Llega el final de una nueva tarde caraqueña, y con ella contemplamos cientos de guacamayas extasiadas en vuelo libre, revoloteando y jugando, con su parloteo incompresible, surcando en forma majestuosa el cielo de la Gran Caracas. Sobre esta metrópolis, enclavada en este hermoso valle, estas aves exóticas han hecho su nuevo hábitat, escogiendo como uno de sus principales nichos el Paseo de Los Próceres y Los Ilustres, pasando por el Parque Francisco de Miranda y otros espacios verdes del sureste de la ciudad, hasta llegar al eterno y vigilante protector, el Waraira Repano. Todo un espectáculo verlas en vuelo rasante abriéndose paso entre los grandes edificios, cuya presencia desde hace tiempo dejó de serles extraña.
Texto: Miguel Leonardo Rodríguez
Esto hay que interpretarlo literalmente, porque hoy su hábitat natural ya no es solamente el bosque tropical húmedo del Amazonas o el Delta del Orinoco. Es un fenómeno muy particular que ocurre en una ciudad que a pesar de su ruidoso y pesado tránsito y de ser una “selva de concreto” que se extiende y ocupa prácticamente todo el fondo del valle, es hoy el refugio más seguro que han conseguido estas aves para perpetuar su especie.
Cambiaron la palma de moriche por los espigados chaguaramos de Caracas, tal como lo hicieran, aunque por razones muy distintas, tantos compatriotas que migraron del campo venezolano desde la década del 50, abandonando sus tierras, su hábitat y hasta su familia, empujados por la más cruel pobreza y las expectativas de un futuro mejor.
Lamentablemente, lo que consiguieron fue engrosar los cordones de miseria y los ranchos de cartón. Para esos venezolanos fue mucho más difícil sobrevivir y adaptarse a esta vorágine que a nuestras aves del paraíso. Al igual que las guacamayas, los campesinos llegados a la ciudad fueron cautivos del capitalismo, de una sociedad que los rechazaba negándoles su integración para terminar convirtiéndolos en los “marginales” de la ciudad.
Gracias a la aparición del gigante Chávez muchas cosas han cambiado, y esos compatriotas que llegaron de tan lejos echaron sus raíces y hoy son protagonistas de la construcción de la nueva Venezuela socialista, solidaria y humanista; aquella que emerge justamente desde esos cerros “cubiertos de gente”, pero con un verdadero rostro humano, que dejaron de ser invisibles para tener voz y poder ser escuchados como las guacamayas.
Valdría la pena preguntarnos, ¿y cómo llegaron las guacamayas a Caracas? ¿Por qué la ciudad es hoy es uno de sus refugios más importantes en el país? Lo que está claro es que no ha sido simplemente producto de un largo y tedioso vuelo y que por un asunto de azar las ha posado sobre este espacio, ya que no debemos olvidar que las guacamayas no son aves típicamente migratorias.
Lo más probable es que hayan llegado en una caja agujerada, en una jaula, una maleta, en un morral o cualquier otro contenedor de un nido expoliado de su lugar de origen, como mascotas o animales de exhibición, para formar parte de una familia de esas tantas que existen en nuestro país, o fuera de él, que aún se empeñan en tener enjaulado un animal que nació para ser libre.
Qué tristeza es verlas pasar repentinamente de su vuelo altivo y colorido a la pesadumbre y descolorido aspecto cuando se encuentran recluidas en una casa o apartamento, en una pequeña jaula que aprisiona sus alas casi sin permitirles moverse, y sometidas por inconsciencia o desconocimiento a interminables torturas lumínicas y sonoras que terminan deformando su cuerpo e incapacitándolas para volar.
No es sólo una cuestión de sensibilidad por la naturaleza; para el capitalismo todo es una mercancía. El tráfico y el comercio ilícito de especies ha sido una de las principales causas, junto a la pérdida de su hábitat, de la desaparición irreparable de muchas especies en el planeta.
Vale la pena recordar en este momento algunas de las especies de nuestra fauna autóctona que se encuentran en condición de riesgo, vulnerabilidad o en peligro de extinción. Me refiero al caimán del Orinoco, el caimán de la costa, la tortuga arrau, el oso frontino, el tucán, el cardenalito, los dantos y los venados caramerudos.
Gracias a Chávez muchos venezolanos tienen como un referente iconográfico y cultural al caimán del Elorza en el estado Apure, aquel que dentro de la cultura llanera llamaban “El Patrullero”. Nuestro Comandante siempre nos relató esas vivencias o leyendas, que nos permitían acercarnos a esos mágicos parajes del llano venezolano y su fauna más característica.
“El Patrullero era un caimán ‘cebao’ en el paso del río Arauca que medía más de 12 metros”, según él contaba, entre risas y picardía, que de manera inverosímil llegó a encontrarse varias veces con ese animal en los ríos Orinoco, Capanaparo, Cinaruco, Caño Caribe, Caño Guaritico y hasta en el Cojedes. Por fortuna siempre salió airoso de esos riesgosos y sorpresivos encuentros.
La razón fundamental para que hoy el caimán del Orinoco se encuentre en peligro de extinción es su piel, que fue altamente cotizada para elaboración de diversos productos que terminaron en lujosos comercios del mundo, exhibidos luego como exclusivas y costosas prendas de vestir para alimentar el ego de los más ricos.
Mejor suerte han corrido las guacamayas, que aunque llegaron a un lugar desconocido, lograron su libertad tal vez por el cansancio de sus cancerberos debido a su ruidoso trinar mañanero, o porque se escaparon en un descuido al abrir su jaula, o simplemente terminaron siendo dejadas en libertad.
Y sí, son de tierras lejanas, de la Amazonía; sus colores azul y amarillo así no los confirman (Ara ararauna). Las de estos lares y tierras más cercanas son de color rojo, azul y amarillo (Ara clhoreptera). Las primeras han llegado para quedarse, tanto es así, que han desplazado lentamente a las otras.
Seguramente numerosos serán los nidos que ya por esta época de inicios de año servirán para seguir reproduciendo la especie. Toda palma o chaguaramo que encuentren está siendo sigilosa y cuidadosamente preparado para que esa pareja inseparable en el tiempo saque sus crías adelante. Las guacamayas nacieron para vivir siempre al lado de la misma pareja. Ellas son gregarias y fieles a su pareja hasta la muerte. En trabajo compartido, desde la formación del nido, ven crecer a sus polluelos para que luego, como ellas, puedan salir a la vida a volar libres e independientes.
¿Cómo logran alimentarse en esta inmensa y a veces inhóspita ciudad? Es otra de las cosas en las que decidieron cambiar. Dejaron atrás al fruto del moriche y demás frutas del bosque para pasar a ser asiduas visitantes de balcones y ventanas que hoy están abiertas para ellas. Allí consiguen todo tipo de frutas, panes, arepas, galletas y hasta resto de exquisita comida que representa un verdadero manjar para ellas.
Son puntuales, y todos se enteran porque llegan con algarabía para luego regresar al vuelo que las lleva de un lado a otro de la ciudad, cruzando calles, avenidas y posándose indistintamente en árboles, postes, antenas o vallas de anuncios comerciales. También la ciudad les ofrece mangos, mamones, nísperos, frutos de palma y jabillos, entre otros.
Pasaron de estar confinadas en esos patios y balcones para ahora entrar por ellos y alimentarse libremente. Así lo han decidido muchos caraqueños y caraqueñas que hoy reciben a estas visitantes cada mañana, cada mediodía o incluso una que otra tarde. Hay que saludar y felicitar a todos los que hoy sin problema alguno reciben a este exótico visitante que ya no es un extraño. Es un amigo de la casa, a pesar de venir de lugares tan remotos. Gracias a la bondad de tantos, estará garantizada la vida de esta hermosa especie fuera de su medio natural, donde lamentablemente, hay que decirlo responsablemente, cada día está más amenazada.
Esta acción de los habitantes de la ciudad denota una conciencia conservacionista que también debemos poner en práctica frente a otros problemas ambientales. No olvidemos que la extinción de una especie es para siempre.
Si te animas a disfrutarlas, observarlas y escucharlas muy de cerca, date una vuelta entre las 5 y 6 de la tarde por el Paseo de Los Próceres, y allí, teniendo como fondo también ese par de monolitos que nos recuerdan el nombre de nuestros héroes nacionales y las batallas en las que participaron, podrás verlas en pleno vuelo con su canto desenfrenado de alegría, anunciando que se acerca el anochecer.
La foto de portada es de Carlos Palacios, tomada en Macaracuay, al este de Caracas.