De las cosas que uno se entera: resulta que hay 18 mil estudiantes en el exterior que reciben dólares de Cencoex, o sea, baratísimos. El 83% de estas personas están haciendo cursos de idiomas, o sea, ¡persueichon!. Y el 60% de los que se han ido a estudiar no regresan al país, o sea, se fueron demasiado. Muchos jóvenes venezolanos, de repente, descubrieron a Irlanda y se fueron a aprender inglés a la tierra de los leprechauns, donde como por arte de magia empezaron a aparecer academias de inglés cuya matrícula garantizaba el acceso a una visa de estudiante, a los dólares Cadivi. Después no había ni que asistir a clases, chamo, porque ellos te daban tus certificados de notas y todos, sin pasar por go.
Texto: Carola Chávez
Las academias florecían regadas con dinero venezolano mientras la población estudiantil venezolana en Irlanda crecía un 400% entre 2012 y 2013. Entonces llegó Cencoex y metió un frenazo porque algo olía muy mal en Dublín. Tanto, que el mismo gobierno irlandés ya estaba tras los pasos de muchas de estas academias que, una vez trancado el chorro de dólares, empezaron a cerrar dejando a sus “estudiantes” como la guayabera, colgando y por fuera.
Desde entonces Irlanda decidió revisar su política inmigratoria y aplicar más controles en la documentación a la hora de otorgar visas que permitan estudiar y trabajar en el país.
Y si fuera solo en Irlanda… Repito, hay 18 mil y la inmensa mayoría de ellos estudian idiomas. Si pudiéramos verlos por un huequito…
Sé de familias que consiguieron en el viaje de estudios de sus hijos y un negocio redondo, comprando dólares subsidiados y repatriando buena parte de ellos los para venderlos en el mercado paralelo que mientras más subía más les hacía salivar. Familias que vivían, y viven sin pegar golpe y a costa de todos, gracias a que su muchacho se fue a estudiar inglés.
Miles de estudiantes que se van para no volver porque este país al que desangran “se está cayendo a pedazos”. Con el gastadísimo cliché de la búsqueda un futuro mejor, se cagan el el presente y futuro de todos. Consideran que el daño que hacen es menor comparado con otros daños de otros agentes dañinos. A modo de consuelo apaciguador de conciencias siempre puedes encontrar a uno más maluco que te haga ver menos malo.
Los mismos que critican que a los estudiantes de la Universidad Bolivariana les asignen tabletas y computadoras, por aquello de la regaladera, los mismos que celebraban la caída del precio del petróleo, ¡y va a caer, y va a caer…! Ellos, pegados a la teta del país, rogando que la teta se seque. Pues la teta, por no secarse, cerró el chorro.
Ahora, algunos, se regresan demasiado, con su inglés muy chucuto y una rabieta hurribli. Otros, allá en su “futuro mejor”, sin visa, sin petrodólares baratos, sobreviven haciendo trabajos que aquí despreciaban con asquito. Muchachas sifrinas cuidando mocositos irlandeses, atendiendo mesas, pavos cool lavando platos en una cafetería. Cosa que no es mala. Lo malo, lo tonto, es que cuenten su historia en tono de lacrimosa injusticia, culpemaduro.
Umjú, ya vengo, voy a llorar y rato…
We was… ¡Persueichon!