El 8 de octubre de 1967 Ernesto Che Guevara libró su última batalla como guerrillero en la Quebrada del Yuro, Bolivia. Herido de bala en la pierna y desarmado, sin posibilidades de responder a las refriegas de unos flamantes rangers bolivianos, es apresado y al día siguiente fusilado en La Higuera. “Dispare, cobarde, sólo va a matar a un hombre”, fueron sus últimas palabras dirigidas al sargento boliviano Mario Terán, quien se encontraba frente a él bajo los efectos del alcohol para cumplir las órdenes del gobierno de René Barrientos y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Autor: Raúl Cazal
Publicado en Visconversa
Al recibir los primeros informes Fidel Castro, investigó los mensajes con preocupación. Conocía las mañas del Imperialismo por intentar desmoralizar al pueblo cubano, su revolución y, en especial, cualquier lucha revolucionaria. Las fotos que luego aparecieron de su cuerpo sin vida y documentos que mostraban su caligrafía, fueron revisadas con rigor y angustia. Al constatar que efectivamente correspondían al Che Guevara, el 15 de octubre Castro dio la infausta noticia por televisión y decretó el 8 de octubre Día del Guerrillero Heroico.
Tres días después fue convocado el pueblo a la Plaza de la Revolución en La Habana para honrar la memoria de quien fuera el primero de los tripulantes del “Granma”, aún cuando éste no existía, junto con Raúl Castro.
En este acto, el Comandante Fidel Castro recordó los días en que se conocieron, sus capacidades como estatrega militar en la lucha guerrillera y de conducta intachable como revolucionario, que invitó a emular:
“Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che!”
En el cielo con chaqueta
En la Plaza de la Revolución se mostró un nuevo icono revolucionario ese 18 de octubre. El artista gráfico cubano Frémez (José Gómez Fresquet) amaneció entre bastidores e imprimió con tinta negra la estampa del Che Guevara sobre cartulina roja porque era el único material que tenía para hacer los carteles que se portarían en la concentración en el homenaje al Guerrillero Heroico.
La foto que utilizó como referencia fue la que Alberto Korda había tomado el 5 de marzo 1960 y que en Cuba se había utilizado en muy pocas oportunidades. Es la foto más conocida del Che y la imagen más pintada en paredes y franelas en el mundo.
El editor italiano Giangiacomo Feltrinelli para referirse a la imagen tomada por Korda la llamaba la foto de “El Che en el cielo con chaqueta”, parafraseando la canción de moda de los Beatles en 1967.
La respuesta política
Ernesto Guevara de la Serna nació en Rosario, Argentina, pero su marcha por América Latina lo hizo comprender que su identidad traspasaba fronteras. “Soy cubano, argentino, boliviano, peruano, ecuatoriano, etcétera. Usted me entiende”, respondió en el interrogatorio del coronel Andrés Selich, en La Higuera, cuando le preguntó si era “cubano o argentino”.
Ricardo Rojo, en su libro Mi amigo el Che, cuenta que durante el viaje que realizó previo a la caída de Jacobo Arbenz, en Guatemala, y su encuentro con Fidel Castro, en México, su afición era por la arquitectura y la fotografía, mientras buscaba respuestas como médico en los leprosarios.
En el primer viaje que realizó junto con su amigo Alberto Granado, 1952, está retratado en Diarios de Motocicleta. Llegó hasta Caracas y regresó a Buenos Aires, vía Miami, esta vez por avión, para finalmente graduarse de médico.
Su segundo viaje fue al año siguiente y tenía como destino final encontrarse con Granados en Caracas, pero en este andar por Bolivia y Perú consiguió respuestas políticas, según recuerda Rojo.
Antes de llegar a Caracas sabía que no tenía nada que hacer en esta capital mientras en Guatemala había una revolución. Buscó cómo embarcarse para el país centroamerciano, pero antes llegó a Costa Rica, en donde conoció al venezolano Rómulo Betancourt y al dominicano Juan Bosch que vivían en San José en calidad de exiliados. Con el primero cruzó antipatía inmediata por las posiciones políticas favorables a Estados Unidos; con el segundo simpatizó porque hablaban de una de sus pasiones: la literatura.
Su refugio era la poesía de César Vallejo y León Felipe. Canto General, de Pablo Neruda, lo acompañó buena parte de su segundo viaje hasta reposar un ejemplar en su oficina de ministro de Industria en Cuba.
Pasión por la acción
En su juventud, pero sobre todo en su madurez, realizó apuntes en diarios, siempre con el propósito de rehacerlos para contar la experiencia vivida. Algunos de los libros que sufrieron esa metamorfosis fueron Guerra de guerrillas y Pasajes de la guerra revolucionaria. No tuvo la suerte de la reescritura Diario del Che en Bolivia, aunque no la necesitara. A decir de Ricardo Piglia, “Guevara es el último lector porque ya estamos frente al hombre práctico en estado puro, frente al hombre de acción”.
La acción era su pasión. No podía quedarse tranquilo si por delante hay por hacer una revolución. Vivió la caída del gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala y para salvar su vida, por insistencia del embajador argentino, se refugió en la embajada de su país con su pareja Hilda Gadea. Pensaba que estaba a salvo, pero luego se enteró que circulaba una lista de agitadores y en ella figuraba un argentino.
En vez de regresar a Argentina, pidió un salvoconducto para entrar a México, en donde se percató de que la Revolución Mexicana había muerto hace mucho tiempo, pero fue allí donde conoció, primero, a Raúl Castro, y luego a su hermano, una vez que lo liberaron en Cuba y llegó como exiliado.
No titubeó en aceptar embarcarse como médico y terminó como Comandante después de librar batallas y destacarse como guerrilero. Lo entusiasmó la idea de tomar el poder por las armas porque en Guatemala perdió la confianza en alcanzarlo y retenerlo por la vía pacífica.
Con los cubanos se le conoció como “El Che”, que adoptó para sí mismo y para la eternidad. En aquel discurso memorable del 18 de octubre de 1967, Fidel no escatimó en sus atributos de soldado, “insuperable Jefe”, “desde el punto militar, un hombre extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso”; pero tenía un talón de Aquiles: “su absoluto desprecio al peligro”.
En la carta que dirigió a la Tricontinental, mejor conocida como “Crear dos, tres… muchos Vietnam”, Guevara resumió su destino: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”.
La muerte no fue una sorpresa para el Che Guevara. Su vida revolucionaria es un símbolo de que la lucha por la liberación de los pueblos debe ser permanente y sin descanso.