No es una tendencia nueva. De hecho, ya tiene gestándose unos cuantos años. Michael Bay y Zack Snyder son sus dos máximos exponentes. El primero la creó, el segundo la refinó. La enorme taquilla de Suicide Squad en su fin de semana de estreno parece ser el signo más evidente de que, finalmente, se ha impuesto en el gusto del público. Bienvenidos a la era del cine no narrativo, a la era del collage audiovisual vaciado de todo significado y propósito. Les presentamos la tendencia del cine “ambiental”, como esa musiquilla que se escucha en los ascensores y los lobbies de los hoteles. Sólo que más ruidosas.
Texto: Blogacine (Carlos Caridad Montero)
Es un producto derivado directamente de la publicidad y el video musical. No en vano sus dos principales exponentes, los arriba mencionados Bay y Snyder —quien fuera el encargado de dirigir el diseño del universo cinematográfico de DC, del que Suicide Squad forma parte—, iniciaron sus respectivas carreras en ese mundo. Sin embargo, uno puede suponer que aquellos comerciales, tendrían más sentido y coherencia que sus cintas más recientes.
No se trata de que sean malos cineastas o que su cine sea mediocre. No. Estas películas son productos concienzudamente diseñados para las nuevas audiencias que acuden al cine no a ver películas, sino a vivir una experiencia sensorial, un embotamiento de los sentidos por medio del montaje trepidante, el sonido estruendoso, la música atronadora y las imágenes enceguecedoras. El cine entendido como atracción mecánica de parque de diversiones. O como sedante.
Las tramas narrativas de Man of Steel, Batman v Superman: Dawn of Justice y Suicide Squad están diseñadas para que ese espectador pueda chequear cada 30 segundos la pantalla de su teléfono móvil y no se pierda ningún detalle importante de la trama. La trama, de hecho, no contiene ningún detalle importante. Son películas lo suficientemente reiterativas y fragmentadas para que el crítico-blogger, presente en la sala, pueda escribir y enviar sus tuits acerca de lo que está sucediendo en la pantalla, en tiempo real y sin necesidad de concentrarse demasiado en la historia.
Y es que la historia en estas películas no necesita ir para ningún lado. La continuidad en los acontecimientos que la componen es innecesaria. No existe una relación lógica (ni ilógica) entre las motivaciones de los personajes, sus acciones y las consecuencias de sus actos. ¿Para qué, si igual el espectador no está poniendo atención? La trama es apenas eso que permite concadenar una escena tras otra, lo que mantiene juntas esas imágenes que se suceden entre los títulos de inicio y los créditos finales.
Quizás esta anécdota de Steven Soderberg ilustre mejor la clase de espectador al que están dirigidas películas como Suicide Squad:
Hace unos meses yo estaba en este vuelo Jet Blue de Nueva York a Burbank (…) Pagué el extra de $ 60 para conseguir más espacio para estirar mis piernas, así que estoy tratando de ponerme cómodo mientras el avión toma altitud. Y hay un tipo en el otro lado del pasillo frente a mí que saca su iPad y comienza a buscar cosas. Tengo curiosidad por lo que verá —es un tipo blanco de unos 30 años de edad. Y empiezo a darme cuenta de lo que está haciendo: ha cargado en su tableta media docena de extravagancias de acción y está mirando cada una de las secuencias de acción. Es decir, pasa por alto todo el diálogo y la narración. El vuelo de este hombre van a ser 5 horas y media de pornografía de la destrucción y el caos.
O, dicho de otra forma, películas en fast forward…
Algunos medios han supuesto que acaso estas películas incoherentes, cuya trama avanza a trompicones, dando bandazos, son el resultado de lo que en el argot hollywoodense se conoce como development hell: un desarrollo del proyecto infernal, con un montón de ejecutivos metiendo la cuchara en el caldo de la película, incesantes reescrituras de guión e incontables refilmaciones.
Pero tal y como la versión ultimate de Batman v Superman parece demostrarlo, la cinta fue concebida de esa manera desde un principio: a pesar de la reedición y el material adicional añadido por Snyder, la nueva versión sigue siendo casi idéntica a la que se proyectó en las salas de cine. O, al menos, sin una concienzuda comparación, resulta difícil diferenciarlas.
A mí no me cabe la menor duda de que los ejecutivos buscan este resultado ex profeso. De lo contrario, cómo se explica que Warner Bros. le haya encargado el montaje final de Suicide Squad a Trailer Park —una empresa dedicada exclusivamente a editar teasers y trailers— y no a otro director.
La única explicación posible es que las películas de esta nueva tendencia funcionan no sólo como continuación de las entregas anteriores de la franquicia, sino como avances de las futuras entregas. Un mega trailer de dos horas. Por eso, el montaje final luce como una lista de reproducción que mezcla escenas ya vistas hasta el hartazgo (¿cuántas veces tienen que morir los padres de Bruce Wayne para que a los espectadores les quede claro que el muchacho es huérfano?) con avances de los capítulos próximos a estrenarse, introducidos como sueños, cameos o flash fowards.
Hace años, un amigo mozambicano me contó cómo en los cines de su país pasaban las copias de las películas hasta que literalmente se hacían pedazos. Entonces, el proyeccionista procedía a empatar los fragmentos en buen estado sin ton ni son. Y proyectaba el resultado. El público veía aquellos montajes y parecía no causarles la menor extrañeza cuando un número musical típicamente bollywoodense culminaba en un frenético enfrentamiento a puñetazos y puntapies en algún templo shaolin.
Yo no estoy muy seguro de que aquellos collages improvisados mozambicanos sean más incoherentes o menos orgánicos que cintas como Suicide Squad.
Me parece que estás exagerando un poco, no son tan malas.
No entiendo nada