El teatro demuestra su vitalidad en la expresión contundente y bien forjada de Rowinsky en su laberinto, presentada en el Festival de Teatro Venezolano. No se trató de una función más, fue un terremoto intelectual y emocional, un manifiesto escénico que no entretiene, sino que confronta, que enciende el pensamiento crítico y la voluntad de transformación social.
Autora: Giordana García Sojo / Fotos: Roiner Ross y Saúl González
Como espectadora, fui testigo de la coherente arquitectura que Alberto Rowinsky, en su doble condición de dramaturgo y director, ha construido. La obra no es una mera sucesión de fragmentos, sino una tesis dramatúrgica donde tres momentos históricos aparentemente distantes ‒el Plan Cóndor en el Cono Sur, el juicio a Sacco y Vanzetti, y el sabotaje petrolero en Venezuela‒ se ensamblan para articular una reflexión unitaria sobre los mecanismos de la opresión capitalista y la resistencia popular.
Dentro de este marco conceptual, la labor de Nova Rowinsky como actriz resulta fundamental. No se trata de una presencia filial, sino de la encarnación física del verbo dramático de su padre. En particular, su ejecución del monólogo de la abogada defensora en el segmento de Sacco y Vanzetti fue algo más que una buena actuación, fue un ejercicio de encarnación escénica. Logró infundir al texto una dimensión interseccional palpable, conectando la lucha obrera histórica con las reivindicaciones feministas contemporáneas sin forzadura retórica, demostrando que la justicia es un concepto indivisible.
La puesta en escena, sobria y efectiva, evita el panfleto para sumergirnos en un estado de reflexión crítica. No se nos dan respuestas, se nos presentan encrucijadas morales. El verdadero “laberinto” del título no es narrativo, sino ético: es la disyuntiva que enfrenta cada individuo entre la comodidad de la indiferencia y el riesgo de la acción colectiva. La obra sitúa al espectador en ese lugar incómodo y necesario, interpelándolo directamente.
Salí de la función con la convicción de haber presenciado una obra mayor. Rowinsky en su laberinto es teatro de ideas en su estado más puro y urgente: un proyecto estético que es, al mismo tiempo, un acto político. Consolida a Alberto Rowinsky como un maestro indispensable del teatro crítico latinoamericano y revela a Nova Rowinsky como una intérprete de formidable potencia y conciencia escénica. Es el tipo de obra que no solo se ve, sino que se estudia y con la que se dialoga, mucho después de que caiga el telón.
Fotos: Saúl González







