Crónicas y anécdotas desde el portal La Cultura Nuestra, mostrando el trabajo de la comunidad organizada y trabajadores del Ministerio de la Cultura en el estado Amazonas en el marco de la campaña electoral del 6 de diciembre y el gobierno de eficiencia en la calle.
La Cultura Nuestra (Texto: Marco Teruggi / Fotos: Maureen Riveros)El presidente fue una mano moviéndose detrás del vidrio polarizado de un Cadillac negro. El niño tenía nueve años, vivía al borde de la autopista en el Zulia. Habían salido todos, por pedido de su madre, a ver pasar a Rómulo Betancourt que se dirigía a Maracaibo. Y fue eso: una mano apenas visible, dos segundos, después de horas de espera. Primera y única vez. Aunque se quedó dudando: ¿sería esa realmente la mano del presidente?
El niño es hoy un hombre. Se llama Lucas Herrera, vive en Puerto Ayacucho, es Wayúu, casado con Enriqueta Ochoa, del pueblo Piaroa. Han estado conversando con el Ministro de Cultura durante un rato, sentados en una esquina del barrio Humbolt. Le contaron acerca de su militancia en las colas de los supermercados y en los autobuses: hablar con todos, para explicar la realidad de una guerra cuyos autores se esconden, los esfuerzos del Gobierno por garantizar el abastecimiento. Y hacerlo en “idioma” como dice Enriqueta, es decir, Huottöja/Piaroa.
De Hugo Chávez tienen todos los videos. Suelen mirarlos, para formarse, fortalecer sus herramientas para resistir en el escenario amazonense que resumen en una palabra: clientelismo. La Gobernación y la Alcaldía están en manos de la oposición. Desde allí despliegan sus estrategias de sometimiento: el pago por los votos -entre mil y cinco mil bolívares- las amenazas de despido laboral, trabajos a destajo para hacer las campañas, la promesa de trabajos eventuales pasadas las elecciones.
Cuando Enriqueta y Lucas hablan en las colas son sarcásticos, sinceros, duros. Apuntan a la oposición y también a errores propios, a los casos de comunidades que no pusieron a producir los recursos recibidos, o concepciones que se repiten y dañan: “Como es dinero del Estado no se valora, se ve como regalado”. La situación es difícil, y lo primero es la honestidad. Desde allí se paran frente a la derecha que desabastece, obliga, como en Amazonas, a realizar horas de cola para la comida y para sacar dinero de los cajeros. Saben que el único lado posible para estar es el de la Revolución. El otro es el que Lucas conoció a los nueve años en el borde de la autopista: la mano en el vidrio oscuro del Cadillac, la distancia, el desprecio, el país para esos pocos que hoy arman incendios para forzar su regreso.
Las casas del barrio La Guacharaca son como todas las casas que se van haciendo de a poco en Amazonas: paredes de bloque pelado, terminadas provisoriamente con madera, hechas enteramente de chapa, pintadas a medias, con pisos de tierra, de piedra, cemento, cerámica a veces. Las necesidades suelen parecerse: el hacinamiento, el agua, la luz, entre otras.
En el barrio existen lugares donde no hay trazado de calles: existen casas, puestas como se pudo, en zonas planas, en la cima de las piedras, en pendientes donde solo pueden sostenerse chinchorros y colchones en el piso. El contraste con las casas de la Gran Misión Vivienda Venezuela que se van intercalando por la Guacharaca es grande. Con lo que dejará el plan Barrio Nuevo Barrio Tricolor también.
El recorrido que realiza el ministro de Cultura, Reinaldo Iturriza, no distingue unas casas de otras. En cada una se detiene para conversar, construir la política chavista, hecha desde la voluntad de borrar las diferencias de poder, entre ministros, diputados, alcaldes, candidatos y hombres y mujeres sin cargos, aunque sí, muchas veces, con enormes responsabilidades. Entrar, sentarse, escuchar problemas, debatir formas de resolverlos -desde la institución y/o la organización popular- debatir sobre la situación que vive el país, una y otra vez durante horas. No es una época fácil: la presión por conseguir alimentos, productos de primera necesidad -los hay menos que en Caracas-, el desafío de sostener el legado de Chávez cuando se hacen más de 30 horas de cola en una semana, desde hace más de un año.
“Para el pueblo chavista la política es una práctica entre iguales. Es el espacio en que es posible plantear y resolver problemas comunes de manera colectiva”, escribirá Reinaldo Iturriza días después.
Mientras se va avanzando los vecinos se suman, como una pequeña caravana por las calles, dirigida por voceros del consejo comunal. Todos abren la puerta de la casa. Amazonas duele desde lo alto de esas piedras, donde, por ejemplo, una familia de catorce personas vive en un rectángulo de 3×6 m2 enteramente de chapa, separado dentro por telas. “Es la primera vez que nos visita un ministro”, dicen todos. Las conversaciones a veces son largas, se ofrece agua, café, se enseñan los cartones de votación para las próximas elecciones, se conversa sobre por qué votar. Solo en el chavismo se pueden resolver los problemas, las contradicciones, lo que falta, se dice por ejemplo. Y cuantos más problemas haya, más necesario se torna votar.
Bebisol Figueroa se hizo chavista desde la cárcel, en el 2006. Allí miraba los programas del presidente por televisión, lo escuchaba atentamente. Cuando salió impulsó la conformación del consejo comunal en el barrio Humbolt. La nombraron vocera. “Que nos estamos muriendo de hambre es mentira. Hay Misiones, Mercal, pasa que algunos quieren que todo se lo regalen. Mucha gente no entiende, es la guerra económica”, dice.
Está sentada frente a un altar armado entre unas piedras. Ahí están reunidos Negro Felipe, Jesús, Santa Bárbara, María Lionza, Guaicaipuro, Tamanaco, María Francia. Hay velas también. Y frascos con medicinas naturales, contra los dolores de hueso, de cabeza, la chikungunya, las canas, “para la buena suerte, tú sabes, el novio y la novia”, botellas que “tienen de todo, hasta un ojo y garras de gavilán”. Es alegre Bebisol. Y el barrio está tranquilo.
No siempre fue así. Organizaron a la juventud, instalaron una Base de Misiones Socialista, y en la orilla del río construyeron un conuco donde siembran patillas, yuca, melón, auyama. Allí donde antes funcionaba un puerto clandestino para contrabandear hacia Colombia, a tan solo unos minutos en lancha, del otro lado del río. Desandar la lógica del contrabando con organización y producción. No es sencillo: un kilo de leche es pagado 1.500 bolívares del otro lado, un tambor de 200 litros de gasolina 25.000 bolívares. De la costa de Humboldt ya no salen lanchas cruzando a toda velocidad para alcanzar la mitad del río y saber que no serán atrapados porque ya se encuentran del lado colombiano.
Ella renunció a su trabajo en la alcaldía cuando ganó la oposición. “Tenemos que observar por qué llevan tantos años gobernando aquí, ¿por qué ganan?” Su hijo es chavista también, está organizado en el barrio, en el Movimiento 27 de Octubre. La iba a visitar a la cárcel con sus amigos del colegio en aquellos años. “Los niños que vienen naciendo que no caigan en la droga, que cuando les ofrezcan digan que no”, dice, delante de los santos, las velas, el tabaco, descalza, con su franela roja, antes de dirigirse a una asamblea con el Ministro.
El simulacro electoral es para conocer la fuerza interna, saber quienes están convencidos, con quienes se deben reforzar las conversaciones, a quienes se debe ir a buscar hasta la casa, y están indecisos. Voto por voto, Unidad de Batalla Hugo Chávez por Unidad de Batalla Hugo Chávez, así en cada una de los 125 núcleos del Partido Socialista Unido de Venezuela del estado.
“Cuando la gente se pone dura le digo que hay que seguir votando a la revolución porque sino vamos a perder los beneficios, los adelantos como país, las libertades que tenemos en todo, ‘tú crees que te van a regalar una tablet con el capitalismo’, ‘¿crees que hubieras tenido opción de estudiar, de que te paguen una beca para estudiar?’”, dice Alexandra Barrios, sentada en la mesa en la tarde quieta del domingo donde de a poco la planilla se va llenando de firmas.
Su diagnóstico es el siguiente: donde hay personas más humildes hay indecisos, pero casi nunca opositores. ¿Cómo explica a los indecisos? “Por las colas en los bancos, para la comida, lo más indispensable, comienzan a quejarse de la situación, a tener dudas: ‘soy chavista pero por cómo está la situación no sé, el Presidente no busca arreglar las cosas’”, dice. Habla todos los días con sus vecinos, para comprender, tener el pulso de lo que se siente, se padece y espera. “Entonces les digo: ‘antes no se hacían colas en los bancos porque no tenían cuentas ni dinero en los bancos, ahora todos tienen dinero o un beneficio en el banco’”.
El único espacio donde pueden resolverse los problemas es dentro del chavismo. Lo saben quienes le hacen reclamos al Ministro. La oposición no trae soluciones. Ni tampoco, en el caso de Amazonas, entra a las casas para conversar, tejer el sentido participativo de la democracia, la razón motor de la revolución bolivariana. Va sí a repartir bolsones de comida, mostrar una presencia que intimida, vigila. Quien trabaje, por ejemplo, en la Alcaldía, en la Gobernación, no puede acercarse al simulacro electoral: sabe, será hostigado hasta el despido.
Casa por casa es la respuesta que se va construyendo para la recuperación de esos espacios. Una profundización de la forma del método del Gobierno de Calle. El intento de la honestidad, siempre. De borrar las fronteras de poder, no de responsabilidades diferenciadas, pero sí de estatus que fueron la marca de fuego durante décadas: la mano detrás del vidrio polarizado de un Cadillac negro. Eso que era antes un presidente. Ya no. Y la necesidad de construir las soluciones a la guerra de manera unida entre la institucionalidad y el pueblo organizado, es decir, el poder popular. Ese es un saldo que quedará después de la campaña hacia el 6 de diciembre. Ganar las elecciones sí. Hoy más que nunca. Y avanzar en la construcción del socialismo del siglo XXI. También más que nunca.