Con el propósito de aportar un grano de arena a la concientización sobre el aborto, la Fundación Editorial El perro y la rana presentará este miércoles el libro Gancho, canela y sangre: de interrupción venimos a hablar, que reúne el testimonio anónimo de varias mujeres venezolanas acerca de su experiencia en el proceso de interrumpir su embarazo en el país. La actividad será a las 3:00 p.m., en la Librería del Sur de Gradillas.
Texto: FEPR
La práctica del aborto ha sido siempre un tema de opiniones encontradas, pues hay quienes luchan por la despenalización de este acto, alegando que cada mujer es libre de decidir sobre su cuerpo; por otro lado, está la postura de una sociedad conservadora que fundamenta su rechazo a esta práctica en el respeto a la vida.
No podemos dejar de lado la inequidad existente en la sociedad actual, impregnada por las costumbres de un sistema machista que no solo responsabiliza a las mujeres por los embarazos no deseados, sino que promueve el abandono del papel paterno, siendo también esta acción una forma de aborto que no cuenta con penalización alguna.
Lo cierto en esta situación es que la responsabilidad es de una sociedad ausente ante la necesidad de generar políticas públicas y una estructura educativa sobre el ejercicio responsable y libre de la sexualidad. Esto se ve reflejado en la popular frase: “Cada tres minutos nace un niño de una madre adolescente en Venezuela”.
El embarazo adolescente en el país muestra un incremento sostenido. En 2014, la tasa de fecundidad entre adolescentes con edades comprendidas entre 15 y 19 años era de noventa y tres por cada mil mujeres. En 2016, llegó a noventa y cinco por cada mil, según información emitida por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, con base en datos proporcionados por el gobierno.
Según las estadísticas, Venezuela registra el primer lugar de embarazo adolescente en las regiones andina, suramericana y caribeña. En el Plan Andino, por ejemplo, Venezuela supera a Bolivia, Colombia, Perú, casi duplica a Chile, el de menor incidencia con cincuenta y dos por cada mil. En lo que respecta al Caribe, supera por veinte puntos a Haití.
Aproximadamente, cuarenta y seis millones de mujeres del mundo se someten a un aborto inducido, el 78 % se ubican en los países en desarrollo y el 22% restante en los desarrollados. El 11% de todas las mujeres que sufren un aborto residen en África, el 58% en Asia y el 9% en Latinoamérica y el Caribe. El continente europeo y otros países del primer mundo tienen el 22% faltante. Se estima que, a escala mundial, de cada mil mujeres en edad reproductiva, treinta y cinco se practican un aborto inducido por cada año.
“Las mujeres no se embarazan para abortar” es la consigna que reta a una sociedad que sigue empeñada en apropiarse simbólicamente de la mujer. Al hablar de embarazo, maternidad, placer sexual y, sobre todo, del aborto, la libertad de las mujeres se esfuma para dar paso forzado a una serie de “deberes” que no son ya los propios, sino los de la pareja, la familia, las religiones, la humanidad y la cultura. En este sentido, sus cuerpos pasan a estar al servicio de una colectividad y de un deber ser construido patriarcalmente.
En muchos países, la interrupción voluntaria del embarazo es un derecho y puede ser realizada en condiciones seguras y con el debido acompañamiento.
El exhorto es a leer este libro con detenimiento, sin prejuicios y con respeto para poder hacer empatía con una realidad de miles de mujeres que ante la imposibilidad de asumir otra vida toman la difícil decisión de acudir al Gancho, canela y sangre para así continuar con sus vidas llevando a cuesta el doloroso recuerdo de lo ocurrido.