Ante la ausencia de un cuerpo doctrinario definido en los términos de la Modernidad/Colonialidad, Bolívar nos aparece en ocasiones como un conjunto disperso de actos y discursos desconectados. De modo que resulta necesario pensar estrategias capaces de ofrecerles sentido y, sobretodo, potencia afectiva y transformadora.
Texto: Prensa Filven 2021
La «hipótesis O’Leary», como el profesor Jorge Dávila la ha bautizado en su libro «Bolívar y Spinoza», indaga una sospecha transmitida por el edecán del Libertador: Las ideas de Bolívar parecen estar atravesadas por el pensamiento spinoziano o, lo que es lo mismo, Spinoza resuena en las palabras y actos de Bolívar.
Este aparente encuentro, analizado cual «reflejo doctrinario» en palabras de Dávila, no sólo puede resultar polémico sino también causal de una extrañeza generalizada. ¿Resulta posible rastrear tal encuentro? ¿Por qué resultaría tan extraño?
Quizá sea la extrañeza la mayor potencia del texto de Dávila. Eso que llamamos «extraño» tiene al menos tres sentidos convergentes, problemáticos y fructíferos: lo extraño como ausencia, lo que ya no es; lo extraño como ajeno, lo que no es propio; y lo extraño como rareza, lo que no es igual. Esa palabra «extraña», esa inesperada conjunción Bolívar-Spinoza que nos resulta tan poco familiar, es capaz de (re) nombrar, de generar nuevas re-sonancias y, finalmente, poner frente a nosotros un Bolívar-otro.
Ese gesto de extrañeza, ese riesgo que envuelve la «hipótesis O’Leary», nos abre a un Bolívar alterativo, en lugar de un Bolívar alternativo. Esto significa que no se trata exclusivamente de un cambio en el concepto «Bolívar» -poner uno en lugar de otro-, sino de una apertura semiótica que con-voca y pro-voca, es decir, que posibilita mundos.
Tal apertura vuelve casi instrascendente la veracidad histórica de la hipótesis, pues ella misma adquiere valor por su potencia política re-creativa y transformadora. No se trata pues, como el canon eurocéntrico exige, de una palabra que habla únicamente sobre lo que es, de lo propio y de lo igual, sin tomar el riesgo de alejarse.
En su lugar, la propuesta de Dávila esquiva hábilmente, con intención o sin ella, ese miedo a perderse, a no pisar suelo firme, haciendo re-surgir una palabra nueva, una palabra sensible, capaz de sentir y no sólo de conocer. Y si acaso cabe duda de ello, del rol de la imaginación para fundar mundos, bastaría con leer la atrevida ficción que encierra el último capítulo del texto de Dávila: En-sueños filosóficos de Bolívar.
Podría ser que, cual relato kafkiano, fue en esos sueños que Bolívar un día se despertó y, al mirarse al espejo, se encontró con la más grande extrañeza al ver en su reflejo el rostro de Spinoza.