El pueblo de Patanemo, situado a orillas del mar, en el estado Carabobo, fue sede del X Encuentro Nacional de los Diablos Danzantes del Corpus Christi de Venezuela. El evento congregó este sábado a delegaciones de nueve de las once cofradías del país –repartidas entre los estados Aragua, Carabobo, Cojedes, Miranda, Vargas y Guárico–, y fue organizado en cuatro momentos: el desfile hasta la plaza central, la misa en la iglesia con la bendición, el desfile en las inmediaciones de la iglesia, y las muestras de danza de cada una de las cofradías.
Prensa MPPC (Texto: Marco Teruggi / Fotos: Milángela Galea)
Ocho horas de diablos, con sus máscaras, cruces, cencerros, látigos, tambores, cuatros, trajes, y pasos únicos según cada cofradía; ocho horas en las cuales muchos habitantes de Patanemo se hicieron presentes para disfrutar de un compartir de religión y cultura.
“Fe, devoción y creencia en Cristo Jesús”, fue como Francisco Pelón Chávez, Diablo de la cofradía de Chuao –integrada en su totalidad por unos 270 hombres–, definió lo que para él representan los Diablos Danzantes.
“Llevo 41 años danzando, empecé a los 10, la fe me vino a través de mi madre, quien era la rezandera y es una de las madres espirituales de Chuao”, explicó Chávez, sentado junto a los otros diablos de su pueblo en el piso de la iglesia, mientras el cura bendecía la cofradía.
Como él son muchos quienes llevan años de esa tradición religiosa, que se remonta a siglos atrás, desde una beata en Bélgica que soñó con una luna manchada de negro, sueño interpretado por un padre como falta de fe hacia el Santísimo Sacramento, quien le ordenó una oración que luego llegó a España, y de ahí a América. Así lo contó Chávez el sábado antes de recibir agua bendita, resaltando el proceso de mestizaje que luego le siguió, con la incorporación a la creencia de los hombres esclavizados que se hicieron cimarrones, libres.
Los Diablos Danzantes reunidos mostraron tanto sus similitudes como sus diferencias, propias de cada zona geográfica y cultural del país. Lo común: siempre la fe, la promesa y devoción. Diferencias: varias, desde la incorporación de las mujeres a la danza –como en el caso de la cofradía Tinaquillo–, pasando por los movimientos del baile, las formas de entrar a la iglesia, de pagarle al “Santísimo”, hasta los colores de los trajes.
Así por ejemplo los Diablos de San Rafael de Orituco portan todos los trajes de rojo y negro con una cruz en la espalda –el negro por los hombres y mujeres esclavizados traídos desde África, y el rojo por su sangre derramada–, mientras la cofradía de Patanemo no usa el color negro –tampoco el verde– por ser símbolo de luto.
“De Curazao venían los sacos de harina, con esos sacos se hacía la ropa, las camisas, los pantalones, y luego se teñían”, explicó Andrés Lugo, un hombre con “61 años en el ritual”, capataz mayor de la Cofradía de Patanemo. “El capataz maneja todo, lleva las riendas, está pendiente de los Diablos, de su vestimenta, que cumplan con su religión, cuándo tienen que pagar su promesa”.
Así como en las diferentes cofradías pudieron verse los capataces –generalmente tres, los hombres de mayor experiencia– marcando el tiempo y la dirección, también pudo observarse una mayoría de jóvenes y niños en cada una de las delegaciones. Tanto vestidos de Diablos como de sayonas, personaje que “representa a la madre de los Diablos”, como explicó Antonio Pilo Montiel, primer capitán de Chuao.
El encuentro nacional permitió varias cosas: para el pueblo de Patanemo y sus visitantes, conocer casi todas las cofradías de Diablos Danzantes –declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en el año 2012–, y para las mismas cofradías volver a reunirse luego de un año sin encuentro, y avanzar en mayores niveles de articulación conjunta (acordaron una próxima instancia nacional para el 2016)
Los Diablos Danzantes, con sus tantos colores y raíces, tuvieron entonces su espacio de unidad el pasado sábado, retornando por la noche y en la mañana del domingo a los pueblos de origen, para seguir pensando en cómo mejorar, perfeccionar lo antiguo, rendir el culto de cada año al Corpus Christi, continuar con una religión, una cultura venezolana, construida sobre pilares centrales de la identidad nacional.