Ayer domingo, Leoncio Martínez o Leo Martínez —como él solía firmar sus obras— vio luz en Caracas para comenzar a transitar una larga y fructífera carrera, dentro de la cual podemos destacar la de comediógrafo, poeta, cuentista, publicista, periodista, compositor, dramaturgo, productor, en ocasiones actor y crítico, en uno de los periodos más difíciles de Venezuela. Trascendió hace 72 años en la ciudad que lo vio nacer cuando apenas tenía 53 años de edad. Este trabajo especial tomado de la AVN, realizado por la colega Inessa Acosta Baptista, es para recordarlo o presentarlo someramente a las generaciones que aún no lo conocen. En ambos casos rendimos tributo desde este portal web.
Agencia Venezolana de Noticias – AVN / Texto: Inessa Acosta Baptista
Nació durante la época post-guzmancista, el 22 de diciembre de 1888, y vivió situaciones históricas como el bloqueo de buques de guerra de Alemania, Gran Bretaña e Italia a puertos venezolanos durante el gobierno de Cipriano Castro y gobiernos dictatoriales como los de Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras, en los que —como refiere en su poema Balada del preso insomne (1920) escrito en la cárcel de La Rotunda— “por adorar mis libertades esclavo en cadenas caí”.
Su pensamiento de amor por la libertad y el país lo reflejó en numerosas publicaciones, ya en 1899 figuraba como caricaturista y humorista en el diario La Linterna Mágica y en 1908 se da a conocer en el semanario El Cojo Ilustrado, el diario El Universal y La Voz del Pueblo. En 1913 colabora para El Nuevo Diario y funda en 1918 el semanario humorístico Pitorreos, en compañía de Francisco Pimentel, José Antonio Calcaño y José Rafael Pocaterra, cerrado luego en 1941 “por mirar brillando en el patio el claro sol de mi país”.
En 1909 se origina una protesta de jóvenes artistas en contra de los obsoletos métodos de enseñanza de la Academia de Bellas Artes de Caracas y su director Antonio Herrera Toro. La protesta, fomentada por los pensadores Manuel Cabré, Antonio Edmundo Monsanto y el mismo Leo, da inicio al Círculo de Bellas Artes en Venezuela, abierto a un pensamiento más sensible y crítico de la realidad y su entorno.
De la balada al vals y a las tablas
Leo escribió la letra del conocido vals, La dama antañona, interpretado por reconocidos músicos venezolanos, con música de Francisco De Paula Aguirre. Es también autor de la canción popular La musa del joropo, donde el cantor de los centauros se describe:
“Soy el alma de mi tierra, sufro y canto con los míos
tengo alegres murmurios y siento gritos de guerra
toda mi pasión se encierra en serle a mi pueblo fiel
pues vivo y sufro por él y en mi cantar se destaca la risa de la maraca, el arpa y el cascabel”.
A mitad del siglo XX, da un giro a la publicidad en Venezuela, siendo el primero en incorporar la publicidad luminosa en las esquinas de la ciudad capital. Su gusto estético se vio reflejado también en la escenificación de El secreto, estrenada en 1914 y original de Henri Bernstein. En el mismo año estrena en el Teatro de Caracas el sainete de su autoría El rey del cacao. En 1915 integra La sociedad Pro-Teato Nacional, donde en 1917 fueron puestas en escena sus piezas Sin cabeza; Menelisk; creada junto a su amigo Armando Benítez; y la obra festiva El conflicto, donde también figura Francisco Pimentel.
El salto atrás
En 1921 forma parte de la Sociedad de Autores y Actores, años más tarde, en 1924, se une a Leopoldo Ayala Michelena en la Compañía Teatral Venezolana, este es el año de El salto atrás, su obra más conocida.
En la historia Julieta, una joven proveniente de una familia de la alta sociedad caraqueña, es casada con el alemán Von Genius. Mientras su esposo está de viaje Julieta da a luz un niño negro y se convierte en el eje de las habladurías de la iglesia y la sociedad que la tildan de adúltera. Al regreso de Genius la familia intenta ocultarle al bebé, sin embargo Julieta se impone y presenta al niño. Genius queda encantado, el bebé es idéntico a su abuela, una cocinera de origen peruano. La familia de Julieta queda indignada y piensa que el alemán ha ocultado su ascendencia, a lo que él responde orgulloso que jamás niega el origen humilde de su abuela y agrega “yo no he engañado a nadie: me preguntaron si era Barón y creo que lo he probado… ¿verdad, Julieta?”.
Además de El salto atrás, destacan Los pataquines de seda de oro (1926), Pobrecito (1928), Las siete estrellas tricolor (1931) y El rosal viejo (1939) que reflejan un cambio hacia la modernidad y la comedia, donde solía retratar a personas comunes y no de las altas esferas como era la costumbre.
A pesar de que la acción provocó críticas, abrió el camino a nuevos dramaturgos como Luis Peraza, Aquiles Certad y César Rengifo. En su artículo El teatro venezolano, la vulgaridad y yo, publicado en 1927, señaló “no creo que todo lo que venga del vulgo, por ser vulgar se delate de obsceno o de inapreciable, porque, en todas las épocas, en todos los idiomas, el vulgo ha dado a poetas y pensadores fuentes inagotables de poesía, coplas y cantares, veneros de filosofía contundentes”.
En 1932 publica una compilación de todos su cuentos bajo el título de Mis Otros Fantoches, donde se encuentra Marcucho el modelo “predestinado a servir hasta más allá de la muerte para el estudio de la belleza y del dolor”. Más allá de la muerte sobrevive su obra. El 14 de octubre de 1941 todos los diarios de circulación nacional dedicaron la primera plana a la noticia de su muerte.