A propósito del 117 aniversario del nacimiento del escritor, abogado, historiador, diplomático y político Mario Briceño Iragorry, nacido en 1897 en la ciudad de Trujillo y quien fue citado en numerosas ocasiones por el Comandante Hugo Chávez, reproducimos este artículo en el que hace una reflexión sobre el término “pitiyanqui”.
Autor: Mario Briceño Iragorry
“¿Y eso de pitiyanqui, qué significa, don Mario?”, me preguntaba en días pasados un modesto hijo del pueblo, con quien tropecé al doblar una de las tantas angustiosas esquinas del centro de nuestra pompeyana y babilónica capital. Inquiría el amigo sin nombre –porque en esto de la defensa de la nacionalidad topo con numerosos e imprevistos amigos– acerca del calificativo que en algunos escritos he dado a los compatriotas prestados a hacer juego a los intereses norteamericanos, en perjuicio de los sagrados intereses de Venezuela.
La palabra pitiyanqui no la he inventado yo. La palabra es puertorriqueña. La acuñó el alto poeta Luis Llorens Torres. (1) Su origen semántico quizá tenga algo que hacer con la florida imaginación del poeta. La voz piti, como alteración del francés petit, entra en la palabra pitiminí, recogida por la Academia, y con la cual se designa el rosal de ramas trepadoras que echa rosas menudas y rizadas. Llorens Torres, más que en las rosas, debió pensar en la actitud trepadora de los compatriotas que se rindieron al nuevo colonialismo.
El pueblo puertorriqueño ha sido un pueblo ejemplar en lo que dice a defender la estructura de su conciencia. No lo ha sometido ni la fuerza ni el halago. En el fondo de su espíritu resisten los viejos valores fraguados bajo los altivos signos de la hispanidad sin tiempo y sin política. Sin haber gozado las libertades de la república, Puerto Rico se ha sentido en unión permanente con la América de Bolívar, de San Martin, de Morelos (2) y de Martí. La torre del homenaje de su cultura sigue ocupándola Eugenio María de Hostos (3). Posee el pueblo del pequeño gran país insular un plano secreto, muy diverso del plano que aflora a la realidad. Como toda nación oprimida, se ha dividido en dos. La parte que goza y ríe; la parte que medita y sufre. El patriota callado miró que los hombres risueños buscaban parecerse a los nuevos amos. Que imitaba sus costumbres y tomaban de prestado sus pensamientos. Se parecieron, mas no llegaban al nivel de los dominadores. Pero con imitarlos y sonreírles, aseguraban derecho al gozamiento.
A la gozadera, quedaría mejor expresado. Era necesario dar un nombre nuevo a esta fácil y liviana actitud. Claro que en el léxico antiguo existen palabras apropiadas al caso. Pero precisaba algo nuevo. Algo que connotase directamente la posición del nativo carente de escrúpulos para plegarse a la voluntad del yanqui. Los poetas saben el secreto de las palabras. Llorens Torres hizo el maridaje de los dos voquibles. Del francés tomó la palabra petit y le dio forma aún más menuda y humillada. Piti todavía es menos que petit. Pitiyanqui resulta algo así como yanquicito, yanquito, yancuelo. Algo que pretende ser un yanqui, pero no llega jamás a serlo. Una manera de larva con alas tan rudimentarias que no alcanzan para el vuelo, pero que tiene, sin embargo, derecho a comer los manjares que sobran de la abundosa ración de la mariposa multicolora.
Cuando yo he usado la palabra como determinativo de quienes irreflexiblemente puedan servir al imperialismo sin mirar los perjuicios que su conducta ligera acarrea al país, lo he hecho en orden a advertir el riesgo de que nuestra Nación se pueda convertir en pueblo de resignados yanquicitos. Es peligroso optar posiciones que a la postre lleguen a crear un hábito social, capaz de desfi gurar nuestra integridad de pueblo. Un país como el nuestro, que ha dado en la flor de afirmar en inglés, terminará por rendir su conciencia al reclamo forastero. Choferes de plaza, al igual de doctores pintiparados, han dejado de usar nuestros adverbios antiguos, para responder yes, okey, olray. El papiamento verbal puede tornásenos en papiamiento de conciencia.
Nuestra verticalidad de Nación está, por eso, más reñida con el pitiyanqui que con el yanqui. El hombre venezolano puede y debe trabajar con el extranjero de América y con el extranjero de Europa, de Asia o de Africa que venga a ayudarle en su tarea de crear riqueza y cultura. El mundo pide la pacífica colaboración de los pueblos. El norteamericano tiene una experiencia técnica que nos es útil y sobreabunda en riquezas que necesitamos para acrecentar el bienestar común. Pero el hecho de su poder extraordinario no justifica nuestro achicamiento. Colaboración no es subordinación ni olvido de la personalidad. Colaboración es igualdad. Claro que es en extremo difícil la sociedad del gato con el ratón. El ratón corresponde al pitiyanqui. Puede, en cambio, haber sociedad de gatos grandes y de gatos pequeños. Yo sólo aspiro a que en nuestra relación con el gran país del Norte hagamos el papel de gatos magros y no de ratones gordos. Grandes ellos, pequeños nosotros, podemos hablarnos y entendernos en el común idioma felino. Pero, como ratones, quedamos a merced de que al cansarse el gato de jugar con nosotros, resuelva ingerirnos como alimento complementario. Siendo todos gatos, podemos, en cambio, llegar a querernos colectivamente sin recelos.
La atribución de pitiyanqui usada por mí para califi car una conducta antinacional, no implica, tampoco, bandera ni de guerra ni de odio contra el yanqui. Apenas determina una actitud de defensa de lo nuestro. Ayer, y justamente al pie de la estatua de Bolívar en nuestra plaza principal, un correcto caballero estadounidense me felicitó por la manera de presentar yo el caso de nuestra reacción latinoamericana frente a los errores de la política imperialista en su país. Sabe él cuánto admiro a su gran pueblo y cuánto me encantaría que fuera distinta la política que pusiera en práctica con relación a nuestra América hispánica. El sabe que es la mía actitud de defensa de lo nuestro.
El pequeño tiene derecho a conservar íntegro su patrimonio moral. Nosotros, como Nación, debemos cuidar por la conservación de nuestros valores sustantivos. Lo contrario sería un acto de inconsciente lentejismo. El lentejismo, con el cocacolismo, con el esfialtismo, con el mulanegrismo tienen aplicación en el léxico y en la conciencia del anti-nacionalismo. Son variaciones cromáticas de una misma actitud de entrega, de resignación, de complicidad frente a las fuerzas del imperialismo.
Bueno, también, es recordar que una cosa es el imperialismo del Pentágono, de la Casa Blanca y de Wall Street y otra cosa es Estados Unidos como pueblo. En el fondo de la gran nación del Norte viven y pululan las contradicciones. Allá, como acá, existe una corriente que se mantiene fiel a la tradición de respeto y de dignidad que crearon los hombres antiguos. Ese pueblo y esa nación americana que pinta García de Sena (4) en la primera entrega de la “Fundación Mendoza”, no coinciden con el Pentágono, con la Casa Blanca y con Wall Street del presente angustioso momento del mundo. Si bien es cierto que la aspiración a dominar nuestro hemisferio se abulta desde los años cabeceros del siglo XIX, también es cierto que entonces era otra la América romántica que tomó por símbolo la campana de Filadelfia.
Desgraciadamente la mayoría de quienes forman la América que se embarca en los firmes muelles neoyorquinos, no son de la América admirable de Jefferson,(5) de Lincoln y de Whitman, vienen, en cambio, en grueso número ciudadanos de la América de Walker, de Sam Zamurray y de los Rockefeller. Contra esa América esclavista y negada a la expansión de los grandes principios donde se afincan las repúblicas, debemos mantenernos en actitud de vigilantes centinelas. Suaves, cordiales, acogedoras han de estar nuestras manos para el apretón debido a quienes como amigos vengan a tratarnos. Para aquellos, en cambio, que se presenten con intentos de adulterar nuestros credos y de borrar del libro de nuestra Historia el acta de Independencia que firmaron los patricios de 1811, debemos tener, en lugar del vino y de la sal en mesa de amistad, la ceniza y la sal que hagan estéril la intención conquistadora….
(1953)
Notas
- 1 Luís Llorens Torres (1878-1944). Destacado poeta y ensayista puertorriqueño. Autor de Alturas de América y de América: estudios históricos y filológicos
- José María Morelos y Pavón (1766-1815). Patriota y sacerdote mexicano. Se distinguió como militar en las campañas emprendidas en pro de la independencia de su paìs. Derrotado y hecho prisionero, muere fusilado.
- Eugenio María de Hostos (1839-1903). Pedagogo. Uno de los grandes pensadores de nuestra América española. Puertorriqueño, por mucho tiempo vivió en Santiago de Chile y en Santo Domingo. Su obra más importante es Moral social (1888).
- Manuel García de la Sena. Uno de los próceres civiles de nuestra emancipación. Traductor de La independencia de Costa Firme justificada por Thomas Paine, treinta años ha y de la Historia sucinta de los Estados Unidos, de Jhon M’Culloch. Gracias a la traducción de García de Sena, la obra de Paine ejerce una considerable influencia en el pensamiento político de la Venezuela de comienzos del XIX.
- Thomas Jefferson, (1743-1826). Tercer Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (1801-1809). Fue además el principal autor de la Declaración de Independencia de su país