Existe, según Mauricio García Moreira, una reja que debe ser quitada de la enseñanza. Por eso, en sus clases de percusión no pone notas, tampoco exámenes periódicos, ni alienta la competencia entre sus alumnos. El trabajo es grupal, busca que todos alcancen el mismo nivel —en el ritmo, la textura, la dinámica y el volumen—, y que desde esa responsabilidad colectiva crezcan, mejoren y lleguen adonde tienen que llegar: a ser artistas. Él trabaja en el Conservatorio Juan José Landaeta, situado en Chuao, Caracas. Allí estudió y comenzó a dar sus clases; primero, de forma tradicional, y desde hace algunos años con esta nueva metodología, que hasta el momento es el único en utilizar allí. “Aquí los chicos no se limitan, se convierten en un grupo, en una familia; reímos, lloramos, conversamos sobre los problemas cuando los hay, porque estamos haciendo artistas; y el instrumento es el médium a través del cual nuestro espíritu puede decir lo que piensa, siente”, explica, rodeado de timbales, redoblantes, xilófonos y baterías.
MPPC (Texto: Marco Teruggi / Fotos: Edward Delgado)
Enseña percusión clásica y batería para jazz, rock and roll, onda nueva, joropo, y espera más adelante incorporar tambor tradicional. “Algunos son mejores, pero más lentos para el sistema de la reja, de exámenes cada tres meses, entonces hay que quitar esa reja, enseñar con otros tiempos”, subraya Mauricio García con las manos manchadas de pintura blanca.
Así como cree que es necesario enseñar y aprender desde lo colectivo, también sabe que esas prácticas deben repetirse en el cotidiano. Por eso ha pasado parte de la mañana pintando paredes, participando en la primera jornada de trabajo voluntario en el Conservatorio, una actividad impulsada con el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, institución a la cual está adscrita el espacio de enseñanza musical —son dieciséis, más las escuelas de música y formación cultural que dependen del Ministerio—.
El objetivo inmediato de la jornada es realizar una limpieza profunda: pintar paredes internas y la fachada, arreglar lámparas, cerraduras y desperfectos de la casa alquilada donde funciona el conservatorio. Y el de mediano plazo es instalar en la comunidad del Juan José Landaeta una práctica colectiva, el involucramiento para solucionar problemas y necesidades de todos, profesores, estudiantes y padres.
Pero la convocatoria no ha resultado del todo satisfactoria: son pocos quienes se han acercado a trabajar, a involucrarse en el espacio común donde los chicos, jóvenes y adultos pueden estudiar de manera gratuita.
Mauricio no se desalienta ante ese hecho, sabe que los tiempos de convocatoria tal vez fueron demasiado cortos, que se encuentran en una zona marcada por la oposición al Gobierno y la falta de apertura a lo comunitario, pero sobre todo está seguro que a través del ejemplo —cuando todos vean que sí han avanzado— podrán continuar empujando con más éxito hacia donde cree que se debe llegar.
Y ese lugar es el de la práctica de lo común, en la música y el día a día, que espera más adelante pueda ser realizado en la nueva y postergada sede del Conservatorio en Macaracuay, diseñada en 1997 por el arquitecto Fruto Vivas. Allí ya ha organizado, junto a otros músicos, un concierto abierto a quienes quisieran tocar, para buscar instalar la perspectiva comunitaria del futuro espacio.
Porque sabe que la música es necesaria en la vida de las personas, como Adela Altuve, la profesora de saxofón y clarinete, quien ha venido a participar en la jornada de trabajo voluntario, y afirma: “No es lo mismo una persona que aparte de su formación haya hecho música, arte, a quien no —quien sí se hace un ser mucho más sensible— tiene otro cimiento espiritual”.
Por eso, se han propuesto ser parte del trabajo colectivo para dar respuesta a necesidades comunes, incentivar con el ejemplo, mostrar que los profesores trabajan como todos, y pueden buscar quitar la reja de la enseñanza, del día a día, como Mauricio García Moreira.