Bella Ciao: el detrás de escena, por Federico Larsen

La serie española “La casa de papel” logró lo que pocas veces sucede: convirtió en un hit de ranking internacional un tema con 70 años de historia, especialmente en lugares más lejanos de donde nació. Desde hace semanas, Latinoamérica tararea las notas de Bella Ciao como si fuera el último corte de difusión del cantante del momento, se hacen versiones bailables y suena una vez al día en la mayor parte de las radios comerciales. Quizás pocos sepan que su pegadizo ritmo y la repetición de una palabra cual si fuera estribillo, también fueron clave en su difusión y fama en el último medio siglo. Pero son su historia social y su contenido los rasgos más fascinantes.


Autor: Federico Larsen para Ombelico

“Una mañana me desperté y encontré al invasor”

Nadie sabe a ciencia cierta cómo nació Bella Ciao. Y eso que han habido decenas de investigaciones, artículos y hasta libros al respecto. Su letra no tiene autor. Se trasmite de boca en boca, es parte de la sabiduría popular. Del pueblo italiano primero, y del resto del mundo hoy. Se la escuchó por primera vez en algunas provincias del centro-norte de Italia durante el período de la Resistencia Antifascista.

Tras la firma del armisticio entre el Reino de Italia y los aliados angloamericanos el 8 de septiembre de 1943, la Alemania Nazi logró instaurar un Estado títere en el norte, dividiendo la península en dos: en el sur, lo que quedaba del Reino tras 20 años de dictadura fascista, controlado ahora en los hechos por los Aliados; y en el norte, la República Social Italiana –o República de Saló, como se la conoce internacionalmente también gracias a una excelente película de Pier Paolo Pasolini–, presidida por Mussolini pero controlada por el ejército alemán y militantes fascistas. Los ingleses y estadounidenses fueron bloqueados durante casi dos años por las fortificaciones ítalo-alemanas al sur de la ciudad de Bologna, y los italianos antifascistas tomaron las armas para liberar sus tierras.

“Oh partisano, llévame contigo que siento que voy a morir”

Socialistas, anarquistas, liberales y –especialmente– comunistas, dieron vida a una guerra de resistencia con connotaciones ya legendarias. Se convirtieron en “partisanos” –partigiani en italiano–, así llamados por tomar partido en lo que en Italia se dio en llamar la “guerra de parte”, es decir la del más débil contra el más fuerte. Escritores (como Italo Calvino), intelectuales, artistas pero especialmente campesinos y obreros formaron grupos clandestinos, organizados en brigadas por afinidad ideológica, y lucharon hasta 1945 contra la ocupación nazi-fascista.

Bella Ciao reconstruye esa historia, desde el momento íntimo en que el partisano decide abandonar su casa, su familia y sus afectos –de allí Bella Ciao, “adiós bella”– para ir a la montaña a combatir al invasor alemán.

“Y si yo muero como partisano, tú me tendrás que enterrar”

Entre las filas de la mítica Brigada Maiella, al parecer se escucharon por primera vez los versos de Bella Ciao. Durante una presentación del libro “La verdadera historia de Bella Ciao”, una anciana se acercó al escritor Cesare Bermani y le aseguró que esa canción la había escuchado por primera vez en “la República libre y partisana de Alba”, una de las primeras ciudades liberadas por la resistencia.

Contrariamente a lo que se cree, inclusive en Italia, Bella Ciao era un canto muy poco conocido en las filas partisanas. El alto grado de pertenencia ideológica que se respiraba en las brigadas, especialmente entre socialistas, anarquistas y comunistas, hacían que cada uno tuviera sus himnos, más bien ligados a su historia y tradiciones políticas. La fuerza de la canción y su popularidad vinieron más bien después de la guerra, cuando había que unificar todas esas tendencias en un solo proyecto para reconstruir el país.

Bella Ciao se prestaba como un gran himno al respecto. Su letra reflejaba los valores de la resistencia, de la entrega y la lucha de los partisanos, sin referirse a símbolos reconducibles a alguno de sus grupos.

“Me enterrarás en la montaña bajo la sombra de una bella flor”

Cuando el 25 de abril de 1945 las tropas partisanas entraron triunfantes en Milán y signaron la liberación de Italia del fascismo, muy pocos cantaban Bella Ciao. Se escuchaban más bien la Internacional, alguna versión en italiano de los cantos de los bolcheviques rusos y el himno nacional. El 28 de ese mes, Mussolini fue interceptado por un grupo partisano comunista mientras intentaba escapar hacia Suiza. Fue fusilado junto con su amante, Carla Petacci, y su cuerpo colgado de los pies en Piazzale Loreto, en el centro de Milán.

Durante años, nazis y fascistas habían colgado en calles y plazas los cuerpos de partisanos o civiles sospechados de serlo. A cada uno le ponían un cartel que decía “Bandido”, otra palabra hoy resignificada por la cultura popular italiana y gritada muchas veces con orgullo en las huelgas y manifestaciones. Hacia finales de la guerra, los alemanes aplicaron inclusive terribles formas de represalia: por cada soldado alemán muerto por los insurgentes, ellos fusilaban diez civiles tomados al azar del pueblo más cercano. Inclusive así, los civiles siguieron ocultando, sosteniendo y ayudando a los partisanos, demoliendo las estrategias terroristas del ejército nazi.

“Y todos aquellos que pasarán me dirán ‘qué linda flor’”

Recién en los años cincuenta, Bella Ciao se convirtió en el himno de lo que había sido la Resistencia. Un himno cantado con potencia y rabia especialmente por los movimientos obreros y campesinos que habían creído que la Resistencia traería finalmente un cambio social profundo, un futuro de paz, derechos y participación política. Todas promesas que naufragaron luego en la crisis, la emigración o el trabajo agotador tras las máquinas de las grandes industrias del norte. Pero Bella Ciao se siguió cantando, en marchas, huelgas y asambleas, casi como reafirmación de que aquellos ideales de justicia social y liberación no habían sido olvidados. Esa herencia en forma de canción se escucha aún hoy en todas las manifestaciones de la izquierda italiana y europea, aun aquellas ya convertidas al reformismo de corte liberal.

En 1964, durante uno de los ya exitosos festivales de la canción popular italiana, una cantante ignota para el público, Giovanna Daffini, cantó por primera vez una versión totalmente desconocida de Bella Ciao. No se hablaba de partisanos ni de guerra, sino de trabajo, patrones violentos y arroceras. Daffini había sido mondina, cosechadora de arroz en el norte de Italia, y luego había participado activamente en la Resistencia. Ella aseguró que había aprendido esa canción durante sus larguísimas y masacrantes jornadas de trabajo, y que era común escucharla hacía décadas en su zona.

“El jefe de pie

con su bastón

oh Bella Ciao

y nosotros curvas a trabajar.

Pero llegará el día

en que todas juntas

oh Bella Ciao

trabajaremos en libertad”.

La revelación de Daffini cargaba aún más de simbolismo una canción que ya era patrimonio de la cultura popular más humilde y combativa del país. Los partisanos, luchadores contra el nazi-fascismo, habían tomado una canción de trabajo y de denuncia de sus madres y abuelas resignificando la idea de lucha y libertad.

“Esta es la flor del partisano muerto por la libertad”

El testimonio de Daffini jamás pudo ser verificado. Muchos lo dieron por falso y emprendieron un largo estudio acerca del origen del canto. Carlo Pestelli, cantautor e investigador de Historia de la Lengua Italiana, en su reciente libro “Bella Ciao, el canto de la libertad”, sostiene que la raíz musical de la canción es difusa, pero que se pueden encontrar antecedentes. El más sorprendente es el de una grabación de 1919, realizada en Nueva York por un cantante judío, Mishka Ziganoff. Se trata de una canción de la tradición klezmer, cuya melodía es increíblemente igual a la de Bella Ciao. Es muy plausible pensar que ese sonido bailable, con reminiscencias de tarantella, haya sido llevado de los barrios de migrantes italianos a los senderos de montaña durante la guerra. Su letra, en cambio, es puro ingenio popular.

La fama internacional para Bella Ciao llegó por dos vías. Por un lado, los encuentros internacionales de las juventudes comunistas veían a los jóvenes dirigentes del PCI –entre ellos Enrico Berlinguer– enseñando su letra a los delegados de toda Europa. Por el otro, Yves Montand, famosísimo cantante popular francés, grabó una versión en italiano en 1963, con video incluido, y dio la vuelta al mundo.

Los años de las grandes movilizaciones populares y la lucha sindical en Europa llevaron nuevamente en auge la canción en las calles y plazas del continente. El internacionalismo expandió el mito de Bella Ciao al resto del globo, tanto como para que hoy haya traducciones al árabe, kurdo, turco, japonés, además de casi todos los idiomas europeos.

Y en la actualidad, sigue siendo un símbolo ligado a la lucha por la libertad. Se ha cantado en Turquía, en las manifestaciones del parque Gezi en 2013, en la Puerta del Sol en Madrid durante el 15M, en Atenas en 2015 –cuando Alexis Tsipras se convirtió en primer ministro abrazado de Pablo Iglesias–, durante las manifestaciones contra el G20 en Hamburgo en 2017.

Como fruto de mescolanzas migrantes, como canción de trabajo, de protesta o de resistencia, es innegable la raíz profundamente plebeya y rebelde del canto. Un aspecto que “La casa de papel” quiso aprovechar, al ponerla en los labios de estos supuestos ácratas del siglo XXI preocupados por la repercusión social de sus acciones y la denuncia del robo del sistema financiero europeo a sus ciudadanos. El intento quizás no quedó tan claro. Pero ahora tienen a medio Hispanoamérica tarareando esa canción.

 

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