“No quiero otra noticia sino vos”. Juan Gelman comenzaba así uno de los poemas dedicados a su hijo y a su nuera. Marcelo había estudiado Filosofía y Letras en Buenos Aires y desde muy joven había trabajado como poeta y periodista. Junto a María Claudia, su esposa embarazada de siete meses, militaba en diversos movimientos de izquierda. Ésa fue la razón por la que los oficiales del ejército, popularmente conocidos como milicos, fueron a buscarles un 24 de agosto de 1976. Habían pasado cinco meses desde el levantamiento del militar Jorge Rafael Videla contra el gobierno de Isabel Perón.
Texto: Hipertextual (Ángela Bernardo)
Marcelo y María Claudia fueron secuestrados y conducidos al campo de concentración Automotores Orletti. Allí corrieron suertes parecidas. El hijo de Juan Gelman, después de ser torturado durante dos meses, fue asesinado con un tiro en la nuca disparado a medio metro de distancia. Su cuerpo fue encontrado en 1989 en un bidón lleno de cal. Los restos de María Claudia nunca fueron descubiertos. Oficialmente sigue desaparecida.
“Podrán imaginarse lo que significa esto para cualquier ser humano. Yo mismo puedo sentirlo; soy abuelo”, decía Juan Gelman en La Nación. El 31 de marzo de 2000, el poeta encontró a su nieta Macarena. La niña había nacido el 1 de noviembre de 1976 en el Servicio de Información de Defensa de Montevideo, donde habían trasladado a su madre. Ella, que tenía apenas dieciocho años, jamás volvió. Tampoco lo hizo Marcelo. Sus historias fueron el fiel reflejo de la suerte que corrieron miles de jóvenes durante la dictadura argentina, cuyo comienzo cumple hoy cuarenta años.
Cuando recibió el Premio Cervantes en 2007, Juan Gelman leyó un discurso titulado De pie contra la muerte. El poeta habló de El Quijote, del lenguaje vivo, de la memoria y de su dolor. Del dolor de todos los argentinos y, en general, de todos los que en el Cono Sur padecieron la Operación Cóndor. La estrategia militar que aniquiló entre el fuego y la barbarie a aquellos jóvenes de izquierda. Solo por creer. Solo por pensar diferente.
Gelman pasó buena parte de su vida buscando. Entre las sombras del pasado, entre las grietas que dejan las heridas que no han cerrado, el poeta escribió sobre el dolor y la muerte que llegó después del golpe de Videla, organizado un día como hoy hace cuarenta años. Y sobre el levantamiento militar hablaba Gelman precisamente en 2007:
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Un informe de Amnistía Internacional publicado en noviembre de 1976 fue el primero en alertar sobre las violaciones a los derechos humanos que la dictadura de Videla estaba cometiendo. La organización señaló en el documento que el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón fue visto por muchos observadores como “un hecho alentador”. Entre los problemas anteriores al golpe de marzo de 1976, la entidad cita “los estallidos continuos de actividades terroristas, las alartnantes consecuencias de la espiral inflacionaria, la omnipresencia de encarcelamientos políticos y el elevado número de misteriosos secuestros” (sic).
Tras su levantamiento, el militar Videla “se comprometió a reestablecer el respeto por los derechos humanos”, recogió el informe de Amnistía Internacional. Palabras de humo frente a hechos de plomo. Los observadores de la organización explicaron que “durante los tres primeros meses posteriores al 24 de marzo, se denunciaron asesinatos políticos en un número equivalente al doble de los registrados antes de esa fecha y durante el mismo período. El número de arrestos y secuestros aumentó; lo mismo ocurrió con el número de denuncias de tortura y la incidencia de muertes de personas bajo custodia”.
La dictadura de Videla desapareció a más de 30.000 personas. El militar, que años después, ya en prisión, admitió haber matado a 7.000 u 8.000 personas, jamás pidió perdón por las barbaridades realizadas. Pero el régimen del terror impuesto en Argentina formaba en realidad parte de un plan terrorífico más amplio: la Operación Condor.
Las dictaduras del Cono Sur, que incluían a los gobiernos de Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia, perpetraron un plan para reprimir a sus opositores durante la década de los setenta y de los ochenta. Todo ello amparado con el apoyo tácito, financiero y técnico de Estados Unidos. Kissinger conoció y aprobó la guerra sucia y el terrorismo de estado en Latinoamérica. La CIA colaboró en las torturas y las desapariciones, como demostraron documentos desclasificados en los noventa. En su visita a Argentina, Barack Obama también se ha comprometido a hacer públicos los documentos y archivos sobre la represión.
“Cabe señalar que la palabra desaparecido es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto”, clamaba Gelman en 2007. Y hoy, cuando se cumplen cuarenta años del levantamiento de Videla, es tiempo de memoria. Memoria para recordar a los infames vuelos de la muerte, demostrados en 2005 por el Equipo Argentino de Antropología Forense, que también colabora en la búsqueda de desaparecidos españoles.
La prueba irrefutable fue encontrada ese año al identificar los cadáveres de la fundadora de las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor de Devincenti, sus compañeras Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y Ángela Aguad y la monja francesa Leonie Duquet, secuestradas en diciembre de 1977. Las fotos del horror, como dio a conocer el Ministerio de Justicia en Argentina, demostraron que los militares torturaron, violaron y ataron las manos y los pies de aquellos que luego arrojó al vacío desde aviones. Bersuit Vergarabat dedicó una canción a los desaparecidos en el mar. Víctor Heredia también compuso una letra dedicada a los seres queridos que “el ingenio del odio desterró al olvido”.
La desaparición de Azucena Villaflor por parte de la dictadura argentina no frenó a la organización que había impulsado. Las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo siguieron concentrándose con sus pañuelos blancos, buscando a sus hijos y nietos robados. El plan sistemático del gobierno consistía en secuestrar a los recién nacidos de las mujeres detenidas, con el objetivo de darlos en adopción a políticos, militares y policías que apoyaban el régimen.
Como respuesta, las mujeres se concentraron en la Plaza de Mayo el 22 de octubre de 1977. Buscaban respuestas y encontraron un silencio atronador. La policía les ordenó circular, y así lo hicieron. Abuelas y madres comenzaron a dar vueltas alrededor de la plaza. Siempre con sus pañuelos, siempre con sus carteles. Siempre en la busca de los que jamás volvieron y de los hijos de los desaparecidos.
La labor a favor de los derechos humanos de estas mujeres tuvo su recompensa. Muchas de ellas hallaron a sus nietos. El último, el número 119, el pasado mes de diciembre. Mario Bravo se reencontró con su madre Sara, al igual que ocurrió con Juan Gelman y su nieta. Un trabajo doloroso e incansable que artistas como Sting, Bono o Bruce Springsteen homenajearon en sus conciertos.
En pleno 2016 continúa la búsqueda y los homenajes a los desaparecidos, los niños, los hombres y las mujeres secuestrados, torturados y asesinados por un régimen militar que llegó al poder un día como hoy hace cuarenta años. O, en palabras de Mario Benedetti, son los que “están en algún sitio / nube o tumba / están en algún sitio / estoy seguro / allá en el sur del alma / es posible que hayan extraviado la brújula / y hoy vaguen preguntando preguntando / dónde carajo queda el buen amor / por qué vienen del odio”. Que su nombre no se borre de la historia.