Para el titular de Cultura, la Revolución Bolivariana produjo una ruptura simbólica en la cultura política nacional, que fijó para muchos la decisión entre la aspiración de convertirse en élite y el inicio de una sociedad donde millones dejen de estar invisibilizados.
Texto: CiudadCCS (Angel daniel González)
Foto: Luis Bobadilla
La Revolución Bolivariana no solo ha tenido un impacto en la sociedad venezolana como conjunto, sino que ha significado cambios y retos en la vida de los individuos. Muchos, como Reinaldo Iturriza, han tenido que hacer a un lado proyectos personales para asumir responsabilidades de gestión o dirección en el Gobierno u otra instancia de la Revolución. En un artículo publicado en este diario semanas atrás, titulado “Brevísima autobiografía para lectores acomplejados”, el actual ministro del Poder Popular para la Cultura, describe su experiencia al dejar su dinámica de investigador comprometido y militante activo para asumir por llamado del presidente Nicolás Maduro el Ministerio de las Comunas. Asimismo, explica cómo el chavismo significó, en su experiencia personal, la invitación a desaprender los valores sociales y políticos en los que se formó, como miembro de la clase media venezolana y su vocación intelectual de izquierda, para comprender y darle la cara a un proceso de cambios profundos en la sociedad y en la vida nacional.
—¿Cuáles son esos valores propios de la clase media, esos usos y costumbres y esa “cultura política de izquierda” que el chavismo ha invitado a desaprender?
—La clase media, incluso en los casos en los que uno ha sido bien educado, por su familia, en los valores del respeto por el otro y la solidaridad, uno crece viendo nada más un entorno. La clase media tiene una falla de origen, un defecto de origen: su terror por descender en la escala social. Y eso se traduce casi siempre en un desprecio terrible por lo popular. Es el fenómeno que se ha llamado “desclasamiento”. Uno se consigue a gente muy bien intencionada, gente que tú difícilmente puedes decir que son malas personas, con un discurso antipopular, anticolombiano, por ejemplo, nosotros crecimos en el anticolombianismo, es decir en una xenofobia popular. La burguesía en Venezuela, y en todas partes, siempre fue muy hábil promoviendo, instigando, conflictos intraclases; y conflictos clase media-clase popular más todavía.
Incluso en la izquierda. Esa idea, que tiene que ver con la cultura política de izquierda, esa idea de que como uno tuvo la oportunidad de educarse, de formarse, entonces uno es el que le va a llevar la verdad al pueblo, eso es una manera de despreciarlo también. Esta es una sociedad montada sobre esos valores, valores que lo hacen a uno ser sumamente egoísta, cuando uno cree que tiene hasta una labor civilizadora, uno le va a llevar la verdad a los demás, uno va a hacer que los demás vivan bien su vida, a través de la educación. Uno cuando comienza a militar de muchacho cree eso, uno cree que uno descubrió una verdad que es inaccesible para todo el mundo y entonces uno tiene que ir al barrio, porque además uno ya no está ahí, a decirle a la gente por qué tiene que luchar: “Señora luche, libérese de sus cadenas”. Y el que está encadenado es uno. Uno no llega a escuchar a la gente, uno no llega a entender qué es lo que le pasa. Uno se hace una idea además bastante simplona de la vida de la gente. Es como lo del reguetón, para seguir con lo del reguetón, eso es como creer que uno va a llegar a un barrio y lo que va a escuchar todo el tiempo es el reguetón. Es decir, asimilar una cosa con la otra es una manera, no solamente simplona, sino grosera, vulgarmente grosera, de desconocer, o de reconocer que tú no entiendes eso, tú no sabes lo que está pasando ahí.
—¿Cuál fue el efecto que tuvo el chavismo en ese sujeto de clase media?
—Chávez lo impresiona a uno, parafraseando a un célebre sifrino, demasiado, porque tú de repente ves que está un tipo ahí que habla como tú. Porque, justamente, los que militábamos en la izquierda en cierto momento veíamos como con distancia a los populistas. Yo pasé por ahí también. Cuando uno se comienza a dar cuenta de que es un tipo cualquiera, es decir era un tipo extraordinario, pero tenía unas características particulares. Ese constante romper con el protocolo, que no era una cuestión performativa, es imponer el ser normal, la naturalidad por encima de cualquier otra cosa, lo que a uno le impresiona. Y uno comienza precisamente a desmitificar la figura de autoridad, en este caso la figura del Presidente.
Yo no estoy de acuerdo con que el Comandante desconoce u ofende la majestuosidad de la Presidencia, todo lo contrario, yo creo que el Presidente por primera vez le da la majestuosidad, en el buen sentido, a esa figura, porque la humaniza, porque la desacraliza. Y yo creo que ese es uno de los impactos más potentes del Comandante, como ser humano, como político. Y a la clase media una figura así le aterroriza, porque lo interpreta no como un acto de naturalidad, como un acto natural y espontáneo del Comandante, sino como una pose. Como una pose dirigida a embaucar a las masas enardecidas, hambrientas e irracionales. Que es de lo que eventualmente yo vengo. Si no yo vengo de Europa; bueno, si por mala suerte me tocó nacer aquí, y a mis abuelos también y a mis tatarabuelos, yo vengo de esta montonera que se llama país, pues me da vergüenza que un tipo sea como lo que yo veo en cualquier parte. Que comience a hablar de los problemas de la gente normal, y comience a saltarse todos los modos, todos los usos, toda la simbología del poder. Un poder con el que estaba verdaderamente reñida ya la clase media.
Aquí en los 90 se produce una crisis hegemónica, literalmente, entonces hay una parte de la burguesía que está conspirando contra la clase política tradicional, y su base social es la clase media, la clase media casi inexistente pero bueno era su base social al fin y al cabo. El neoliberalismo, a la manera muy particular como se aplicó en Venezuela, prácticamente desaparece la clase media. Pero justamente en ese contexto es donde predomina el discurso de la antipolítica. En ese momento la clase media de izquierda y de derecha, y por supuesto las élites, hacen una lectura del 27 de febrero como un fenómeno al margen de la política. Es decir, si no es la clase política tradicional, eso menos. Como decía Manuel Caballero: “lo peor que a nosotros nos puede pasar es un país instalado por los siglos de los siglos en un 27 de febrero”.
Entonces esa misma base social, reducida, minoritaria, pero muy movilizada, muy aguijoneada por esa bestia que es el chavismo, es la que se moviliza luego, es la que comienza a movilizarse con el “con mis hijos no te metas”, con el tema de la educación, y luego en el 2002 cuando ya se ha producido una ruptura simbólica, de los valores, de la cultura política, y la clase media reconoce en eso una amenaza, una amenaza a sus aspiraciones de eventualmente convertirse en élite. Entonces yo creo que en el 2002, cuando aquí se produce el parteaguas definitivo, esto es, tú estás con el Gobierno y vamos a construir otra cosa, más humana, donde lo popular tenga sus lugares, o sea el inicio de una sociedad donde millones y millones de personas en este país dejen de estar absolutamente invisibilizadas, o sea la oportunidad de reconciliarse uno con el otro.
Bueno, unos deciden seguir allá, pero en ese momento hay una parte de la clase media que decide militar en el chavismo. Sucede también antes por supuesto, hay una parte de la clase media que vota por el chavismo en el 98 y después se retira, que es ese chavismo de paso, que lo que pedía era autoridad, mano dura, pero en el sentido más represivo del término. Hay una parte de esa clase media que se retira, pero hay otra parte que engrosa, que de repente no votó en el 98 pero que comienza a militar, a activarse políticamente. Entonces, el chavismo es un fenómeno político que ha afectado profundamente a la clase media.
—Existe una imagen, quizás difusa, de lo que sería el chavismo. ¿A qué nos referimos cuando decimos “el chavismo”?
—Tenemos la necesidad de construir esa historia, y de perfilar, delinear, claramente los contornos de ese sujeto. Cuáles son las cosas que plantea, cuáles son sus anhelos, por qué se reconoce en el Comandante Chávez. Por qué aparentemente desaparece durante una parte de los 90 y por qué irrumpe así en el 98. Por ejemplo, Chávez se mete para un barrio, está subiendo unas escaleras y una señora va y lo agarra, y le dice “ven acá Chávez”, y lo lleva para su casa. Y le dice: “Mira, estoy cocinando con las patas de mi cama. ¡No te rindas!”. ¿Qué es lo que hace que una señora así, que vive en esas condiciones, cocinando con las patas de su cama, le diga al Comandante que no se rinda? Bueno, cuando nosotros seamos capaces de responder esa pregunta, vamos a tener una idea mucho más clara de lo que es ese sujeto. Y de lo que sigue siendo, además.
—En tu artículo dices que entre esa cultura política de izquierda había gente que llegaba a asumir cierto desprecio por lo popular. ¿Cómo el chavismo surge entre una izquierda con esas características?
—Porque estamos hablando de una expresión política más bien marginal. Que luego, inmediatamente después del 27 de febrero va a tener una expresión importante, pero estábamos atravesando por una etapa de mucha convulsión. Estoy hablando más o menos de los años de la militancia mía, del 90, 91… Pero previo a eso también, aquí en los 80, hay una militancia política, algunos ubican el meridazo del 87 como un antecedente del 27, a mí me parece que eso no es descabellado, en lo absoluto. El meridazo tiene un protagonismo indudablemente estudiantil, pero lo que hace al meridazo lo que fue es que trascendió los límites del mundo estudiantil. Es decir, me parece que el fenómeno del 27 de febrero es un fenómeno de masas, literalmente, y la militancia de izquierda era un fenómeno como ya te decía marginal, tenía sus limitaciones, era muy pequeña pues. En algún momento, eventualmente, podía servir de disparador, de detonante de algunas cuestiones, pero cuando se convierte en un fenómeno de masas es porque se ve sobrepasado completamente.
—¿Cómo se relaciona el chavismo con esa cultura política de izquierda?
—Yo creo que una de las fuentes del chavismo es la izquierda. Y no lo digo porque yo venga de la izquierda y quiera salvar mi parte, todo lo contrario. Uno tampoco puede generalizar cuando habla de la izquierda. Hay una tradición cultural, de cultura política de la izquierda profundamente autoritaria, pero la izquierda tiene y tendrá algo que nunca tuvo la derecha, que es su vocación libertaria, su vocación por el trabajo político con el pueblo, su voluntad transformadora. Yo creo que nosotros de la misma manera que tenemos la necesidad de reconstruir la historia del chavismo en los años 90, cómo aparece, cómo se expresa, de esa misma manera nosotros tenemos que reconocer la militancia de izquierda. Pero la militancia de izquierda no de los muchachos que se fueron para la guerrilla y toda la historia romántica, sino la militancia de izquierda en los 70 cuando ya la guerrilla fue derrotada. O sea la izquierda que milita, la izquierda que está en el barrio, que hace trabajo cultural, precisamente, que moviliza, que organiza, o sea que mantiene en esos años, digamos de la derrota, se mantiene en la militancia, se mantiene preparando algo que en algún momento va a insurgir.
El 27 de febrero no se explica sin esa militancia. Evidentemente el sujeto del 27 de febrero no es ese, pero bebe de eso. Entonces, no podemos desconocer eso tampoco. Me parece que hay una generación, en los 70, en los 80, absolutamente inexistente en nuestros análisis, en la historia que nosotros escribimos. Y yo creo que actualizar la revolución cultural hoy en día significa aprender de esa experiencia. De manera que nosotros no solamente tenemos que desaprender la cultura política de izquierda, ser un poco más humildes y escuchar a la gente, a la persona común y corriente que tiene los problemas que tiene cualquier persona, y que tiene unos niveles de conciencia que ya lo quisieran muchas sociedades en este mundo. Sino aprender de esa izquierda también. O sea, desaprender la cultura política en la que yo me formé, que es bastante vertical, autoritaria, que mal entendía el tema de la disciplina, es aprender de esa otra izquierda. O sea, no es en absoluto un discurso medio “posmo”, contra la izquierda. No hermano, yo vengo de ahí, yo reivindico la militancia de izquierda, y el aporte de la militancia de izquierda a este proceso revolucionario. Pero, justamente, la izquierda no es lo mismo en todas partes, la izquierda es una abstracción también. Eso hay que desagregarlo, hay que desgranarlo, hay que, en fin, contar la historia.
—¿Existe una manera “chavista” de hacer las cosas, de aprender y desaprender, como dices en tu artículo?
—Yo creo que uno tiene que asumir el ejercicio de la política como un ejercicio de experimentación. Tiene que ver con lo que hemos hablado. Hermano, yo cuando digo en ese artículo que yo aspiraba a ser un articulista de El Nacional, eso es verdad. A mí me daría pena en estas circunstancias decir eso, pero hace 20 años esa era mi aspiración. Era una cosa que me producía orgullo. ¿Y sabes qué me alegró más? Me alegró que cuando yo conté eso, en el auditorio donde yo lo conté, la gente se rió. O sea, constatar que para la gente eso ya no es un horizonte de vida. Para todos los que, cuando llegara el domingo era una aspiración sentarnos a leer El Nacional, 20 años después vivir en una sociedad como la de hoy, no podemos sino sentirnos felices. Felices además de que esa élite, tan torre de marfil, tan sabionda, saber que esa gente ya no tiene el lugar que tenía, eso es muy bueno.
Es muy propio de esas élites, que además son tan mediocres, el discurso que también vimos con el peronismo, de “alpargatas o libros”. O sea que nosotros los bárbaros estamos reñidos con la cultura, estamos reñidos con los libros. Y siento que nosotros muchas veces nos ponemos a la defensiva en ese debate. Y entonces tratamos como de convencer, no sé a quién, de que nosotros sí somos cultos, de que nosotros hemos leído y tenemos un poco de libros y hasta los leemos y hasta los entendemos. Y bueno hermano, independientemente de que eso sea así, yo creo que de vez en cuando no está de más reivindicar la política en la que nosotros creemos. Yo recuerdo a (Walter) Benjamin cuando hablaba de la “pobreza de experiencia”, a veces la pobreza está asociada al hecho de haber experimentado tanto algo.
Es decir, no hay mayor contribución a la cultura que queremos construir que desaprender la cultura que nosotros aprendimos. Y eso pasa por desaprender los libros que nosotros leímos también. No hacer culto de los libros, del objeto. Ser culto no es acumular conocimiento por acumularlo. Si ese conocimiento no sirve a la causa del pueblo, hermano, ¿para qué sirve ese conocimiento? Entonces, en última instancia, frente a los sabiondos y la gente de la “cultura”, sobre todo la “alta cultura”, que mucho ha leído, que mucho ha escrito, que mucho sabe, yo creo que la mejor manera de terminar esta entrevista, es haciendo una invitación, bastante intelectualosa, a leer a un tipo que se llama (Jacques) Rancière. Léanse El maestro ignorante.
Rancière no lo sabe, pero Rancière es bastante chavista. Yo creo que Rancière, como digno europeo, no ha entendido mucho de qué se trata esto, así como mucha gente en América Latina, la intelectualidad en general, sobre todo la intelectualidad que se formó en los viejos valores. Pero yo creo en esa igualdad, o sea, yo creo que todo el mundo sabe, y yo creo que el líder político debe parecerse un poco a ese maestro ignorante, y plantearse con la gente una relación entre iguales, y no ese “yo soy el que sé y tú no sabes”. Nosotros balbuceamos porque no sabemos todavía cómo es eso. Pero, mientras haya Revolución Bolivariana, vamos a tener la oportunidad de ese balbuceo convertirlo cada vez más, no solamente en un discurso más coherente, sino sobre todo en una práctica más eficaz, con mayor eficacia política.
—Para finalizar, ¿qué te trajiste del Ministerio de las Comunas para trabajar en el Ministerio de la Cultura?
—La comprensión de que ese es un espacio, la comuna no es un sujeto, es un espacio, la comprensión de que ese es un espacio decisivo para la consolidación de la Revolución Bolivariana, y la necesidad de volcar parte del esfuerzo de la Cultura en ese espacio.