Con más de 115 años de tradición, los Carnavales de El Callao son una de las tradiciones venezolanas más representativas de las fiestas carnestolendas del país. Provenientes de El Callao, un pueblo minero en el sur-occidente de Venezuela, los carnavales de El Callao fueron declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en el año 2016, además de ser Patrimonio Cultural del estado Bolívar y Bien de Interés Cultural de la Nación.
Texto: Alba Ciudad, MPPC
El Callao fue fundado en 1853, en medio de la fiebre por la explotación del oro y otros minerales, y tras el otorgamiento de concesiones mineras por parte del gobierno venezolano a empresas europeas. “Aquellos europeos sólo necesitaban de un elemento central más para el proyecto: la mano de obra, en un tiempo en que el país vivía las revueltas campesinas encabezadas por Ezequiel Zamora y se acercaba a la guerra federal. El problema fue resuelto con la llegada de hombres y mujeres de las colonias francesas e inglesas de las Antillas Menores”, explica Marco Teruggi en un artículo escrito desde El Callao en 2015 para el Ministerio de la Cultura.
Así llegaron familias de Trinidad y Tobago, Martinica, Barbados, Saint Vincent, Dominica y Granada. “Cada cual arribó con el idioma, la comida y los ritmos traídos de esas islas, y muchas veces de más lejos, de África, continente donde la mayoría había sido arrancada para ser esclavizada”.
Así nació el oficio de mineros: explotados sin derechos para conseguir un salario. Con esta curiosa mezcla cultural, en sus calles se comenzó a hablar en inglés, francés, patois y español, conformándose una sociedad con dos grandes clases sociales: por un lado los grandes dueños de minas venidos de Europa, que jugaban críquet, fútbol y andaban a caballo; y por el otro, trabajadores hundidos en la riqueza ajena o sirviendo en las mansiones, que de a poco fueron dando nacimiento a una nueva música e identidad: el calipso.
“The work is so hard and the pay is so low, blow, blow, blow the mandon / el trabajo es tan difícil y el pago tan bajo, explotemos, explotemos al capataz”. Explicó Teruggi que así dice una de las canciones venida de aquellos tiempos, de esas realidades de mina, resistencia y tambor. Israel Brown, hijo de la madama Lilia Brown y del director de la comparsa Carlos Small y Cecilio Lazar, señaló que allí radica una de las raíces de su música, de una cultura: “La mayoría de los calipsos son protesta. El canto es protesta”.
“Durante el carnaval los esclavos observaron la oportunidad de celebrar la vida, así como transmitir sus penas y nostalgias“, explica el diario CiudadCCS. “Al pasar los años añadieron instrumentos venezolanos como el cuatro, las maracas y tambores de madera, que junto al Steel Band (tambores cilíndricos de metal), timbales y aplausos, animan los carnavales del estado”.
Los preparativos
En el estado Bolívar los preparativos de los carnavales comienzan inmediatamente después de escuchar el último cañonazo que da inicio al nuevo año. Los pobladores salen a las calles danzando al ritmo del calipso y con ellos sus ganas de celebrarlos por todo lo alto.
Cuando son las diez de la mañana del primer domingo de Carnaval, se celebra la misa de las madamas. “Todas están sentadas en los bancos de la iglesia -explica Teruggi- llevan pañuelos de colores sobre la cabeza –colac, es la palabra en patois–, aros grandes y dorados, como los collares que cuelgan sobre vestidos de flores y más colores. Muchas llevan a su lado una canasta con comida dulce. ‘Cuida y protege a las madamas, señor’, dice una voz de mujer desde el altar”.
Los trajes que usan vienen de los primeros días de El Callao, de las amas de llave venidas de las Antillas, quienes así vestían los domingos para ir al mercado. Humildes, sencillas, respetadas y tropicales, sin el oro de las dueñas de las casas. Una costumbre que se extendió entre las mujeres obreras, profesionales, esposas de mineros, madres e hijas, que ahora para cada Carnaval visten y lucen esa identidad con orgullo.
La negra Isidora
No es posible hablar de los carnavales de El Callao sin hablar de la Negra Isidora. Poco antes de su aparición pública, en 1943 a sus 20 años, El Callao y sus tradiciones estaban en decaída: muchos habían emigrado por el ascenso en importancia del petróleo en otras zonas del país. Entonces, Lucía Isidora Agnes, telefonista en la mina y sindicalista, junto a Carlos Small y otros músicos de calipso, decidieron unirse para darle un nuevo impulso a sus tradiciones. Así, “La Negra” organizó su comparsa de madamas; introdujeron el cuatro, las maracas y la campanilla, fundaron la Asociación de Amigos del Calipso, y el Carnaval volvió a ser fuerte, de todos.
“Los cultores no dejaron morir la cultura, nos enseñaron a nosotros, y seguimos con el legado, no podemos perder nuestra cultura”, explicó Omaira González, una de las madamas entrevistadas.
Los participantes
- En la cabecera de la comparsa van diez diablos. Visten de rojo y negro, son niños y adultos, usan látigos que golpean contra el piso, a medida que se van abriendo paso en la calle y la gente. Entre ellos, algunos usan una máscara grande y más ancha que el cuerpo, que representa un rostro con cuernos como del mal, aunque en El Callao los diablos no son la expresión de la lucha del bien y el mal cristiano, son el orden necesario de una festividad abierta a todos.
- Seguido de tridentes y látigos vienen las madamas.
- Luego van las bailarinas, también conocidas como “fantasías”, que usan plumas grandes y verdes, amarillas, azules, naranjas, con tonos intensos y combinados de trópico como sus vestidos.
- Niños y adultos también personifican a los mineros y trabajadores de la explotación del oro, con música, danza y disfraces propios de las vestimentas del obrero. Los propios mineros también marchan al ritmo del Calypso en las comparsas.
- A las espaldas de todos, viene la música: una estructura vertical hecha de 26 parlantes –la amplificación eléctrica fue agregada a las comparsas en los años setenta–, que avanza encabezada por una guitarra y un cuatro eléctrico, tiene en los laterales a los cantantes, y las percusiones por detrás, que son 20 o más.
- Luego, sigue la gente bailando, repitiendo estribillos en español, inglés y patois: “Ajá, ajá, bandido, estabas callado, estabas escondido, sacando tu oro muy cerca del río”, “All the day tonight, all the night tonight”, “Entre personajes que vinieron de las Antillas y personajes criollos conformamos una raza, vengan todos a bailar”.
- Varias decenas de comparsas recorren las calles de El Callao, miles de personas venidas del país, que superponen días y noches de calipso, de máscaras, agua, pelucas, espuma y coronas.
- A las dos de cada madrugada emerge otro personaje clave del Carnaval: el medio o pinto, conocido como “mediopinto”. Ismael Lezama, miembro de la Fundación Banane Pilée –plátano pilado–, la cual dicta talleres de construcción de instrumentos en El Callao, recordó las raíces de este personaje que se hizo parte del Carnaval, junto a su frase: medio –bolívar– o lo pinto, que deja los rostros ennegrecidos de quienes andan por las noches de El Callao y no buscan oro, sino alegría: “Para aquel tiempo, los grandes señores, los dueños hacían sus fiestas y no invitaban a los trabajadores; entonces, nuestros ancestros se pintaban con esta mezcla de melao de papelón y un polvillo de carbón, se metían a la medianoche, de madrugada, y les aguaban la fiesta, era un protesta”, explicó.
En 2016, durante la reunión del comité intergubernamental de la Unesco que se reunió en Adis Abeda, Etiopía, dicha organización emitió un boletín de prensa, en el cual detalló: «Desde enero a marzo, esta festividad tradicional agrupa hasta unos 3.000 participantes que desfilan por las calles de la localidad disfrazados de personajes históricos o imaginarios al ritmo del calipso».
Resaltó el traspaso de esta práctica cultural a las nuevas generaciones que se inicia en las familias de El Callao pero también se lleva a cabo en escuelas por cultores de esta tradición. «En las que los niños adquieren las competencias necesarias para participar en el carnaval, componiendo melodías, tocando instrumentos musicales, cantando, bailando y fabricando máscaras».
Los habitantes de El Callao sienten que la declaración les ha permitido proyectarse en nuevas direcciones: “¿Cuando se acabe el oro de qué vamos a vivir nosotros? Vamos a sembrar el oro a través de nuestro talento humano, la creatividad que tenemos, y esto nos va a servir a nosotros para fortalecer, desarrollar, a través del tiempo, sosteniblemente, el turismo patrimonial”, señaló Ismael Lezama en ese momento.
El Carnaval está más vivo que nunca, arraigado en una comunidad que sabe su valor, y la necesidad de estar organizados y unidos, para mantenerlo y hacerlo cada año más fuerte. Así lo han venido haciendo desde siempre: recaudando dinero para comprar y arreglar los instrumentos, dictando talleres para construirlos, etc. De abajo hacia arriba, así ha sido el camino de esa celebración y su calipso. Y, como señalaba Ismael, el Carnaval deberá mantenerse abierto, participativo, ser ese recorrido por las calles de El Callao donde todos pueden bailar, cantar bajo el día y la noche.
Así seguirá esa identidad honda, ligada a las minas, las Antillas, la dignidad popular y su alegría, nacida de la resistencia y el tambor de miles, que reunidos bajo el cielo de Venezuela, dieron vida a una cultura única: el calipso.
Genial