Alicia Alonso fue la última de las representantes de una estirpe de bailarinas clásicas universales llamadas a ser mitos inmortales. Más allá de las singularidades de su temperamento escénico y sus dotes artísticas, Alonso proyectó cierta condición sobrenatural que, aún ya fuera de la escena, le permitió permanecer en un mundo figurado, sin perder nunca contacto con la realidad concreta, en una suerte de intensa y permanente vivencia romántica.
Texto: Teatro Teresa Carreño
Fue la más longeva de las primas bellerinas assolutas, sobrevivientes en un ámbito en el que el sistema de estrellas férreamente establecido, si bien no ha desaparecido definitivamente, se encara en la actualidad de una manera distinta.
Su reciente fallecimiento acrecienta y universaliza aún más la leyenda. La excepcional bailarina, partícipe en los esforzados tiempos iniciales del ballet estadounidense, contexto donde desarrolló su dimensión estelar; y forjadora, junto a los hermanos Fernando y Alberto Alonso, de una obra cultural que no tiene equivalente dentro de la realidad latinoamericana y caribeña, como lo es el ballet cubano, arribó a una dimensión histórica, tanto por su elevado desempeño creativo, como por los alcances de su influyente y determinante liderazgo.
El registro de su deceso, ocurrido poco antes de cumplir 99 años de edad, lleva a indagar las vinculaciones de Alicia Alonso con el ballet venezolano, que datan desde los inicios de su profesionalización, hacia finales de los años cuarenta del siglo XX. Se trató de una relación signada, tanto por los afectos personales como por las estrategias de cooperación artística.
El debut en Venezuela de Alicia Alonso junto a su compañía integrada por 36 bailarines, ocurrió el 12 de noviembre de 1948 en el Teatro Municipal de Caracas, en lo que fue su primera gira internacional. El programa de la temporada anunciaba la representación de las obras Giselle y Pedro y el lobo. La misma se vio alterada por los sucesos del derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos. A partir de allí, el contacto se mantuvo hasta principios de los años sesenta. Personajes como María Enriqueta “la Nena” Coronil, Vicente Nebreda e Irma y Margot Contreras, resultaron fundamentales en el afianzamiento de este vínculo inicial.
Los bailarines venezolanos siguieron muy de cerca las relativamente frecuentes actuaciones de Alonso, junto a sus acompañantes Anton Dolin e Igor Youskevicht, por distintas ciudades del país. Algunos de ellos –Vicente Nebreda, Irma Contreras, Graciela Henríquez y Tulio de la Rosa- se unieron temporalmente al Ballet Alicia Alonso con sede en La Habana.
La creación del Ballet Nacional de Venezuela a finales de la década de los cincuenta, propició momentos claves de fortalecimiento para la naciente iniciativa institucional. Alonso y Youskevicht actuaron como bailarines invitados del debutante elenco venezolano. Muy pronto, esta compañía viviría una de sus más significativas experiencias fuera del país: su participación en el Primer Festival Internacional de Ballet de La Habana, iniciativa de la connotada bailarina.
Los años setenta trajeron consigo el restablecimiento de los nexos de Alicia Alonso con Venezuela. Fue un tiempo en el que cumplió temporadas junto al Ballet Nacional de Cuba en la Universidad Central de Venezuela y la Universidad del Zulia, y fue huésped, al lado del primer bailarín cubano Jorge Esquivel, del Ballet Internacional de Caracas, bajo la dirección de Vicente Nebreda. La reciprocidad llevó a Zhandra Rodríquez como invitada del Ballet Nacional de Cuba, y a ella y también a reconocidas compañías venezolanas, a tomar parte en distintas ediciones del Festival Internacional de Ballet de La Habana: Ballet Teresa Carreño, Ballet Nuevo Mundo, Ballet Contemporáneo de Caracas y Danzaluz.
También a principios de los años ochenta, Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba tuvieron una participación relevante en el Teatro Municipal de Caracas, durante la extensa temporada artística presentada con motivo de la celebración del bicentenario de El Libertador Simón Bolívar.
Los últimos veinte años activaron de nuevo la presencia de Alonso y su compañía en Venezuela, mediante la cooperación establecida con la Fundación Teresa Carreño, traducida en la escenificación de su afamada versión de Giselle por parte del conjunto cubano en la Sala Ríos Reyna, a finales del año 2000; así como en la coproducción de la misma obra entre el Ballet Nacional de Cuba y el Ballet Teresa Carreño, bajo su directa observancia, ocho años después; y la colaboración de algunos de sus primeros bailarines en temporadas y galas artísticas programadas por el complejo cultural caraqueño.
El legado de Alicia Alonso pertenece a Cuba, Latinoamérica y el mundo. Lo superlativo de su baile, sus visiones sobre la creación coreográfica apegadas a los valores de la academia y a su intrínseco sentido de identidad, así como su efectiva concepción pedagógica, quedarán como trascendentales referentes para el ballet universal.
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