“Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra”. Con este enunciado, que refleja la filosofía robinsoniana sobre la educación, basada en el postulado de “enseñar a pensar”, recordamos al maestro de maestros Simón Rodríguez, al conmemorarse su natalicio.
Texto: Prensa Biblioteca Nacional
Existen diversas versiones sobre el natalicio y la infancia de Rodríguez, lo cual ha conllevado a una razonable duda histórica sobre la exactitud de las fechas, tanto de su nacimiento como de su muerte. Hay versiones que indican que vino al mundo el 28 de octubre de 1771 y otras, en 1769. Basados en esta última fecha, este año se organizan un conjunto de actividades para celebrar los 250 años del nacimiento del educador.
En torno a esta figura, que escribiría una de las más importantes páginas de la historia de la educación en Venezuela, algunos escritores se han aventurado a especular sobre sus apellidos y la existencia de un hermano (Cayetano Carreño), del que tampoco se conoce si fue de sangre o de crianza.
De lo que sí se tiene certeza, es de que fue un niño expósito y Rosalía Rodríguez fue quien lo recogió, le dio su apellido y posteriormente lo albergó en la casa del sacerdote Alejandro Carreño, de allí sus posibilidades de tener una buena educación, sumada a su innata inteligencia, por la que sobresalió desde temprana edad.
Vivió algún tiempo en Jamaica, donde adoptó el seudónimo de Samuel Robinson. A partir de allí comienza una vida errante por Las Antillas, Estados Unidos e Inglaterra, tiempo que le permitió familiarizarse con varios idiomas y dominar algunos de ellos. Los libros fueron siempre el mejor regalo para él, a través de la lectura se puso en contacto con las más avanzadas ideas, que en Europa se conocían como “La Ilustración”, fundamentada en la educación, como principal herramienta para erradicar todos los males, la esclavitud y la miseria.
Rodríguez comulgó con esas ideas y, desde que se convirtió en maestro, luchó por la transformación de su escuela, no sólo desde el punto de vista filosófico y pedagógico, sino también, en los aspectos de infraestructura y mobiliarios adecuados para los estudiantes.
Por otra parte, fue el primero en proponer la creación de una escuela para las niñas, lo cual pareció descabellado en aquellos tiempos.
Rodríguez fue sin duda un maestro revolucionario. Uno de los primeros documentos donde se analiza la educación en Venezuela, titulado “Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento”, fue presentado por él al Cabildo de Caracas, el 19 de mayo de 1794. En dicho documento, cuestionaba la educación tradicional y criticaba la poca importancia que se le otorgaba a la educación inicial (o primeras letras) donde ponían a los niños a repetir como loros una Cartilla de números y letras.
Podría decirse entonces que, en el pensamiento y la obra de Simón Rodríguez, se encuentra la génesis de la pedagogía constructivista: “El maestro que sabe dar las primeras instrucciones, sigue enseñando virtualmente todo lo que se aprende después, porque enseñó a aprender. Su ministerio es de primera necesidad, porque influye en los demás estudios.”
Esta sentencia queda evidenciada en la fraterna relación entre el maestro y uno de sus más destacados discípulos, El Libertador, Simón Bolívar, en el cual continuó influyendo hasta el fin de sus días; como él mismo lo expresa en la carta de fecha 19 de enero de 1824, que escribiera a su maestro desde Pativilca, Perú, donde Bolívar pasó uno de sus peores momentos, en cuanto a quebrantos de salud.
“Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado… En fin, Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos…”
Ciertamente, luego de haberse fugado de la casa de su tío y tutor, don Carlos Palacios y Blanco y atendiendo una petición de este, Rodríguez fue el maestro y mentor de Bolívar. Es por ello que cuando se habla de don Simón Rodríguez, la mayoría de los venezolanos suele manejar como único referente que fue el maestro de Bolívar.
Simón Rodríguez se encargó de la formación del pequeño Simón desde los 12 años de edad, y de canalizar sus inquietudes, ya que se trataba de un niño muy inquieto y ansioso por saberlo todo. En poco tiempo se fraguó entre ellos una gran amistad, afecto, respeto y coincidencia de ideales por la libertad, que durarían hasta la muerte. Juntos realizan un viaje por Italia, y el 15 de agosto de 1805 ascienden al Monte Sacro, donde Bolívar hace su célebre juramento de liberar a la América del yugo español.
A partir de 1826, Simón Rodríguez se dedica a escribir y educar; de esos tiempos destaca su trabajo “Sociedades Americanas,” dividido en varias ediciones publicadas en Arequipa, Perú, en 1828; y otro en defensa de Bolívar, “El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social”, el cual circuló desde 1828, y posteriormente fue impreso y distribuido en varios países; en 1834 publica su libro “Luces y Virtudes Sociales”; seguidamente publica “Informe sobre Concepción después del terremoto de febrero de 1835”, y en 1849 se publica “Sucinto de la Obra Educación Republicana”, en el Neo Granadino, de Bogotá, artículos N° 39, 40, y 42.
La vigencia del pensamiento y de la obra de Simón Rodríguez, sus ideas por alcanzar la independencia, la libertad y la igualdad, fueron estudiadas por el comandante Hugo Chávez, quien, junto con Simón Bolívar y Ezequiel Zamora, lo convirtió en uno de los pilares fundamentales de la concepción ideológica de la Revolución Bolivariana, al que llamó “El árbol de las tres raíces”.
Lamentablemente, gran parte de la biblioteca y manuscritos de Rodríguez se perdieron durante un incendio en la ciudad de Guayaquil, en octubre de 1896; sin embargo, en 2001 la Presidencia de la República hizo una edición completa de sus obras, y algunos de sus textos y muchos otros escritos sobre él, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Venezuela y en su Red de Bibliotecas Públicas.
Muchos intelectuales venezolanos, entre los que destacan el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, Antonio Pérez Esclarín y Juan Antonio Calzadilla, se han encargado de analizar y continuar multiplicando y difundiendo su legado, para las generaciones venideras. Simón Rodríguez fue un gran incomprendido en cuanto a sus novedosas y revolucionarias ideas y teorías acerca de la educación. En 1842 escribió: “La experiencia y el estudio me suministran luces, pero necesito un candelero donde colocarlas: ese candelero es la imprenta. Ando paseando mis manuscritos como los italianos sus Titirimundis… Si muriera, yo habría perdido un poco de gloria, pero los americanos habrían perdido algo más”.
Pero para su gloria, sus grandes ideas traspasaron las barreras de su muerte, hecho ocurrido en la ciudad peruana de Amotape, el 28 de febrero de 1854, cuando el “Maestro de maestros” contaba con 83 años de edad. Setenta años después, sus restos fueron trasladados al Panteón de los Próceres en Lima, y desde allí, al siglo justo de su fallecimiento, fueron devueltos a Caracas, su ciudad natal, donde reposan en el Panteón Nacional.