Este miércoles el pueblo de Naiguatá rindió homenaje a los cultores que rescataron el tradicional Entierro de la Sardina, manifestación cultural que se realiza de forma ininterrumpida desde hace 57 años todos los miércoles de ceniza, pero que es una parodia colectiva que se remonta a 1902.
Texto: AVN / Fotos: Pedro Mattey, AVN
Antes de la falsa homilía que marca el inicio de esta expresión, de forma sorpresiva Carlos Pérez, uno de los organizadores del Entierro, dio un reconocimiento en vida a Ricardo Díaz, fundador de la agrupación musical La Parranda de la Sardina de Naiguatá, y a Juan José Montes, falso sacerdote que ha oficiado la misa durante los últimos 57 años.
“Queremos rendir homenaje a mucha gente que ha sitiado a Naiguatá en el mapa turístico del país. No queremos que los que ya se murieron se olvidaran, mucho menos olvidar a los que aún están vivos”, comentó Pérez, quien rindió reconocimiento post mortem a los padres de José y Ricardo.
También se recordó a Roberto “Robin” Izaguirre, fallecido hace dos años, quien además de Diablo Mayor en Corpus Christi, era el diablo que mantenía a las desaforadas viudas de la Sardina “dentro del carril”.
Pérez anunció que en adelante, desde el Entierro de la Sardina, se reconocerá a los naiguatareños que hayan destacado en lo educativo, social, deportivo, cultural o cualquier otro ámbito. “Tenemos mucha gente valiosa”, afirmó.
“En cuanto oí el reconocimiento no sé qué pasó, pero se me aguaron los ojos. Es un orgullo para mí ser parte de esta manifestación, de este pueblo, de esta gente tan linda y bochinchera; y mientras tenga vida seguiré en la parranda de la Sardina”, dijo Díaz.
Con su sotana puesta y una brocha a modo de aspersor, Montes contó: “Mi padre me inició en el Entierro de la Sardina, él fue coronado reina varias veces y también fue cura. Ellos echaban el agua bendita de verdad, yo hoy echo cerveza”.
El más parrandero
El Entierro de la Sardina es la expresión fúnebre más bochinchera del país y marca el inicio de la cuaresma, una vez concluido el Carnaval.
En representación de los pecados, el pescado de cartón. Éste pende de alambres en el centro de un armazón de madera, a suerte de urna, del que cuelgan verduras y hortalizas. Alrededor, sus viudas llorosas, hombres difrazados de mujer entre quienes Reyner Basalo fue coronado reina.
“Se supone que todos nos portamos mal en carnavales, hicimos rubieras. Entonces hoy, en el comienzo de la cuaresma, nosotros enterramos el pecado que cometimos, ‘arrepentidos’ renunciamos a lo malo y ofrecemos a Dios las verduras como una manera de pedirle que nos dé el alimento que necesitamos por todo el año”, explicó Miriam Corro, naiguatareña.
Luego de una falsa misa, el cortejo fúnebre recorre el pueblo al ritmo de la parranda hasta llegar a la playa, donde se deja hundir en el mar.
Este año recorrido fue acompañado por una muchedumbre de unas 1.300 personas con disfraces de todo tipo.
Historia
No existen registros claros de cuando fue retomada esta tradición europea, versionada por este pueblo de pescadores. Sin embargo, algunas versiones apuntan hacia 1902.
“Cerca de Puerto Azul, los hermanos Cáceres se reunían y salían a recorrer el pueblo con la sardina, con velas y faroles de carburo porque en ese tiempo no había luz. En Pueblo Arriba, la señora María Iriarte aprovechaba la oscuridad para bajar disfrazada de La Sayona, pero buscaba aun peluquero muy guapo en pueblo abajo, que le espelucaba la peluca”, contó con picardía Montes.
Para 1941 se volvió a retomar la tradición por parte de las familias. En ese tiempo sólo los hombres se vestían de negro, no se disfrazaban y lanzaban agua bendita. Quienes eran novios en esa época, el sábado santo solían “pelear” para reconciliarse el miércoles de ceniza.
“Podríamos decir que esta tradición tiene 113 años, con interrupciones durante dos períodos, pero también es una manifestación antigua”, explicó Montes.