Calle 13 dice que si usted quiere a su patria también quiere a su mamá. Si es su caso, usted también debería querer a Simón Bolívar y a su maestro. Bueno, entre las esquinas de Veroes y Jesuitas, en el bulevar Panteón, está la casa donde Simón Rodríguez le dio clases a su tocayito. El niño tenía 10 años cuando eso. Esta casa, que fue la primera escuela de Caracas, estaba en ruinas, abandonada. Llena de “miaos” y todo lo que hacen los gatos. Doscientos cincuenta gatos vivían entre el mierdero que esto era. Esta cifra no es una licencia de Épale CCS, es un dato fidedigno proporcionado por Alejandro López, historiador y encargado de la Casa de las Primeras Letras. Todo buen historiador hace eso. Agarra ahí, Guillermo Morón.
Revista Épale / CiudadCCS
Jacqueline Faria es la jefa del Gobierno del Distrito Capital y Jorge Rodríguez es el alcalde del municipio Libertador. Eso ya se sabe. Lo que quizá no se sepa mucho es que estos panas se “casaron” y de ese matrimonio han nacido, o renacido, espacios para Caracas. Ya no se sabe cuál de los dos recuperó qué, de lo juntos que están. La Casa de las Primeras Letras es uno de esos espacios ganados para la ciudad. Aquí funcionó, entre otras cosas, un restaurante hasta mediados de los noventa. Era propiedad de los “Mendoza”. Luego, abandono total, ruinas y gatos. Alejandro López me sigue contando: “Es difícil definirla: no es un museo, no es un centro de investigación, no es una casa de la historia. Es un punto de activación cultural. Tomamos la excusa, la buena excusa, de que fue el espacio donde Rodríguez le dio clases a Bolívar para dimensionar en otro aspecto ese contenido, esa carga histórica que tiene la misma”. El historiador habla con entusiasmo de La Casa. Me explica lo que contienen los espacios. Son muchos y variados. “Simón Rodríguez decía que todo espacio de formación tenía que tener un área para el juego, un área para la lectura y un área para las ciencias”. Todo eso está aquí. Y más. Diseñada para los chamos, sin embargo los adultos también tienen cabida.
El presidente Maduro la inauguró el 1o de abril de este año. Funciona de martes a domingo de 10 de la mañana a 6 de la tarde.
Adriana Nunes tiene 20 años, es “enemiga número uno de los centros comerciales” y le agrada la recuperación de los espacios culturales de Caracas. Prefiere pasar tiempo en un lugar como este, que le ofrece calma. No quiso decirme cuánto gana en su trabajo de guía en la Casa de las Primeras Letras. Estudia Comunicación Social en la UCAB y con lo que gana va a ayudar a sus padres con el costo de los semestres: 12 mil bolos. Quiere terminar su carrera y, de ahí, “derechito a Unearte, a estudiar Producción, que me gusta”.
En las paredes de La Casa hay unos paneles acrílicos con pensamientos de Simón Rodríguez. Cuando vengan los leerán. Y se toman un café o un chocolate. Ocho bolívares cuesta un vaso de chocolate, ¡sabroso que estaba! Con esos precios, pude brindar y todo. El fotógrafo se comió una jalea de mango y no me ofreció ni un poquito. De paso me dice que estaba buena.
Ese día la Compañía de Teatro de Títeres Tuqueque ensayaba un montaje: Máquina del tiempo bicentenaria, porque quieren “que los niños viajen a través del tiempo para conocer de una manera divertida la historia de Venezuela”. Eso lo dice Elaine, la directora. “Un patriota se sale de la máquina del tiempo y cae en la Casa de las Primeras Letras. Bolívar lo envió por refuerzos, llega, ve tanto niño y se los lleva”. Las funciones son los domingos a las 2 de la tarde y la entrada es gratuita. El estreno fue el domingo pasado. Vea el reloj, tal vez le dé tiempo de llevar a los chamos. Quedan tres funciones.
El teatro está nuevecito. Tiene un proscenio contundente (me aprendí la palabra hace poco y estaba fiebrúo por usarla). Todo está nuevo, limpio. No todo. La fachada de La Casa está recién pintada y ya tiene las huellas de zapatos que quedan porque uno —me acabo de dar cuenta que es innecesario— tiene la mala costumbre de recostarse en la pared y apoyar el pie. Es la clásica posición de cuando uno se reúne en la esquina. Pero ver la pared recién pintada y sucia por eso, en la Casa de las Primeras Letras, ¡coño!, casi que da arrechera.
En la sala de lectura hay un chamín jugando “Conociendo a Bolívar”, un juego de mesa que no está a la venta. El encargado de esta sala se llama José Luis Salazar y tiene un rostro severo, que hace que los niños se porten bien allí. Al menos el chamín estaba tranquilo, concentrado, por eso no lo interrumpí.
Seguimos recorriendo La Casa. En un pasillo estaba Milagros Montoya cargando la batería de su celular. Literalmente, una “enchufada” que quiere que la Unearte haga un enlace con Misión Sucre para hacer la licenciatura en Artes. Es diseñadora gráfica y estudiante de Comunicación Social en la UBV, sede Ciudad Bolívar. Al saberlo, por supuesto, le hicimos la pregunta obligatoria: “¿Conoces a Mario Silva?”. No lo conoce personalmente pero le gustaría. Está de visita e impresionada con los espacios de La Casa. Me contó que los estudiantes de allá tienen la expectativa de que Correo del Orinoco instale otra imprenta. También me dijo que hay que cuidar “el legado que el Presidente nos dejó”. Siguió “enchufada” y nos enseñó el chocolate que había comprado.
Contando a la gente que vende chocolates, que son cuatro de Cacao Venezuela (empresa de producción socialista), en la Casa de las Primeras Letras trabajan doce personas en total. Son empleados del Gobierno del Distrito Capital y están satisfechos con lo que ganan. El historiador suena sincero: “Fuera de retórica romántica, el mejor pago, de verdad te lo digo, es trabajar en este espacio. Es una experiencia muy bonita, tiene un valor simbólico, histórico y político muy interesante”.
Los viernes y los sábados tendrán actividades especiales, de modo que el horario se extenderá dos o tres horas más.
“Hay una sala interactiva con dispositivos de alta tecnología, táctiles, con juegos de contenido histórico dirigidos a los niños. Una proyección holográfica de Simón Rodríguez te recibe y conversa contigo”, sigue contando Alejandro. También está el Acta de la Independencia digitalizada que, posteriormente, se podrá firmar e imprimir. En la sala de lectura se está creando una colección de pedagogía e historia. Una tiendita donde venden libros; el más caro cuesta 50 bolos. “La sala de época es una forma de conexión con la vestimenta del siglo XIX y la significación social que tenía la forma de vestir”.
El proscenio, el gran proscenio, el maravilloso proscenio, está en la sala de usos múltiples donde, además de los títeres, se realizarán pequeños conciertos, recitales y proyección de audiovisuales.
Alejandro, Elaine, José Luis, Adriana y las y los otros guías de La Casa lo que quieren es que vayan a conocerla. Van a pasarla bien, llévense a los chamos y chamas. Pueden cargar su teléfono si lo necesitan. Y por favor, no pongan los zapatos en las paredes.
POR GUSTAVO MÉRIDA
FOTOGRAFÍAS JOSÉ RIVERA