La Bronca

Texto de Silvia Abaca, periodista y docente argentina sobre el fallecimiento de Chávez, la reacción del pueblo y de la oligarquía no sólo venezolana, sino mundial.

Tengo bronca, mucha bronca, una bronca profunda y sorda que parece que me sale desde el centro del cuerpo. Bronca por una muerte injusta y más bronca todavía por todas las miserias dichas y escritas a su alrededor.

Se murió Chávez y más que tristeza me asalta una bronca ciega que no puedo refrenar. No es justo, no es bueno, no me gusta y es inevitable. Está muerto, se fue para siempre y no se puede volver atrás. No creo en teorías conspirativas sobre su muerte, no tengo cómo probarlas (para afirmarlas) ni cómo negarlas. Tampoco creo en las casualidades, que cada uno piense lo que quiera, está en su derecho.

Pero lo que más bronca me da son las cosas que leo y escucho. Los festejos, los insultos, las eternas y repetidas mentiras, la chabacanería y el racismo, la burla, el odio desatado, como si el muerto pudiera volver y pedirles cuentas por lo que todavía nos deben. Porque nos deben y mucho.

Nos deben primero respeto al que no piensa como ellos, al que no quiere lo que ellos quieren y respeto por el dolor de un pueblo y de su familia. Pero también nos deben la entrega de nuestras patrias latinoamericanas al más vil de los colonialismos, los asesinatos, las desapariciones, las torturas, las persecuciones. Nos deben hablar de democracia, de la Constitución, de la república, del respeto a las instituciones y de desarrollo, cuando lo único que hicieron fue dejarnos miseria y exclusión. Nos deben también las mentiras repetidas hasta el cansancio, la soberbia, el desearnos el peor de los mundos y el tener la más asquerosa envidia por nuestros derechos conquistados.

Escuché y leí a ofendidos “intelectuales” pequeño burgueses criticar lo desmesurado de las demostraciones públicas de los militantes, funcionarios y del pueblo ante la muerte del Comandante. Cómo se les ocurrió pasearlo por toda Caracas, cómo se les ocurrió cantarle, cómo se les ocurrió embalsamarlo. La verdad, a fuer de ser sinceros, esto último también me hizo ruido (profesional de clase media argentina, al fin), pero después pensándolo mejor me dije: “que lo hagan, si eso los consuela, que joder”. Hay tanto muerto vivo diciendo estupideces por ahí, por qué no condescender que los negados de esta tierra tengan presente para siempre el cuerpo de quien vivió por ellos y para ellos.

Y como en una película ya vista hasta el cansancio se volvieron a repetir las mismas canalladas que se dijeron por estos lares ante la muerte de Néstor: que el muerto no estaba en el cajón, que ya estaba embalsamado hacía semanas porque ya estaba muerto y no lo querían decir, que el cajón del cortejo no era el mismo que el de la capilla ardiente y todos los etcétera que se les ocurran. ¿Alguien en su sano juicio puede afirmar la infamia de que el dolor de esa madre y sus hijos era fingido porque ya sabían de la muerte de su ser querido hace por lo menos un mes atrás? Pues sí, también lo afirmaron, y ni qué decir de que ahora se rasgan las vestiduras en nombre de la “institucionalidad” venezolana porque, según ellos, los chavistas usan el cadáver como elemento de campaña electoral.

También en nombre de esa institucionalidad se han convertido en expertos constitucionalistas y detallan con fruición las violaciones a la Carta Magna de Venezuela porque el que debía sumir en realidad era el Presidente de la Asamblea Nacional. Desde cuándo, me pregunto, estos caraduras redomados que han violado cuánta ley se les puso en el camino para defender sus espurios intereses les preocupa ahora si a Maduro le corresponde o no ser presidente. Les molesta profundamente que “un salido de la nada” ocupe el lugar que ellos consideran propio casi por derecho divino. Pero lo que más le molesta al punto de un odio sin límites es ver al humilde pueblo venezolano que por millones se volcó a las calles para despedir a su líder y que les dice como él dijo alguna vez: “al carajo”, vamos a votar a quien se nos dé la gana, y quien se les da la gana es Nicolás Maduro.

En estos días mi bronca se fue calmando bastante por milagro de miles de garganta repitiendo “Chávez vive, la lucha sigue” y de Nicolás hablando y cantando (canta horrible, pero lo queremos igual). Y entonces en Facebook (el inefable Facebook) aparece una fotito que volvió a reavivarla. La foto en cuestión muestra a Hitler de pie frente a prolijísimas cuadrículas de personas en un acto del nazismo con un cartelito que dice que no se puede medir la bondad de un hombre por la cantidad de gente que lo sigue, porque si así fuera, Hitler sería el hombre más bueno del mundo. Esto fue la cerecita del postre, la última porquería que estoy dispuesta a soportar, lo que me faltaba para terminar de subir y bajar a todos los santos del cielo (no pongo todos los insultos que me salieron porque no soy el Negro Fontanarrosa y la nota sería impublicable), y me revivió esa bronca sorda que no puedo dominar porque siento que la muerte del Comandante, como la de Néstor, les dio las única victorias que pueden obtener. Porque en las urnas, los verdaderos muertos son ellos.

No tengo ganas de poner la otra mejilla, no tengo ganas de guardarme los insultos, no tengo ganas de ser buena. Tengo ganas patearles el trasero y de decirles que son unos hijos de su buena madre (ponga el lector aquí lo que corresponde), que se vayan… donde se tiene que ir, que todas sus infamias (hagan lo que hagan y digan lo que digan) no van a evitar que Nicolás Maduro gane las elecciones en Venezuela, ni van a detener este proceso de liberación que se inició en nuestro continente y que ya no tiene vuelta atrás.

Silvia R. Abaca
Docente – Periodista

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Walter Ponte
Walter Ponte
10 años atrás

¡Qué mierda, carajo!! y me da mucho, pero mucho más bronca, que tipos como Néstor y Hugo, ya no estén con nosotros, mientras que otros decrépitos, que asco me daría nombrarlos, sigan colgándose de la traición a nuestros pueblos, colgándose del chupamediaje al tio sam, y colgándose de la mayor hipocresía, cuando en realidad lo mejor que podrían hacer, sería anotarse en el verbo que acabo de reiterar por 3 veces.
Comparto tu bronca, como te pido que compartas las lágrimas que se me escapan, cada vez, que como ayer, escucho el “Nunca menos”