Esto quiere ser un recordatorio, a manera de aporte a quienes andan preguntándose cosas como “¿por qué el pueblo nos dio la espalda?”, “¿perderemos lo logrado en 17 años de revolución?”, o la peor de todas: “¿se acabó la revolución?”
Texto: José Roberto Duque, Misión Verdad
Va primero el lugar común, la frase hecha o idea ya manida: hermano, la historia no es una línea recta, derechita y ascendente que nos llevará a la victoria para siempre, sino un sendero lleno de accidentes, frenazos, retrocesos, saltos insólitos adelante (como este de 17 años que todavía no termina) y otros hacia abismos lamentables. Se gana, se pierde, se avanza, se repliega nuestro ejército. ¿Por qué será tan difícil hacer entender esta lógica tan simple del transcurrir de los pueblos, si eso es exactamente lo que pasa con la vida de los individuos humanos?
Los chavistas, probablemente por lentitud, hemos sido incapaces de demoler las instituciones del Estado burgués (tarea crucial si queremos crear otras). Lo que ocurrió ayer fue un acto de reconquista de uno de los espacios (poderes, los llaman) de ese Estado por parte de sus creadores. El parlamento venezolano no cambió de estructura ni de espíritu cuando con sólo cambiarle el nombre de Congreso a Asamblea Nacional y con sólo meter unos chavistas a legislar y a cachetear proyanquis.
Así que no nos han arrebatado nada; ellos han regresado (decíamos que no volverían y volvieron) a una institución que es suya. Nosotros la dominamos por un rato, la revolvimos y utilizamos para servirle al pueblo; ahora volverá a estar al servicio de los empresarios y potencias hegemónicas. Estructuralmente la dejamos intacta. Siempre fue de ellos aquello que no logramos, supimos o alcanzamos a destruir; a sus manos ha regresado.
¿Por qué el pueblo votó por su enemigo histórico, por los factores que lo vejaron y seguirán vejando? Es un tema aparte que deberá ser desarrollado y discutido cuando pase el ratón amargo. Muchos han querido hacerlo desde ahora y el resultado ha sido un desahogo grosero, un insultar al pueblo por no haberse dejado seducir por nosotros, los responsables de seducirlo. Hemos visto desatarse al clásico intelectual engreído que cree que si el pueblo no lo acompañó es por ignorancia, por no haber leído o simular haber leído sus mismos libros y manuales. Allá ellos en su microscópica soledad y en su miserable insignificancia.
El acto de hacer política es un acto de seducción. Si algo debemos admitir nosotros, comunicadores al servicio de la Revolución, es que hemos sido malísimos echando los perros del convencimiento, el patriotismo y el amor a las causas universales. Comunicadores eficaces los del enemigo, que puso a nuestra gente pobre a hablar como empresarios o a favor de los empresarios. Cuando un taxista o un perrocalientero viene a decirte que la escasez se debe a que el Gobierno estranguló a los empresarios y por lo tanto al aparato productivo, estamos en presencia de un cataclismo, una señal de que fracasamos al explicar de qué se trata todo este proyecto.
Cuando te das cuenta de que el buhonero Pedrito Guzmán habla como María Corina Machado no significa que ese pobre hombre es un pedazo de güevón ignorante, comemierda y jalabolas de los ricos: quiere decir que tú fracasaste en tu tarea de explicarle a ese hombre que si los empresarios están bien el pueblo pobre estará mal. Que su rol en eso que llaman “el cambio” consistirá otra vez en ser sirviente o esclavo del empresario. Y que cuando ese esclavo ayude a llenar los bolsillos del empresario entonces aparecerán 75 marcas de papel toalé en los anaqueles, pero que el esclavo sólo podrá comprar la que le rompe el culo.
Fracasamos nosotros, los propagandistas, no la gente a quien nuestro discurso le pareció inservible por complicado.
Mientras tanto, hay que acostumbrarse a la idea de que eso es lo que hay, y en esas aguas hay que navegar. Y miren la calidad de esas turbulentas aguas: el antichavismo se ha alzado con el control de una instancia donde se deciden legalmente cuestiones del funcionamiento del país, y detrás de él hay un tolete de pueblo que le otorgó legitimidad.
Así como hay momentos para reinventar y resignificar, hay también otros para volver y reafirmarse sobre las ideas y palabras echadas al viento de la historia, esa trituradora de sueños y teorías. Estas líneas quieren ser un ejercicio de cuentos y recuentos dichos y defendidos varias veces en los últimos años.
Cierto que no somos los mismos de hace 15 o tan siquiera 8 años, y por lo tanto muchas de las palabras y acciones de entonces hayamos tenido que revisarlas o desecharlas. Pero hay unas líneas maestras con las que uno debe armarse antes o en el momento de lanzarse a la molienda. Eso que llaman principios o convicciones rectoras: esa suerte de “manual de uso” del discurso, de la política y de la vida, que es preciso tener presente para no terminar ricardosancheando, ismaelgarciando o williamojedeando de aquí para allá y viceversa, dependiendo de si la historia nos favorece o patea.
Usted puede declararse pragmático en el tono que quiera, pero si no tiene un ancla que lo afirme en el sustrato sólido del amor a su pueblo y el de los adentros (el amor y el respeto a sí mismo) terminará adeco, militante de Bandera Roja o discurseador de Marea Socialista.
El chavismo perdió el control de la Asamblea Nacional y eventualmente perderá también el control de otros poderes (el judicial, el electoral, el moral, etc). Conserva el Poder Ejecutivo y buena parte de otro poder que casi ni se menciona, tal vez porque no es una formalidad ni un ente legal: tenemos el Poder Comunal. A quien quiera sopesar escenarios emocionantes vaya sacando esta cuenta: como la máxima expresión de la Democracia Participativa y Protagónica es la Asamblea General de Ciudadanas y Ciudadanos, vaya calculando qué puede ocurrir si miles de Asambleas deciden seguir un rumbo distinto al que promueva o apruebe la Asamblea Nacional.
¿Consejos comunales y comunas que decidan no reconocer a los poderes del Estado? ¿Y cómo se sostendrán? ¿En qué estadio de su proceso de autogestión se encuentran las comunas en las que vivimos? ¿Cuántos y quiénes estaremos dispuestos a declararnos en rebeldía contra las instituciones? ¿Por qué rayos tenemos que disolver o suspender la construcción de la sociedad comunal, si para eso no necesitamos permiso de diputados ni de empresarios?
Las revoluciones son actos esencialmente ilegales, pues van contra lo establecido o permanecen al margen de lo establecido. La Revolución ha sido a lo largo de la historia una conducta, una posición y un ejercicio vital por el cual a sus ejecutores los persiguen, excluyen, discriminan, torturan, encarcelan, allanan, asesinan y luego terminan de despedazar en los libros de historia burguesa. Acá se ha intentado voltear esa situación (y bien bueno que al menos una vez en la vida perseguimos y pateamos a los criminales millonarios) pero sin explicarles a los jóvenes qué cosa es la que estamos haciendo. En consecuencia, ahora tenemos una legión de muchachos que creen que la revolución consiste en tener un cargo, un sueldo, un uniforme, unos cestatíquets y unos beneficios burocráticos.
El desaprendizaje y reaprendizaje consistirá entonces en habituarnos a hacer la Revolución como antes y como en todas partes: bajo asecho, persecución, amenaza y agresión del Estado, sus aliados empresariales y sus instrumentos de represión (policías y ejércitos).
Eso nos tocará algún día.
Cuando ese día llegue, entonces sabremos quién se decía revolucionario para defender un puesto y quién llevaba ese ardor en la conciencia y en las venas. Habrá llegado el momento de conquistar espacios, no con los votos de nadie sino con el amor de los que, finalmente, logremos convencer de que otro mundo es posible.