Ya finalizaba la tarde cuando en las afueras del Teatro Nacional se iba congregando una multitud de espectadores, reunidos allí por el llamado curioso que suponía la función especial del largometraje criollo La planta insolente.
Texto: Ciudad Caracas
Adornando la fachada del histórico teatro, cual coincidencia intencional, se postraba orgullosa la inscripción que decreta el año y el nombre del autor intelectual de la edificación: Cipriano Castro, 1904. El vestibulo del lugar parecía sacado de la propia cinta, generando la sensación de estar en el despacho del presidente Castro cuando corría el año 1900.
Al acercarse la hora de la proyección, personalidades del cine venezolano y público general abandonaron la antesala, dando inicio a la ocupación en la imponente sala constituida por 797 butacas acomodadas bajo la obra del pintor Antonio Herrera Toro, y puesta al alcance del pueblo tras su reinauguración en 2010.
Una vez dentro, los murmullos expectantes se podían escuchar desde los asientos, seguido por el silencio que antecedió a las palabras de bienvenida de Jorge Antonio Gómez, presidente de La Fundación Villa del Cine, quien declaró que esa gran obra cinematográfica es un importante referente para comprender el momento histórico que atraviesa el país.
“Hay que conocer nuestra historia, conocer el pasado para entender el presente, pero sobre todo para planificar el futuro”, comentó Gómez al respecto.
A su vez, Román Chalbaud, director de la cinta, acotó que esta es su vigésima tercera película y que sin duda no será la última. Igualmente, reconoció la labor que emprendió Luis Britto García en la elaboración del guión. Finalizadas las palabras del director, las luces se atenuaron y el silencio precedió las secuencias que daban inicio a la película.
Las primeras imágenes ubican el transcurrir de la historia en el año 1898, justo a las afueras del despacho del entonces presidente Ignacio Andrade. Con la frase “cuando yo vuelva no espero” Cipriano Castro (Roberto Moll) intruduce al espectador en la trama que evoca un pasado vigente en los procesos políticos latinoamericanos.
La composición original del maestro Federico Ruiz envuelve en un leitmotiv las situaciones que se representan en el filme, donde la narrativa cinematográfica hace lo suyo, y en donde el realismo mágico se conjuga con la cronología de un pasado que se vuelve presente.