El periodista Gerardo Szalkowicz entrevistó al ministro del Poder Popular para la Cultura, Reinaldo Iturriza, para la revista Miradas del Sur en torno a temas como la construcción del estado comunal, la integración latinoamericana y la guerra económica que actualmente vive el país. “un ataque con la economía como el que estamos padeciendo no se había vivido nunca, a excepción del sabotaje petrolero de 2002, pero que duró dos meses. Los niveles de especulación y de inflación inducida nunca se habían expresado con tanta crudeza, es una guerra de baja intensidad con la que apuestan a debilitar la base moral del chavismo. De todas maneras, el presidente Nicolás Maduro encabeza una política de ofensiva económica –a través de la ley de precios y otros instrumentos– con la que recuperó la iniciativa política. Luego está el complejísimo y diverso campo de las tácticas que deben estar orientadas a la superación del rentismo petrolero”, señaló.
Entrevista por Gerardo Szalkowicz para Miradas al Sur
Hace poco menos de dos años, a Reinaldo Iturriza le tocó cambiar de vida. Dejar atrás la rutina de escritor-analista, militante de izquierda e “intelectual orgánico” muy vinculado al movimiento popular y ponerse el traje de ministro (metafóricamente, nunca lo verán de traje). Resignar disfrute con su beba de pocos meses y postergar la fecundación de media docena de libros para asumir un desafío que nunca quiso ni imaginó. “Yo lo que soy es un tipo que escribe. No tengo vocación de ministro. La revolución que estamos haciendo es una que me permite escribirlo sin que me cueste el cargo. Es que nunca se ha tratado de cargos ni de títulos. Se trata de responsabilidad. De hacernos responsables de nuestros actos, de nosotros mismos”, escribió hace poco en su “brevísima autobiografía para lectores acomplejados”. Su compromiso con la Revolución Bolivariana lo llevó a hacerse responsable de ese acto y aceptar la propuesta del presidente Maduro: en abril de 2013 se puso al hombro el Ministerio de las Comunas, espacio clave para la proyección estratégica del proceso chavista. Casi un año y medio después pasó a dirigir la cartera de Cultura. En esta entrevista, uno de los más lúcidos sociólogos y analistas políticos de Venezuela desmenuza logros, tensiones y peligros en la etapa que atraviesa el país, en la que, asegura, “Maduro está garantizando la continuidad del legado político de Chávez”.
–Muchos profetizaban que la ausencia de Chávez significaría el ocaso de la Revolución Bolivariana. Ya van a ser dos años y, con dificultades, se mantiene el rumbo. ¿Cuáles han sido los rasgos distintivos de la etapa que comenzó el 5 de marzo de 2013?
–Después de la muerte del comandante Chávez yo planteaba que lo primero que había que interrogarse no era qué iba a pasar con el chavismo sino con el antichavismo. La interrogante sobre el destino del chavismo era en algunos casos muy legítima pero en otros muy interesada y tendenciosa, porque iba asociada al deseo de que el chavismo desapareciera. Y aquí seguimos. Esa gente debería preguntarse hoy por qué seguimos aquí. El hecho principal de esta etapa es que el chavismo haya podido superar el obstáculo que significó la desaparición física del comandante. En cuanto a la oposición, desde 2007 se había producido un giro táctico que había orientado casi toda su táctica ya no a la salida violenta sino hacia una política menos confrontativa, más “pacífica y democrática” y de mimetización con el chavismo, con el fin de penetrar y minar su base social. El clímax de ese movimiento lo vimos durante la campaña presidencial de 2012, cuando Henrique Capriles intentó copiar hasta el lenguaje corporal de Chávez. Pero cuando el comandante muere, el antichavismo busca aprovechar las circunstancias para lanzarse con todas sus fuerzas una vez más. Y viene una arremetida muy fuerte de un sector de la oposición –que tiene línea directa con el gobierno estadounidense– decidido a derrotar a la revolución valiéndose de todos los medios posibles. Entonces hay un desplazamiento del liderazgo opositor y esos sectores bien fachos adquieren un protagonismo que no tenían desde hace muchísimo tiempo. Ese es otro de los signos fundamentales de esta etapa. Y se viene expresando con mucha procacidad, con la procacidad del fascismo. A partir de febrero del año pasado, claramente hubo un intento por desestabilizar la democracia venezolana a través de la agitación de calle, bastante localizada pero sumamente violenta, un nivel de violencia que no veíamos desde 2004. Se quemaron camiones de comida, se quemaron decenas de instalaciones, vehículos públicos… La idea era cruzar esa agitación de clase media alta con un golpe militar, que luego es develado y logra ser neutralizado. Esto abre una disputa interna muy fuerte en el seno de la oposición y poco a poco va menguando el intento desestabilizador. Con las denominadas “guarimbas”, toda la sociedad venezolana tuvo que pagar los platos rotos de una oposición que estaba padeciendo un caso serio de vacío de poder, había una disputa muy fuerte a lo interno por desplazar al liderazgo encarnado en Capriles. Todo esto radicalizando la línea del desabastecimiento, la escasez, la inflación inducida… Con el correr de los meses se produce la normalización del conflicto político pero no del económico, que se mantiene y no ha cesado en ningún momento.
–Precisamente la llamada “guerra económica” es una de las batallas principales de esta etapa, lo que también desnuda una de las mayores debilidades del proceso
–Sin dudas, un ataque con la economía como el que estamos padeciendo no se había vivido nunca, a excepción del sabotaje petrolero de 2002, pero que duró dos meses. Los niveles de especulación y de inflación inducida nunca se habían expresado con tanta crudeza, es una guerra de baja intensidad con la que apuestan a debilitar la base moral del chavismo. De todas maneras, el presidente Nicolás Maduro encabeza una política de ofensiva económica –a través de la ley de precios y otros instrumentos– con la que recuperó la iniciativa política. Luego está el complejísimo y diverso campo de las tácticas que deben estar orientadas a la superación del rentismo petrolero. En nuestro caso, por ejemplo, cuando estuve al frente del Ministerio de las Comunas, invertimos la matriz de financiamiento: antes la mayor parte de los recursos estaba dirigida a infraestructura y servicios, ahora la mayoría de los recursos va dirigida a la producción. La cuestión es que quedan muchas cosas pendientes por hacer. Pero el presidente, con mucha valentía y sagacidad política, está no sólo apuntando sus movimientos tácticos a todas las urgencias que implica neutralizar los efectos más duros de la guerra económica –como golpear el contrabando, que tiene tintes políticos, de desestabilización–, sino que no ha dejado de plantearse lo más estratégico: la revisión del funcionamiento del Estado.
–Y ¿hacia dónde va esa reestructuración del esquema de gobierno?
–El presidente habla de construir un sistema de gobierno popular, socialista, construir una forma distinta de gobernar, por eso crea entre otras cosas los consejos presidenciales populares, que son espacios de interlocución directa de distintos actores con el presidente. Que exista esa voluntad política para dirigir la revolución en ese sentido es lo que nos da fuerza para seguir aquí. Esta es una revolución literalmente asediada, fundamentalmente en el plano económico, brutalmente asediada con un esfuerzo sistemático por desmoralizar a la base social chavista. Pero tenemos un presidente que está garantizando la continuidad del legado inmaterial del comandante Chávez, que es el legado político, que entendió la manera de hacer política del comandante y lo está poniendo en práctica en circunstancias sumamente difíciles.
–El aspecto más rico y novedoso que aporta la Revolución Bolivariana quizá tenga que ver con la construcción del Estado Comunal (a través de los consejos comunales y comunas), en el marco de una democracia “participativa y protagónica”. A su vez, es un proceso bastante invisivilizado y poco difundido a nivel internacional. Cuéntanos cómo camina esa experiencia después de haber estado durante casi un año y medio al frente del ministerio que coordina este proceso.
–Los consejos comunales son territorios donde una parte importante de la población que vive allí está intentando construir algo distinto. Son espacios de participación que le dieron cabida al pueblo venezolano que se movilizó por el comandante Chávez, no son espacios de participación tradicionales donde hace vida el militante de izquierda, sino que lo hace la base del chavismo. Son formas de organización popular con una legitimidad que no tiene ninguna otra forma organizativa en el país. La construcción comunal es el ejercicio de implementar una política distinta, que supere la lógica clientelar, la lógica asistencial, sin caer en extremos de un autonomismo mal entendido. El gobierno bolivariano logró comprender la necesidad de que el sujeto comunero se fortalezca y eso a su vez fortalece la Revolución Bolivariana. Con todas sus limitaciones y con todos los errores, es infinitamente positivo el impacto que está teniendo. De hecho, parte gruesa de la estrategia opositora es deslegitimar estos espacios. Hoy ya contamos con más de 45 mil consejos comunales y unas 930 comunas registradas. Durante el tiempo que nos tocó allí, intentamos poner el ministerio al servicio del pueblo comunero, escuchando mucho, aprendiendo mucho, pusimos todo el esfuerzo en acortar la distancia entre el gobierno y el pueblo organizado, tratando de hacer eso que Chávez insistía tanto que es la transferencia del poder.
–¿Qué es el proceso comunal a la Revolución Bolivariana?
–El comandante Chávez decía que es una visita al futuro. Es la apuesta estratégica. La comuna es el territorio donde se está tratando de recrear la sociedad que tiene que terminar de imponerse sobre la sociedad donde todavía mandan los poderes facticos. Chávez decía que un alcalde gobierna si acaso en la pequeña capital de su municipio, pero más allá de esa porción pequeña del territorio gobiernan los poderes facticos: gobiernan los latifundistas, las fuerzas policiales o parapoliciales, gobiernan los oligopolios, gobierna el capitalismo. Entonces la apuesta del comandante de las comunas es ir creando espacios de libertad, que el pueblo construya formas superiores de delegación que le permitan un cierto control sobre el territorio y una cierta capacidad de maniobra para tomar decisiones. Siempre en alianza con el gobierno nacional, que además le garantiza una fuerza que de otra manera no la tendría. No es el socialismo utópico que crece al margen del Estado, todo lo contrario, es una política del gobierno bolivariano, pero ojo, que si la tutelas la destruyes: la revolución no se hace desde el Estado.
–Y ¿cómo analizas, ahora desde adentro, esa tensión y esa contradicción de construir un nuevo Estado desde el viejo Estado?
–Creo que se trata de reconocer que esa contradicción existe, no eludirla nunca, reconocerla, verbalizarla incluso, problematizarla de manera permanente. Eso supone múltiples problemas todo el tiempo, todos los días, y tener claro siempre que estar aquí sólo tiene sentido si es para ponerse al servicio de eso que se está construyendo en el territorio. Entonces es una tensión que está ahí, que tiene que estar ahí permanentemente. Si la tensión deja de estar es porque perdimos. No hay que tenerle ningún tipo de temor, todo lo contrario, hay que estimularla.
–¿Hay posibilidades de que un Estado se autodestruya?
–Absolutamente. Y sin falsa modestia. En Venezuela ese debate de que todo hay que construirlo al margen del Estado es absolutamente extemporario, el comandante Chávez tenía sumamente claro que había que ser subversivo en el Estado. Tampoco somos ingenuos, esto es un monstruo… Por eso me parece importante lo del gobierno de calle (método implementado donde los ministros realizan permanentes recorridas por todo el país), no como una oportunidad para ir, hacer eventos, sino la calle como la gran escuela de la política, repensar los métodos de gobierno. Y creo que el presidente Maduro ha sido bastante franco, sumamente honesto intelectual y políticamente, con el tema de la burocracia, de la manera en cómo funciona el gobierno. Es una reflexión que está haciendo permanentemente.
–Por último, ¿cómo analizas la etapa que atraviesa América latina en cuanto a cierto estancamiento del proceso de integración y de lo que algunos llaman el avance de la “restauración conservadora”?
–La restauración conservadora es un riesgo permanente. En medio de una crisis, la tendencia a pretender –ingenua o interesadamente– que la salida es con más pragmatismo y con menos política es algo que está presente siempre. En ese sentido podríamos decir “es la política, estúpido”. Siempre lo fundamental es la política. En el proyecto nuestroamericano, en esa construcción de la unidad latinoamericana, pretender que podemos negociar con el capital financiero, el capital transnacional, con las oligarquías, es un camino sumamente peligroso. Yo tengo la hipótesis de que un gobierno con vocación popular que tenga clara esa línea política difícilmente pueda ser derrotado. Eso no quiere decir que todo lo que se avanzó en todo este tiempo sea irreversible, pero me da la impresión de que esta amenaza de restauración existe como riesgo en menor medida de lo que muchos analistas ven. A los analistas les gusta competir para anunciar los fines o los comienzos; las cosas comienzan o terminan, todo el tiempo, el problema es que muchas veces nos limitamos a la generalidad y hacemos análisis superficiales y no estamos muy pendientes de lo que están opinando, pensando y a qué están apostando los pueblos. Creo que la apuesta nuestroamericana sigue estando muy vigente. Cada elección supone el riesgo de retroceder, pero eso sigue estando todavía en las manos de quienes están conduciendo estos gobiernos con vocación popular y, por supuesto, en última instancia sigue dependiendo de la voluntad de los pueblos.