación que atraviesa el mundo “desafía y convoca a los pueblos a constituirse en sujetos de su historia para profundizar los cambios revolucionarios en la defensa integral de la vida”.
Construirnos un mundo libre, sin dominación ni opresión
Carla González entra con Maurice Mitchell a la sala y se presenta. Ella viene de Los Ángeles, él de Nueva York; ella representa a Dignity Power, él a Black Lives Matter; ella es hija de salvadoreñxs, por las venas de él corre sangre trinitaria. Ambxs defienden sus derechos a una vida justa, ambxs son tratadxs como extrañxs en su propio país. Ella, por latina; él, por negro.
El hermano de Carla tiene diez años preso. Fue encerrado y luego sentenciado a treinta años por la justicia gringa, la misma que absolvió a policías blancos que han matado a sangre fría a varios hombres —como Maurice— negros.
“No podemos pedir derechos humanos y cambios si se nos olvida que quienes están encarcelados son humanos también”, dice Carla. “No luchamos más por la supervivencia de la gente negra, sino por la posibilidad de que vivan con dignidad”, afirma Maurice, y ahí se entrecruzan sus caminos. La noción de libertad que vislumbran pasa por tener una vida plena de derechos a ser quienes son.
Y de ahí, de esa historia que se pretende ocultar —no demasiado habla la gran media de estos casos—, surge un compromiso que se suscribe en el documento final del encuentro: “Promover la emergencia de un movimiento popular de derechos humanos que le dispute el discurso y la práctica a las ONG liberales”.
El mundo en el que merecemos vivir
Al consultar a Maurice cómo imagina ese otro mundo por el que pelea en su país, queda muy pensativo. Balbucea una respuesta, se disculpa, ríe. Vuelve a intentarlo, ríe de nuevo. Se excusa un poco, hasta dar con la respuesta que cree correcta: desatar el poder de los pueblos, por la liberación y el derecho a ser quienes somos, no tener que definirnos en oposición o relación a otrxs.
Se refiere a lxs negrxs, por supuesto, pero también a todas las identidades oprimidas, marginadas, silenciadas y mostradas como minorías: toda la comunidad LGBT, latinxs en Estados Unidos y Europa, mujeres en un sistema patriarcal.
Y en función de eso, cuenta lo que espera de su primera visita al país de Chávez, ése al que los medios de su país le presentaron siempre como un loco: “Una larga relación de amistad con mis contrapartes de Venezuela, y una solidaridad verdadera. El intercambio de ideas. Luchar con ustedes, y aprender de lo que han hecho […]. Ustedes tienen el poder para hacer realidad cosas con las que nosotros soñamos y están liderando el camino, mostrándonos a través de su ejemplo”.