Es la mañana del 19 de abril. Escribimos inmediatamente después de aquella que la oposición ha definido “la madre de todas las manifestaciones”: el apoyo de la plaza al gobierno de Nicolás Maduro. Para la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), el gobierno dirigido por el exobrero del Metro es un “régimen dictatorial” que ejemplifica el fracaso del socialismo -tal vez también en la forma actualizada del siglo XXI-, y requiere el regreso al Modelo FMI. El Fondo Monetario y Banco Mundial, de hecho, se han apurado a declarar, justo ayer: “Si nos llaman, estamos aquí, para evitar el default de Venezuela”.
Por Geraldina Colotti
Città Futura, Italia
Desde hace meses los grandes medios cuentan sore una Venezuela al borde del abismo: inflación y precios por los cielos, escasez de alimentos y medicinas… Maduro –argumentan- guía un gobierno corrupto, opresor y “narcotraficante”, que ha llevado al hambre a un país dotado de recursos naturales gigantescos. Y debe renunciar. En este caso -vaticina el FMI- podrá esperar alguna recuperación económica el año que viene. En este caso, se sabe, las proyecciones económicas –o al menos su lectura- cambian como por arte de magia. Así se ha visto durante las elecciones en Argentina que han llevado a la victoria de Macri o en los meses del golpe institucional contra Dilma Rousseff en Brasil.
Los dos grandes países están ahora magicamente “en crecimiento”: pagado con miles y miles de despidos y hasta el punto de poner, como nueva norma constitucional, la limitación por veinte años del gasto social en Brasil. Al contrario, en Venezuela el gasto social continúa constituyendo más del 70% del PIB: no obstante la drástica caída del precio del petroleo y las agencias de rating que imponen al país –calificado como de alto riesgo- de pagar impuestos exorbitantes para obtener un préstamo. Pero, ¿a quién le importa?
Como en los tiempos de Allende, como en la Nicaragua sandinista, como durante todo el curso de la “revolución bolivariana” iniciada con Chávez, el objetivo es el de “hacer estallar la economía” para provocar descontento en la población y justificar los golpes de Estado de nuevo tipo (golpe institucional o “revoluciones coloradas”).
Desde el 15 de abril del 2013, cuando Maduro ha vencido las elecciones luego de la muerte de Chávez, ha comenzado un ataque in crescendo de raras proporciones: guerra económica y financiera, sabotajes, sanciones de EEUU, intervenciones de grandes organismos como la Organización de Estados Americanos en la persona de su Secretario General, Luis Almagro. Todo sostenido por una poderosa propaganda de guerra a nivel internacional.
Si los cerebros no hubieran sido terremotados por el “final de las ideologías”, la puesta en acto de la lucha de clase, del derecho de los pueblos a la rebelión y de la capacidad de considerar ilegítima una legalidad que asesina aunque con las manos limpias, se asomaría al menos una duda: ¿verdaderamente los varios Casini, Cicchitto, Tajani –promotores de mociones sancionadoras contra Venezuela– son los verdaderos defensores del pueblo venezolano? ¿Gobiernos como el mexicano, colombiano, hondureño o guatemalteco, de verdad pueden dar lecciones de derechos humanos al socialismo bolivariano?
Las fosas comunes en México (y los 43 estudiantes desaparecidos), los falsos positivos y los homicidios específicos en Colombia, el golpe y el asesinato de ambientalistas en Honduras (Berta Cáceres), las violaciones a los derechos humanos y las 41 adolescentes quemadas vivas en Guatemala, ¿no merecerían una obsesión al menos igual a aquella que anima las acciones de Almagro contra Venezuela? ¿Y la verdadera indignación contra el fascista Trump no merecería alguna miga de coherencia, más cuando él sostiene que el gobierno de Maduro no respeta los derechos humanos?
“Trump es el verdadero defensor del pueblo venezolano”, ha declarado la señora Lilian Tintori (partido Voluntad Popular y esposa de su líder encarcelado Leopoldo López) luego de haber ido a los Estados Unidos. ¿Ninguna duda de que algo grita cuando los gobiernos conservadores destruyen la presidencia de Bolivia en la OEA para votar las sanciones a Venezuela? Nadie. ¿Cómo dudar si también grandes ONGs humanitarias asumen la defensa de López, transformándolo en un “prisionero de conciencia” contra la “dictadura”?
“Acuso a los opositores, la derecha que ha manifestado y ha quitado la vida a mi hijo”, ha declarado Marbelys Jiménez, madre del muchacho asesinado en un complejo de casas populares edificadas por el chavismo, y ha pedido justicia. De idéntico tenor las afirmaciones de otros padres, militantes chavistas, que han tenido hijos asesinados por francotiradores. Un escenario análogo a aquel que se verificó durante el golpe de Estado contra Chavez, en el 2002. Sin embargo, las derechas venezolanas y los grandes medios que les sostienen también en Italia inmediatamente han acusado a “los colectivos”, las asociaciones territoriales que apoyan al gobierno y que se disputan el territorio de las mafias y al paramilitarismo. Muertos atribuídos al “dictador Maduro que debe renunciar”, sin esperar a las elecciones fijadas para el 2018. ¿Por qué? Porque lo piden Washington y las grandes multinacionales.
Todo sirve para enturbiar las aguas. Si en un sistema de equilibrio como el bolivariano, basado en cinco poderes, uno de éstos quiere prevalecer sobre los otros (el parlamento, gobernado por la derecha), no es golpismo, sino democracia. Si el órgano sujeto a mantener el equilibrio –el Tribunal Supremos de Justicia- busca poner las cosas al puesto, es “autogolpe”.
En la propaganda, vence quien llega primero, obligando a los otros a jugar de reserva.
Regresemos al ejemplo chileno. ¿Por qué no obstante el caos provocado por la derecha, la izquierda de entonces no invitaba a Allende a renunciar? Porque en los años 70 del siglo pasado, era más fácil “situarse” que distinguir. En Europa habían corrientes políticas definidas, había una izquierda y una extrema izquierda, si era capaz de “ver” la derecha chilena en plaza. Hoy, en cambio, los medios nos cuentan sobre “sociedad civil” y derechos humanos: términos totalmente vagos y “atractivos” que esconden la historia, los sujetos, las razones del conflicto.
La alianza MUD (Mesa de Unidad Democrática), de democrática tiene muy poco, de unitario menos todavía, tratándose de una alianza en lucha por el poder que la mesa está lista a derrocarlo en cualquier momento. Pero viene presentada como el máximo emblema de la “democracia”, porque presenta un cuadro similar a aquel europeo: está compuesta por partidos de extrema derecha, de derecha clásica y de la derecha socialdemócrata.
La novedad es que, mientras hasta hace treinta años la socialdemocracia todavía se podía situar a la izquierda, hoy se pone a la derecha. La incursión del chavismo lo ha puesto al desnudo. La alianza objetiva es “contra-natura” pero provoca un cortocircuito en la cabeza de las personas en los países como Italia donde a irrumpir en la crisis política ha sido sólo un híbrido como el Movimiento 5 Stelle. Si dictadores verdaderos y verdaderos gobiernos canallas fueron absueltos porque eran amigos de Europa, si golpistas verdaderos se convertían en maestros de ética y la “democracia participativa” la peor de las dictaduras, tiene que ver sin dudas el balance de las representaciones políticas tradicionales. Tiene que ver la carrera al centro de las derechas socialdemócratas, en Europa y en el sur global. Sobretodo, pero tienen que ver los grandes interéses.
Venezuela evidencia el miedo de las clases dominantes y el tentativo de bloquear el ciclo redistributivo puesto en marcha por el “socialismo del siglo XXI” a favor de sectores populares. Es necesario por esto desterrarlo como “ciclo populista” que debe terminar inmediatamente. La torta debe ser repartida entre los mismos de siempre, los otros que se lleven el mínimo y se callen. Confundiendo los cerebros con la categoría de “populismo” ponen todo en el mismo caldero, se prefiere favorecer el avance de las derechas xenófobas para no tener que ver con una izquierda verdadera.
Como sostiene el analista francés Maurice Lemoine, “es equivocado continuar a decir que existe una derecha, una izquierda y una extrema izquierda: porque en realidad existe una derecha, una segunda derecha y luego una izquierda”. Como periodista -añade- “estoy desesperado por ver el estado en el que se ha reducido la profesión, no porque rechace el pluralismo sino porque no hay más pluralismo, como bien se evidencia del modo en el que vienen tratados estos temas. Los grandes medios son un actor fundamental en los procesos de desestabilización. No es un caso si la primera medida de Macri en Argentina ha sido la de meterse con el organismo regulador de los medios, con la red que retransmite los debates en el Senado, con Telesur. Controlar los medios es fundamental”, pero Lemoine, una de las pocas voces disonantes en Francia, señala también la importancia de otros actores: “algunas grandes organizaciones para la defensa de los derechos humanos, como Human Rights Watch y Amnesty International. Cabe señalar –explica– que he sido por cuatro años Director de redacción de crónicas en la revista de Amnesty International, y que aprecio el loable trabajo. Sin embargo, las cosas que han escrito sobre Venezuela son escandalosas. Una entrevista al presidente de la sección venezolana definía a la Venezuela de los años 80, aquella de la revuelta por hambre del Caracazo, como “la Suiza de América Latina”, mostrando así su nivel de “imparcialidad”. ¿Y cómo hace para definir como “pacíficas” las manifestaciones del año pasado (2014), cuando entre los 43 muertos están también 8 policías asesinados con disparos de arma de fuego? En realidad, los exponentes de estas ONGs son personas de clase media, poco sensibilizadas por el hecho de que los primeros derechos a garantizar son aquellos económicos. Los periodistas deben poder decir cosas incómodas o contra corriente. Cuando Le Monde Diplomatique ha denunciado que Robert Menard, fundador de Reporters sans Frontière era un hombre de la CIA, todos nos han reprochado. Ahora que se declara abiertamente de extrema derecha, todos han podido darse cuenta que decíamos la verdad”.
¿Esto significa que el gobierno de Maduro ha hecho todo bien y que no hay que criticarlo? Todo el contrario, pero es más importante ubicar los términos del problema. Mientras tanto, en un país (y en un continente) en el que las anomalías tienen orígenes lejanos (en el colonialismo y en los sistemas que lo han servido), hacer las cosas de la mejor forma posible teniendo constantemente un cuchillo apuntado a tu garganta no es cosa simple. Y no es simple gobernar para quien pretenda llevar adelante reformas estructurales.
En segundo lugar, es necesario preguntarse si el regreso de las derechas y del neoliberalismo salvaje que vemos en acción en Argentina o en Brasil podría hacerlo mejor. Lo hemos visto también con Grecia. Es necesario poner en claro qué juego se esta jugando, la apuesta, los actores en el campo, sus proyectos y las actitudes que asumen frente a la perspectiva que en Venezuela se llegue al “modelo Libia”.
El Partido Comunista, Redes y otros movimientos menores que critican al gobierno bolivariano por no haber impulsado más rápidamente el pedal del socialismo, también mantienen su posición contra “las injerencias imperialistas”. Marea Socialista (un pequeño aglomerado político que recoge exministros chavistas y componentes de varios tipos), por más que se afanen, no forman un “tercer camino”. El laboratorio bolivariano debe resistir, regenerarse y relanzar la prospectiva socialista. El juego no está resuelto. Sino que nos atañe y es necesario apoyarla, con decisión y sin para-ojos.
Traducción: Gabriela Pereira