El caso Amanda Umek o la crisis del periodismo venezolano

El caso de una periodista venezolana cuyo esposo afirmó que había sido desaparecida tras publicar videos del actor Roberto Messuti, causó una ola de “informaciones” en medios privados, acusando al gobierno de ser responsable de su desaparición. Horas después, cuando ya se habían pronunciado decenas de periodistas y polìticos opositores incluyendo al propio Luis Almagro, secretario general de la OEA, se conoció la verdad, dejando en ridículo a quienes esparcieron la falsa noticia sin verificarla y causando muchas interrogantes sobre el ejercicio del periodismo en Venezuela.

Texto: Misión Verdad

En el transcurso del pasado 1 de abril se hizo viral en redes sociales la denuncia de la supuesta desaparición forzada de la periodista venezolana, Amanda Umek.

El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) en Venezuela, afirmó que pasadas las 2 de la tarde del sábado 30 de marzo, Umek había salido de su casa y hasta el momento de la denuncia se desconocía su paradero.

El gremio de periodistas publicó unos mensajes amenazantes (sin aclarar el origen) contra Umek en la red social Instagram, a raíz de unas fotos recientemente publicadas del actor venezolano, Roberto Messuti, que fueron interpretadas como la causa de su desaparición. El razonamiento fue tan automático como falaz: dado que el actor venezolano es chavista, entonces fue el gobierno venezolano quien la secuestró como conclusión de las amenazas recibidas.

El rumor sobre la supuesta desaparición forzada fue esparcido con rapidez en las redes sociales, empujado por los “influencers” antichavistas, Naky Soto y Luis Carlos Díaz, quienes dotaron de credibilidad automática la denuncia del esposo de Umek, Rainiero Pedroza.

Pedroza fue enfático al decir que lo que estaba diciendo no era mentira y que su estado de preocupación era “bastante grande”.

Para ese momento el juicio de la opinión pública, promovido bajo una actuación orquestada, había dictado veredicto: el gobierno venezolano era responsable de la desaparción. Y fue justamente el secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien termino de reforzar esta idea a través de su cuenta Twitter, “responsabilizando a la dictadura usrpuadora” de lo que pudiera pasarle a Amanda Umek.

La gran mayoría de medios venezolanos opositores (Caraota Digital, El Estímulo, etc.) y algunos internacionales que siguen la coyuntura venezolana (NTN 24, La República, entre otros), acataron la línea y se orquestaron para inyectarle verosimiltud al relato de la desparación forzada.

En adelante, se haría difícil contar los voceros políticos y mediáticos del antichavismo que se sumarían a la acusación de que efectivamente Umek fue desparecida por “la dictadura”. A su vez, la tensión generada en redes sociales fue aprovechada como un oportunidad para distraer la atención de lo verdaderamente importante: la decepción del antichavismo y la crisis de credibilidad de su dirigencia ante el evidente desgaste del plan para derrocar a Nicolás Maduro.

Las altas expectativas de un “quiebre rápido” del chavismo mediante una intervención militar estadounidense o multilateral, ha abierto paso a una ola de desencanto y frustración en las bases del antichavismo, a medida que se alejan estas posibilidades en lo inmediato.

Umek también era una oportunidad para reavivar el involucramiento de los países satélites de Estados Unidos en la región, con miras a proyectar la idea que la agenda de sanciones contra Venezuela debe mantenerse para evitar que continúen las “desapariciones forzadas” contra los periodistas.

Por esta razón, la ultra local y regional, representada por María Corina Machado y Luis Almagro principalmente, se adjudicaron el hecho como un caso personal y vital para su esquema de acoso y linchamiento a las instituciones venezolanas.

El giro y reacciones posteriores

En el transcurso de la tarde, cuando ya el relato estaba cerrado, la periodista Angela Vera hizo girar la historia.

Vera comentó a través de su Twitter que el martes en la tarde tenía información de Amanda Umek, lo que desmontó la versión de su desaparición por parte del SNTP. Umek había comprado un boleto aéreo para salir del país. Complementó argumentando que Pedroza, esposo de Umek, había mentido al gremio irresponsablemente, estimando que la periodista, al no tener visa estadounidense, estaría en México para pedir asilo en Estados Unidos.

Pedroza esperaba a Amanda en Florida, Estados Unidos, mientras decía más temprano que estaba desaparecida.

En resumen: Umek fingió su desaparición, su esposo la encubrió y los medios y voceros del antichavismo replicaron la mentira.

A partir de ese momento, la orquestación de medios y actores políticos quedaría desvelado, en este orden:

Ante el hecho de que efectivamente Umek no estaba desaparecida, surgieron opiniones de rechazo y molestia por haber fingido y haberse aprovechado de los mecanismos de denuncia del gremio.

Una situación para repensar el periodismo en Venezuela

En la historia reciente del periodismo venezolano, en una escala estrictamente profesional, el caso Umek quedará registrado como una demostración de falta de profesionalismo y honestidad. Tanto para Umek, que se aprovechó de “los mecanismos de protección periodistas” para granjearse un asilo en Estados Unidos, fingiendo una historia mezclada con supuestas amenazas en su contra, como para el propio SNTP y el resto de periodistas del antichavismo, que sin verificar la información dieron como cierta la versión de una desaparición forzada, para luego dar lecciones de lo que no se debe hacer.

Pero en una escala ética, lo de Umek da para repensar el estado actual de crisis del periodismo venezolano. Por un lado, por la crisis de credibilidad y deformidades en el ejercicio del periodismo que han dejado años de financiamiento estadounidense a través de ONG, medio por el cual se convirtió a los “profesionales de la información” en agitadores políticos y de propaganda, en quienes es imposible confiar.

En síntesis: ni a Umek, ni a quienes propagaron la mentira y luego echaron para atrás, les interesa lo que la sociedad piense de ellos, pues su actividad no depende de la relación con los usuarios. Ese narcicismo extremo, combinado a la financiación de Estados Unidos que le quitó la categoría de trabajo al periodismo, condenó esta profesión al fracaso en Venezuela.

En otro orden, de mucha mayor gravedad, con el caso Umek se hace visible cómo esa metamorfosis inducida y bien financiada disolvió las reglas básicas de funcionamiento del periodismo, haciendo del acceso de la información no un derecho, sino un acto de neurosis, histeria y preocupación constante para la sociedad. Un objetivo de guerra.

Nunca antes habían estado tan desnuda la muerte del periodismo en Venezuela.

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