Lallamada Cuarta Revolución Industrial (4RI) está generando un cambio epocal que se manifiesta en diversos ámbitos. Uno de ellos es el creciente e indetenible uso de la web y de la tecnología digital en todos los ámbitos de la vida de los seres humanos. Cada vez más personas de todas las edades, géneros y estratos sociales, de diferentes lugares del mundo, pasan más tiempo que antes frente a sus dispositivos digitales, para realizar las más diversas actividades.
Texto: Por Pedro Santander Molina*, especial para Dominio Cuba
Esto tiene, por supuesto, consecuencias directas para la comunicación política y, consiguientemente, para las relaciones entre comunicación y poder. En ese sentido, es necesario entender que estamos pasando a una etapa distinta. Por un lado, el campo del poder se está desplegando como nunca antes y de manera cada vez más refinada en el aspecto comunicacional de la dominación, por otro, las tensiones de la lucha de clases se expresan, también de manera inédita, en lo comunicacional.
Por lo mismo, vale la pena entender que estamos pasando a una nueva forma, a un grado superior de concentración y control en y a través de lo comunicacional, donde, por ejemplo, la inteligencia artificial (IA) juega un rol central en la lucha política. Este contexto obliga a las fuerzas anticapitalistas y antiimperialistas a que las estrategias de defensas y de contra-ofensivas también pasen a un grado superior. Nuevos desafíos, por ejemplo, cómo lograr que los algoritmos reconozcan nuestros contenidos como relevantes, entender las lógicas de la viralización, construir nuestras propias cámaras de eco, formar cuadros en lo tecnológico-informacional, revalorar la comunicación directa, entender por qué y cómo servicios de mensajería se convierten en redes sociales o saber enfrentar la proliferación de fake news, deben ser parte de nuestra agenda en la batalla comunicacional.
En las siguientes líneas desarrollaremos algunas reflexiones acerca de esto último, de las fake news, pues se trata de una dimensión específica en donde la IA se manifiesta como recurso activo de la lucha político-comunicacional. Si bien la fake news fueron elegidas el 2017 como la palabra del año por el Diccionario Oxford, no se trata de un fenómeno enteramente nuevo. Por el contrario, podemos afirmar que las fake news o noticias falsas tienen elementos que son de continuidad y conocidos, así como características que son nuevas, o de discontinuidad.
Elementos de continuidad: bulos y fake news
Lo comunicacional-informacional siempre ha formado parte de la lucha política. Bien lo sabe el imperialismo y la oligarquía que históricamente hacen esfuerzos por controlar esa dimensión, y bien lo saben también revolucionarios como Lenin, Mao o Chávez que no sólo reflexionaron acerca de la importancia de las comunicaciones sino que, además, fueron activos comunicadores. Hablamos pues de continuidad en este contexto, en tanto los intentos por manipular o falsear la verdad a través de la información y golpear de ese modo al campo popular es algo que se viene haciendo hace tiempo. Tenemos muchísimos ejemplos, en ese sentido. Por ejemplo, cuando en 1898 la prensa estadounidense inventa un falso ataque, una bandera falsa, contra un buque estadounidense en las costas cubanas que sirve de pretexto para la agresión militar de Estados Unidos contra los españoles.
Es decir, no es tan nuevo esto de las noticias falsas. De hecho, la RAE tiene hace décadas un léxico equivalente en español para ese anglicismo: bulo.
Otro elemento conocido es que el bulo se presenta y hace circular masivamente en formato periodístico. Es decir, el bulo o la fake news se reviste de ese formato para profitar de la credibilidad que el periodismo a lo largo de los años ha construido con el público, y así parasita de la dicha credibilidad.
Lo que también es de continuidad es que generalmente detrás de estos bulos o fake news, hay un evidente interés político que apuesta por la desinformación o la manipulación. El asunto del “interés” tiene importancia sociológica pues siempre que se analizan fenómenos relacionados con las dinámicas de poder es importante saber quiénes son los actores cuyos intereses están detrás de aquello que se analiza.
Otro elemento de continuidad que podemos distinguir, ya sea que se trate de una fake news que apareciera el 2018 en la campaña de Brasil o un bulo de 1898 es que quien tiene mayor afecto por su uso y lo hace, diríamos, hasta con goce, es la derecha, son las fuerzas reaccionarias. Desde siempre, el imperialismo emplea sin ningún problema este tipo de recursos, mucho más que el campo popular, el campo revolucionario, o el campo de resistencia, como nos hemos denominado en este tiempo. Hay innumerables ejemplos de ello. Desde inventar en la prensa rusa de principios de siglo que Lenin era agente alemán, o en 1964 decir que si ganaba Allende los niños serían enviados a Cuba, o el 2018 que Haddad legalizaría la pedofilia. Incluso, estudios recientes, de los más serio en términos científicos y que mencionaremos más adelante, confirman esta tendencia política derechista de la mentira fake.
Lo otro que también es propio de las fake news de este siglo y del pasado es que se trata de una mentira que tiene algo de verdad. Por eso es tan difícil combatirla, porque nos enfrentamos a una mentira que no los es cien por ciento, siempre tiene algo de verdad. A lo que hacemos frente es a una suerte de simbiosis entre verdad y mentira de la cual profita la mentira y que, a su vez, en esa dialéctica, genera verosimilitud. Entonces a lo que nos enfrentamos es a un problema de verosimilitud, no es un combate ético contra la mentira, es una lucha semiótico-comunicacional por la verosimilitud. Esta imposibilidad de establecer una diferencia categórica entre lo verdadero y lo falso es algo que pide ser interrogado desde distintos puntos de vista. El campo revolucionario debe llegar a respuestas en este plano, discutir qué diferencia hay entre estas posverdades de la 4RI y las mentiras de los sistemas totalitarios que bien conocimos, por ejemplo, durante las dictaduras latinoamericanas.
Lo nuevo de las fake news
Hasta acá los elementos conocidos, de continuidad. ¿Qué es lo nuevo de los fake news?.
En primer lugar hablemos de su modo de circulación y de sus circuitos de difusión. El contexto de circulación de los fake news, por definición, es el mundo digital. Es cierto que las fake a veces aparecen en los medios tradicionales, analógicos, pero no es la regla, ni lo más frecuente; generalmente su ámbito de acción no sale del contexto digital. Es decir, podemos conceptualizar los fake news como un bulo mediado por lo tecnológico. Son, en ese sentido, una expresión propia de la 4RI, propia de la inteligencia computacional y algorítmica y de una verosimilitud que gracias a la tecnología llega a niveles superiores.
Otra característica propia de estos tiempos tiene que ver con los dispositivos de circulación que apoyan la propagación de las fake news. Su puesta en circulación es muy simple gracias a la masificación de las plataformas móviles, la existencia de las redes sociales y los nuevos modos de consumo info-comunicacional de la ciudadanía mundial. Todos tenemos un teléfono móvil, y lo estamos mirando a cada rato, entonces eso simplifica mucho la elaboración de circuitos o de rutas que permitan que el fake llegue, literalmente, a la palma de tu mano.
Otro característica contemporánea de las fake relacionada con su circulación es que es muy simple y barata de producir. Cuando recordamos un ejemplo clásico de bulo como el mencionado de la guerra hispano-estadounidense de Cuba en 1898, vemos toda una operación costosa y compleja. Hoy, gracias a lo tecnológico crear y echar a circular masivamente un fake es simple, barato, rápido.
Lo otro nuevo es que históricamente los bulos han tenido una motivación política, pero hoy muchas veces las fake news tienen motivación económica, me refiero específicamente a los llamados clikbaite o ciberaanzuelos. Como ustedes saben, la llamada economía de la atención que juega un rol central en el actual consumo digital de información y en lo que algunos han llamado capitalismo cognitivo. Esta relevancia de la atención digital hace que muchas veces se apueste por las fake para generar ingresos publicitarios mediante la generación de la mayor proporción de clics posibles, explotando la denominada “brecha de curiosidad” de los usuarios de redes sociales.
Otro elemento importante y novedoso es que las fake siempre son anónimas. Aquí entramos de lleno en la cuestión de la trazabilidad. El bulo clásico era mucho más trazable, rastreable, existía la posibilidad de llegar al origen. De hecho, sabemos, que Colin Powell mostró el 2003 un frasquito de tiza ante el Consejo de Seguridad de las NU, afirmando que se trataba de un polvo altamente tóxico del ejército de Sadam Hussein. Hoy sin embargo, la difusión de fakes se hace mediante algoritmos, por lo mismo, la trazabilidad es mucho más compleja porque algorítmica y computacionalmente se esconde mucho mejor la huella de la mentira.
Por todo lo anterior sostengo que estamos pasando a un peldaño distinto, a un grado superior en el modo en que se usa la comunicación en la lucha política; ésta siempre se ha usado, pero hoy presenciamos un salto de escala, un rango superior que además implica un grado superior de la dominación y, consiguientemente, debe implicar un salto también en las dinámicas de nuestra resistencia revolucionaria.
Conocer las fake news, conocer al enemigo, conocer nuestra fuerza
Hasta acá hemos mencionado características históricas relativamente sabidas de las fake. Sin embargo, hay todo un espacio de dudas, de desconocimiento, cierta incomprensión respecto de ellas, sobre todo, desde el campo popular, entre otras razones, porque esto avanza más rápido de lo que somos capaces de comprender.
Pero, además, nosotros como izquierda tenemos el deber de hacernos una serie de preguntas respecto de las fake news que la derecha no se hace. Nuestro desafío no sólo es comprenderlas conceptualmente, sino también analizarlas políticamente y abordar cuestiones como, éstas: ¿vamos a usar o no fake news para nuestros propósitos políticos? ¿las emplearemos en campañas electorales o sólo las combatiremos? ¿es suficiente con denunciarlas? ¿vamos a apostar sólo a la racionalidad de la audiencia y al desmentido? Son éstas algunas de las preguntas políticas para las que nosotros todavía no tenemos todas las respuestas.
El otro actor, no sólo la izquierda, que está muy preocupado y atento a las fake news es el periodismo mundial, y me refiero al periodismo serio, porque creo que aún hay un periodismo serio en diversas partes del mundo, y ese periodismo está debatiendo qué hacer con las fake news. Estudios británicos calculan que para el año 2022 el cincuenta por ciento de todas las noticias que vamos a ver serán fake, ¡apenas en tres años más! Entonces, evidentemente hay una preocupación real y urgente de los profesionales que quieren hacer periodismo serio.
En España, por ejemplo, se ha dado una discusión muy interesante. Hay medios españoles críticos, de izquierda o progresistas como Público.es o Eldiario.es, que lo están abordando y están desarrollando mecanismos periodísticos y herramientas tecnológicas, tools digitales, de transparencia informativa. Se trata de herramientas que funcionan algorítmicamente. Uno de los pioneros en esto es el diario electrónico Público.es que ha desarrollado una herramienta de transparencia periodística que quiere detectar fakes. Otra iniciativa muy interesante es la de Maldita.es (https://maldita/.es), sitio que bajo el lema “Periodismo para que no te la cuelen” y en alianza con varios medios ha creado herramientas periodísticas de verificación, como Maldita Hemeroteca o Maldito Bulo.
Otro desafío que nos plantean las fake news es su altísimo potencial de viralización. Efectivamente, las fake news tienen un setenta por ciento mayor de probabilidad de viralizarse que una noticia común y corriente. Entendemos acá viralización no sólo cuando un mensaje se ve mucho.
Entonces, su altísima velocidad de propagación, potenciada por algoritmos, nos interpela como izquierda. En ese marco la cuestión es bien concreta: ¿cómo combatir los fake news sin contribuir a su propagación? Porque si compartimos un fake de la derecha entre nosotros, por ejemplo, para denunciarlo o desmentirlo, estamos aumentamos su circulación, posibilitando que interpenetre distintas cámaras de eco, y contribuyendo así a su viralización.
Otra cosa que debemos afrontar en el contexto de la lucha político-comunicacional que estamos dando es que las fake suelen operar reforzando el llamado “sesgo de confirmación”. En teoría de la comunicación y en los estudios mediológicos acerca de los efectos de los medios en las audiencias está bastante probado que este sesgo funciona. Las audiencias a menudo necesitan y prefieren que los discursos les confirmen sus creencias. La comunicación y los discursos penetran mejor en la mente cuando reafirman sesgos, y menos cuando se busca movilizar mediante contra-argumentaciones. En esa línea, ya sabemos acerca de la ineficacia que tienen los desmentidos. Por ejemplo, el setenta por ciento de quienes vieron una fake news en Facebook, luego no ven el desmentido. Entonces hay ahí todo un problema y desafío para nosotros, para la izquierda: si los desmentidos son ineficaces ¿podemos centrar parte importante de nuestras energías en combatir los fake con desmentidos?
Hablemos ahora de algunas correlaciones que se han detectado. Porque a pesar de su omnipresencia, el fenómeno de los fake news y de los deep-fake news, está aún relativamente poco explorado en el mundo académico. En ese sentido, son escasas las correlaciones que se conocen. ¿Cuáles sí se conocen? Se sabe, por ejemplo que la correlación más densa es entre edad y creencia de una fake. Estudios recientes, hechos en USA y publicados en la revista Science, han detectado que a mayor edad más se cae en la trampa de los fake news, y viceversa, que los más jóvenes son más inmunes a las fake y tienen mayor capacidad de detección. Esta variable etárea es la más densa que se conoce en términos de correlación. La otra variable explorada es política.
En ese sentido, los estudios apuntan a que tal como vimos que la gente de mayor edad cree más en las fake, y los menores son más críticos al respecto, la variable política indica que la derecha, la gente conservadora, los republicanos en el caso de EE.UU., son mucho más sensibles y propensos a propagar las fake news. Es decir, la gente de derecha cuando el llega un bulo, aunque sepa o intuya que es una fake news, lo va a propagar con mayor frecuencia. Esa es la segunda correlación que los estudios parecen confirmar: mientras más derecha eres, menos problemas tienes en propagar fake news.
Finalmente, otra variable que se conoce es la relación de las fake con las campañas electorales: cuando comienza una campaña las fake news se activan. Las fake no circulan todos los días, a cada rato, al menos no en la masividad y en la importancia en que circulan durante época de campaña. Por lo tanto, las fuerza de izquierda que en esta etapa histórica apostamos por la via electoral para la toma del poder, debemos saber lidiar con la correlación fake news — campañas el electorales. No nos debería ocurrir lo que a Haddad y al PT en la campaña última en la cual las fake news, propagadas sobre todo vía whatsapp no supieron ser enfrentadas, a pesar de que ya en la campaña del 2014 ese servicio de mensajería había sido probado como arma electoral por la derecha.
Palabras finales
Hasta aquí, compañeras y compañeros, lo que más o menos se conocen, acerca de las fake news. Como podemos ver, no es fácil estudiar ni enfrentar este fenómenos. No es fácil porque el estado del arte en este terreno es incipiente, y lo que hay proviene de la academia funcionalista, no de la crítica. Tampoco es fácil por el ya mencionado problema de la escasa trazabilidad. Y para estudiarlas científica y empíricamente a menudo se necesita trazar el recorrido.
El otro problema es el del acceso a las bases de datos, ¿cómo obtener bases de datos para saber científicamente cómo la gente usa las fake news? Somos millones de personas objeto de esos bombardeos, entonces no es fácil, aunque sé que se está haciendo y hay intentos en Argentina, en Chile, en Cuba , etc. de exploración científica y política.
Estamos pues ante un desafío que implica una discusión conceptual, profesional y política. Entonces, ¿qué hacer? Bueno, hay medidas que se pueden explorar. Podemos, por ejemplo, luchar por crear modelos inteligentes de verificación social. La “década ganada”, con el Comandante Chávez a la cabeza, con Cristina, con Lula, con Evo, con Rafael, nos demostró que en la batalla comunicacional con creatividad intelectual es posible generar “contraloría social”. Como dice Julio Anguita, ese gran revolucionario español, debemos lograr que el pueblo sea también un “poder fáctico”, que la sociedad civil ejerza control en dimensiones de la vida social. Por ejemplo, con la la Ley de Medios de Argentina, la de Uruguay, la de Venezuela, se lograron crear instancias de contraloría social. ¿Qué significa eso?, que de alguna manera la audiencia también puede participar de las decisiones acerca de la programación, del contenido o incidir en la renovación o no renovación de una frecuencia. Es la idea que se planteó en Argentina y Uruguay (tomada de los canadienses) de generar instancias de audiencias públicas de los medios ante el pueblo, para renovar licencias de transmisión.
Ese aspecto doctrinal se puede transferir al tema de las fake news y generar modelos de contraloría social. ¿Qué se necesita para eso? Por ejemplo, medidas de control humano sobre los algoritmos. Con ciertos algoritmos de detección se pueden controlar los otros algoritmos que participan en la diseminación, circulación de los fakes. Asimismo, en el ámbito del derecho ya se está hablando de “auditorías algorítmicas”. El objetivo es auditar los algoritmos, porque los algoritmos son una cuestión opaca. Yo en Chile trabajo y lidero un equipo que está conformado por lingüistas y por ingenieros, hicimos un trabajo maravilloso, porque muchas veces, frente a cosas que no entiendo hago las preguntas correctas y los ingenieros me responden, y también sucede al revés. ¿Pero qué he visto que ocurre con el tema de los algoritmos?, que en algún momento llegamos a la situación en que los ingenieros hablan del “Black box”, caja negra. Es decir, ocurre algo computacional que realmente nadie entiende bien por qué ocurre.
Pero se pueden hacer auditoría de algoritmos para que el black box se vuelva, si no blanco, al menos yellow box, ¿Qué es necesario para eso? Fundamentalmente conocer cuáles son las premisas de inicia que tú le das al algoritmo. Porque los algoritmos operan en función de que alguien les dio una orden ¿cuál es la orden? Eso debe saberse. Saber cuáles son los parámetros de entrada que se le dan a los algoritmos, para auditar si están discriminando social o, racialmente. El libro Armas de Destrucción Matemática de Cathy O’Neil aclara muy bien este punto, se los recomiendo. Lo otro que deben explicitar las empresas que operan con algoritmos que luego inciden en nuestras vidas (por ejemplo, para otorgar un crédito bancario o una oferta de empleo) es cuál es la definición de éxito que se le ha dado al algoritmo.
Otra medida que es tecnológicamente más simple que las anteriores, aunque políticamente compleja y que en algunas partes ya se está implementando es sancionar. Entramos ya en el de lo jurídico. Sanciones como no incluir en las encuestas de opinión pública a candidatos cuando se haya detectado que éstos están usando fake news o bots para inflar sus cifras o apariciones en las redes sociales. Así, en la próxima encuesta de opinión pública se castiga a ese candidato y no se le incluye en ésta.
Bueno, ya para terminar, creo que todo esto que yo les señalo en un panorama rápido de los fake news nos plantea el siguiente desafío. En este preciso momento, cuando el tema de la comunicación ha escalado a un grado superior en la lucha política, y por lo tanto la dominación está en un grado superior también en lo comunicacional, estamos carentes de una teoría crítica de la comunicación. En este momento la izquierda, los movimientos que luchan por la soberanía y la segunda independencia, no hemos logrado generar una teoría crítica de la comunicación para este actual contexto. La izquierda tiene una trayectoria en cuanto a la teoría crítica de la comunicación muy potente, muy interesante. Recordemos la Escuela de Frankfurt, que entendió, explicó e interpretó la comunicación en el marco de una sociedad capitalista. O la teoría crítica de la comunicación latinoamericana de los años sesenta y setenta, que fue muy rica y útil para apoyar los procesos de liberación, al plantear políticas nacionales de comunicación que décadas después, a partir del 2000, sirvieron de base tanto en la implementación de políticas públicas como para reponer el concepto del “derecho a la comunicación”, un concepto que rivalizaba y compite política y conceptualmente con el de “libertad de información”, propio de la doctrina liberal.
Tenemos una tradición hermosa, pero hoy nos falta teoría crítica de la comunicación para saber, por ejemplo, cómo combatir los fake sin masificarlos. O para entender dos tensiones, dos antagonismos nuevos, que hay que abordarlos de una manera distinta: la tensión entre verdad y verosimilitud. ¿Qué hacemos con esa tensión desde la izquierda? Es cierto, como se ha recordado aquí, que Feuerbach hace 200 años de algún modo ya lo señalaba al plantear la discusión y diferencia entre representación y realidad; pero hoy estamos ante una tensión radical entre virtualidad y materialidad. Y la teoría crítica de la comunicación hoy debe abordar ese antagonismo desde la izquierda y proporcionar respuestas y guías para la acción y la militancia.
Estoy seguro que México, que tiene una tradición tan rica, tan hermosa, en las ciencias sociales críticas, que nos ha influenciado tanto a todos nosotros puede ser un pionero en esto.
Muchas gracias.