El Congreso Internacional Inventar la Democracia del Siglo XXI reunió a intelectuales, artistas, activistas de derechos humanos, militantes de movimientos sociales de 13 países del mundo. Entre ellos estuvo Vicente Zito Lema, intelectual, docente, militante, poeta y dramaturgo argentino, quien formó parte del foro titulado Cultura, comunicación y prácticas simbólicas. Transcribimos a continuación las palabras que compartió en esa instancia.
Texto: Marco Teruggi / Foto: Luigino Bracci
“Cumplí 75 años, o sea, que si sigo siendo profesor en la universidad, con más de 40 años, se debe casi a una excepción a la regla. Pienso que me he ganado el derecho a decir lo que se me viene a la cabeza, y lo que me viene primero desde mi edad, pero también desde mi práctica, es, especialmente hablándole a los más jóvenes, que nunca abandonen la sospecha. Hablo incluso de la sospecha en el sentido de ese filósofo alemán que tanto amo, y sé que seguramente amarán si lo leen, que se llamó Nietzsche.
Sospechar siempre, y en este caso también, si somos coherentes, deben sospechar de todos los que estamos acá, del ministro por ser ministro, y de nosotros porque ya que nos han puesto en un espacio de arriba frente a ustedes. Es como si tuviéramos algún privilegio, algún saber adquirido que vamos a transmitir a lo que históricamente se llaman los alumnos, es decir, gente sin luz, gente maldita, gente alejada de toda posibilidad de ser en la esencia del ser. Y hay que enfrentarlo siempre, porque como bien también recuerda Foucault, el poder viene de todas partes, de allá para acá, de aquí para allá, pero también, aunque sabemos que el poder va y viene y no es solo vertical, insisto que hay que sospechar específicamente del poder, más aún en estos tiempos porque en el hecho de que estemos en Venezuela y uno pueda decir tranquilamente lo que piense de este gobierno, aunque algunos creen que no se puede, porque la mentira también cunde por todas partes, uno también tiene que legitimar el lugar desde dónde habla, ¿por qué estoy aquí? ¿Desde dónde hablo? ¿Quién soy para decir y ser escuchado?
Vayamos desde lo pequeño, porque creo que lo pequeño dialécticamente contribuye al buen todo. Desde lo pequeño, aunque al que nombré no es pequeño, es un gran compañero, estoy aquí porque es un homenaje a Eduardo Galeano, y me parece bien que todos los que estén aquí lo recuerden desde distintos lugares, esencialmente desde haberlo leído. Pero yo también tengo otro recuerdo, que es el recuerdo del compañero de trabajo, porque compartí con Eduardo la aventura de la revista Crisis, esa revista que marcó que la literatura y la cultura latinoamericana lo fuera desde un espacio, mi país, donde ser latinoamericano era apenas una ilusión y no actos para la realidad. Trabajamos en Crisis, incluso compartimos en el momento más difícil la dirección de la revista, después nos fuimos juntos al exilio y a la vuelta volvimos a fundar la revista Crisis, y volvimos a dirigirla, yo desde Buenos Aires, y Eduardo desde Montevideo. Por lo tanto también estoy aquí como compañero de trabajo y de sueños de Eduardo, y como amigo de Helena, su mujer de siempre, gran amiga mía, como un acto de amor. Yo creo que a la muerte, desde el único lugar que se la vence es desde los actos del amor. Hacia vos Eduardo, amorosamente.
Pero volvamos a la legitimación de los que estamos acá. Sospechamos, y sospechemos también de las palabras, especialmente si las palabras las pronuncian los escritores, intelectuales, los artistas. Porque aquí el riesgo es mayor, alguna vez lo he escrito y lo sigo pensando: La palabra cuando pierde el hueso es un veneno. Y no siempre los escritores ni los intelectuales acompañan con el cuerpo lo que escriben ni tampoco lo que dicen. Por lo tanto debe haber una sospecha general sobre cada intelectual, sobre cada uno que se planta a decir verdades como si las poseyera. Porque soy de los que creen que más que la verdad hay actos de la verdad, pequeñas aproximaciones, y que también cuando hacemos enunciados tan generales como la cultura, lo público y el espacio público pareciera que ya estamos de acuerdo sobre lo que estamos diciendo, y yo dudo de ese acuerdo, dudo de que si nos ponemos a fondo a escucharnos unos a otros cuando hablamos de cultura todos pensemos lo mismo, o cuando hablemos del espacio público todos estemos hablando de lo mismo.
Yo a mi estudiantes suelo decirles cuando planteo estas cosas, tomemos las palabras símbolos, las más fuertes, por ejemplo democracia. ¿Hablamos todos de lo mismo cuando hablamos de democracia? El que dio esta categoría para las ciencias sociales, para la política, para aquello que en principio se llamaba filosofía, fue Aristóteles. Y Aristóteles cuando define la democracia y la distingue de las otras formas de gobierno, dice que con seriedad no se puede hablar de democracia como forma de gobierno si el poder no lo tienen los pobres, sean mayoría y minoría. Y como si fuera poco insiste, no es esencia de la democracia que haya una elección de la gente mayoritaria, sino que realmente el poder lo tengan los pobres. Y en su rigurosidad intelectual termina diciendo, y aclaro, Aristóteles, que a mí la democracia no me gusta, sería una desgracia para mi amada Grecia.
Por lo tanto la pregunta es, cuando se habla y se cacarea tanto de democracia, y aceptamos hablar de democracia como si fuera un uso común, la pregunta sería, ¿quién tiene el poder? Si lo tienen los pobres, nos podríamos basar por lo menos en una legitimidad lingüística, y en general, y esto ya lo advierte Freud, cuando uno pierde en el lenguaje pierde en la realidad, y más todavía, cuando uno quita a la palabra la esencia de la cosa, contribuye al comienzo de las derrotas. Por lo tanto la pregunta de fondo sería, ¿en Venezuela, quién tiene el poder? ¿Lo tienen los pobres? Si lo tienen los pobres y yo creo que sí, insisto, no tengo que rendir cuentas a nadie, yo creo que sí en este país hay democracia les guste o no les guste a los agoreros de la muerte.
¿Y de qué hablamos cuando hablamos de cultura? Yo creo que cultura son todos los actos humanos en un momento y en un espacio histórico determinado. Por lo tanto cuando la derecha y la reacción venezolana sale a la calle también construye cultura. Todos construimos cultura, no se puede hablar ni del nazismo ni del fascismo como acciones humanas que no son parte de la cultura. Todo es cultura, todo lo que hace el ser humano es cultura. Porque en la cultura, por lo menos los que creemos en la dialéctica como manera de interpretación de la realidad, y que no nos convence el principio de la identidad aristotélica que todo tiene que ser en sí, si A es A no puede ser B, nosotros pensamos dialécticamente que en todas partes está esa lucha eterna de la que hablaba el poeta Ezra Pound, entre la luz y las tinieblas, o el viejo Marx, entre los poderosos y los pobres, entre los trabajadores y los que viven del sudor y del dolor ajeno.
Esa lucha es eterna y se da en todos lo ámbitos, se da acá, se dará en el gobierno en Venezuela, se dio en el gobierno en Cuba, se da en el gobierno en mi país, se dio en Rusia, en todas partes, en Estados Unidos se da, se da dónde se quiera mirar, cualquier concepto allí donde hay vida hay dialéctica, y hay lucha, y hay disputa. Y tendremos que hacer el gigantesco esfuerzo, como decía el querido Julio Cortázar en ese magnifico discurso en Nicaragua en momentos duros para Nicaragua, de hacernos cargo que si alguien se quiere llamar intelectual tendrá que hacer dos cosas: primero acompañar con el hueso lo que dice, y segundo, contribuir a limpiar las palabras para que las palabras brillen con su potencia original, aunque esa potencia nos lastime. Porque también desde el dolor se sale, también a la muerte se le gana, ¿o no le ganamos a la muerte con la memoria? ¿Quién recuerda el nombre de los verdugos y de los dictadores y de los que torturaron? Pero sí recordamos nosotros a las compañeras, los compañeros que lucharon, sufrieron, y murieron, porque si perdemos el nombre de ellos, el ejemplo de ellos, la aventura de la vida de ellos, perdemos la legitimidad de estar vivos, porque una cosa es estar vivos y otra cosa es parecer vivos.
Yo no creo en el bien y en el mal, creo en los actos, que pueden ser para el bien común o pueden ser para el dolor social, para el extremo dolor social. Por lo tanto sí puedo pensar en culturas que están en un momento histórico en gigantesca disputa, como en este momento en Venezuela, donde todos sabemos, porque hay un runrún del cual de una manera y otra nos enteramos, que aquí, los que quieren la muerte no la quieren solo sentados en la puerta de su casa esperando que suceda, salen al espacio público a provocarla, porque el espacio público es un espacio de disputa, y ahí también se dan. Porque uno puede salir al espacio público a auspiciar la vida, a construir la vida, pero también uno puede salir a ese espacio público a construir la muerte, y la muerte se construye de muchas maneras.
Se construye también cuando un compañero desposeído asalta, lastima, viola, golpea a una mujer, más indefensa entre los indefensos que nadie, ¿o hay alguien en el mundo más indefenso que una mujer pobre? Y no se la ataca, no se la viola, no se la lastima, aquí, en Argentina, en todas partes, en Europa también, porque en cualquier lugar donde hay vida la disputa es eterna entre la luz y la tiniebla, entre los queremos la vida como exaltación de los actos del bien, y de los que no pueden vivir sino en la oscuridad de la derrota del bien, en la oscuridad de traer la desgracia de vivir sobre el dolor del otro. Aves de la rapiña que se apoderan de todo, pero nos ha quedado una cosa, ¿hay alguien que desde la verdad del pensamiento pueda animarse a decir soy un filósofo de la derecha? ¿Hay alguien que en nombre de la poesía haya exaltado como bello la destrucción de los seres más humildes de este planeta, que son la mayoría? ¿Hay alguien que en nombre de la muerte pueda convocarnos a la vida?
Y todo eso se da en el espacio público, porque acá también disputo, ¿qué es lo público? ¿De qué se habla cuando se habla de universidades públicas? Y doy esta disputa en mi país, como estudiante que fui de la universidad pública, como profesor que fue expulsado con la dictadura, y que volvió del exilio y que no aceptó que me devolvieran la cátedra hasta que no aparecieran con vida mis profesores adjuntos desaparecidos.
Pero fuimos pocos, porque los perseguidos y exiliados que nos fuimos no impidió que la universidad pública siguiera existiendo, y cuando volvimos a reclamar por los muertos, nos dijeron ‘las universidades deben seguir andando’. Quien anda por andar va al infierno, hay que parar cada tanto en el camino y recoger a los compañeros y cargarlos sobre la espalda, porque no se trata de ir rápido, se trata de ir a la construcción de los actos sociales del bien, a la construcción de eso que en el sueño llamamos revolución, y en la práctica llamamos actos de la revolución. Actos que nos demandan cara a cara cada uno, porque si alguien deposita la vida, la construcción de la vida solo en los héroes, en los ángeles y en los mártires, no es un buen compañero, cuanto más construyamos cada uno de nosotros por el bien de todos, más fácil será la tarea. Porque semejantes tareas de construir la cultura de la revolución, matan día a día a los que están a cargo de las tareas más difíciles.
Cada uno es el actor de la revolución, y cuando depositamos toda la carga de la revolución para que la haga el otro, yo me pregunto si lo hacemos por amor o por comodidad, ¿o alguien se imagina que detener al imperio, detener a todas las fuerzas del mal que se mueven en el agua diaria de Venezuela la van a lograr un grupo de compañeros? Maduro es un buen compañero, no tengo dudas, el compañero ministro es un buen compañero, no tengo duda, ¿pero porque son buenos compañeros los vamos a dejar solos? ¿Les vamos a cargar sobre la espalda todo? ¿O qué queremos realmente, que se nos mueran en vida? ¿O cargar después los déficits de toda construcción compleja como es una revolución diciendo Maduro no hizo aquello, Chávez no hizo esto, el Che no hizo esto otro, Fidel no hizo esto? No es eso, la pregunta de siempre es ¿qué hicimos nosotros cuando había que construir?
Porque criticar es fácil y hacer es más complejo, y el amor se demuestra primero que todo en los actos, sino es onanismo, masturbación, y yo antiguo amante de las mujeres aconsejo que hagamos el amor con las mujeres y no solos, que es muy aburrido. Y cada uno con su sexualidad, que es un tema que desde el campo de la revolución, si quiere ser legítima, también hay que plantearlo, cada uno es dueño de su cuerpo y de lo que hace con su cuerpo.
Por lo tanto, espacio público cuando ese espacio es para construir los actos de transformación humanísticos, donde la cuestión más que lo justo es la equidad, a cada uno según su necesidad, y no a cada quien según su trabajo, porque hay gente que necesita más que el otro”.