Un niño se burló de él porque hizo un letrero con errores ortográficos. Entonces, con casi 40 años encima, decidió retomar su educación, abandonada por razones de pobreza, en tercer grado. De ese esfuerzo autodidacta surgió uno de los más sublimes poetas y compositores de Venezuela.
Texto: CiudadCCS (Clodisvaldo Hernández / Ilustración: Alfredo Rajoy)
“He pensado más en alimentar el espíritu que la materia”, le respondió Luis Mariano Rivera a Simón Díaz cuando este le preguntó, durante una entrevista de televisión, cuál era el secreto de su longevidad y buena salud. Corría el año 2000 y Rivera, que entonces tenía 94 años de edad, recibió a Simón y a Gualberto Ibarreto en su casa de Canchunchú, cerca de Carúpano. Habló y cantó con ellos, sentado en su chinchorro.
Solo le quedaban dos años más de vida, pero cuando se marchó, en 2002, Rivera dejó una invalorable herencia de poesía y música popular, que ya es patrimonio del país entero.
Los versos sencillos y hermosos que le dedicó a las riquezas del campo donde nació y vivió sirven de espejo para perfilar su propia obra y hasta para definirlo a él, como persona: sus canciones son humildes como la “cerecita de mi monte, frutica sabrosa y pura / acidito de mi cielo y de mi tierra dulzura”; sus rimas “sacan el sabor de nuestro suelo” como el mango de hilacha, al que comparó favorablemente con la manzana importada; las historias que cuenta, a veces, son tristes como la guácara que tiene dos cachitos a guisa de ojos; y otras veces parranderas, como la que enseña a hacer un sancocho a la oriental; y otras más relatan la cotidianidad del pueblo, como el caso de Francisca Antonia, la nietica descarriada de la pieza “Mi comay Juana María”.
Por supuesto que definir la obra de Luis Mariano y no apelar a las palabras de otro genio de la canta popular, Alí Primera, es un despropósito. En su pieza “La canción de Luis Mariano”, el “Panita” no pudo ser más descriptivo e inspirado: “Con brillos de pumarrosa y con olor de guayabas / la canción de Luis Mariano es canción entre dos aguas: / entre el agua de su mar y el cocotal de la playa”. Y siguió agregando detalles de lo más pictóricos: “Verdor de caminos, orilla ’e sabana, / es novia del cuatro, la canción de Luis Mariano / me sabe a sancocho ’e playa”. Todavía más en la voz de Alí: “Es tierna como las manos de mi abuela en su plegaria, / la canción de Luis Mariano es canción de la esperanza / porque mi pueblo sea un pez reventador de atarrayas”.
Uno de los aspectos más impresionantes de la vida de Rivera, nacido el 19 de agosto de 1906, es que, casi llegando a los 40 años, apenas si sabía leer y escribir. Cuenta la leyenda que un niño se burló de él porque escribió “depocito de yelo”, y esto le produjo tanta vergüenza e indignación que retomó sus estudios de primaria, interrumpidos en tercer grado por culpa de la pobreza que atosigaba a su familia.
De aquel retorno a los libros no solo surgió alguien capaz de escribir correctamente “depósito de hielo”, sino que brotó la capacidad expresiva de un sublime poeta, capaz de retratar en letras y acordes “la blanca azucena que el aire perfuma en las noches serenas” de su “Canchunchú florido”, o recoger la esencia de las “humildes flores que no tienen nombre, pero dan olores, / flores que conformes se sienten dichosas en dar sus perfumes a las mariposas”.
El comandante Hugo Chávez fue un gran admirador de Rivera. En uno de los primeros programas de Aló Presidente, tuvo una emotiva conversación telefónica con el compositor. Años más tarde, en 2007, en otra emisión del programa, el líder bolivariano evocó aquel hermoso diálogo con una frase que sirve de resumen para la bella vida de este sucrense: “A los 48 años le escribió a su ‘Canchunchú florido’ y se dio cuenta de que era poeta”.
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