Cuarta semana, séptimo día y penúltimo del mes de mayo. Rayaba el alba en el valle del amaranto o pira, la hierba que dio nombre a la ciudad que se fundó sobre las tierras de los pueblos originarios que fueron los primeros que se levantaron en contra del imperialismo y la colonización extranjera.
Texto: CiudadCCS.info
En la plaza Catia, cuyo nombre corresponde a uno de los caciques y piaches de la tribu de los Toromaimas, movimientos sociales, campesinos, obreros y estudiantiles revivían la historia de la lucha contra la injerencia y el imperialismo extranjero bajo el estandarte del tricolor nacional.
Como lo hicieron los antepasados indígenas de Venezuela, la denominada Gran Marcha por la Soberanía partió desde Catia para apoyar a la industria nacional y rechazar las agresiones que dictó el gobierno de Estados Unidos contra Petróleos de Venezuela S.A.
Desde tempranito, trabajadores petroleros llegaron, vestidos con bragas y cascos de las filiales de Pdvsa a lo largo y ancho del país. Con ellos, estuvieron representaciones del Poder Popular, expresadas en los consejos comunales de Caracas.
Por su parte, del interior del país arribaban de Cojedes, Guárico, Lara, Vargas y Zulia, representaciones de movimientos campesinos. La jornada avanzaba, bajo un sol que arreciaba con las horas. La plaza Catia se hacía cada vez más pequeña entre la llegada de camiones y autobuses que traían a cientos de personas.
Desde Los Magallanes de Catia, bajaban oleadas de catienses, como aquellas convocadas por las alianzas de caciques en los primeros años de resistencia indígena en el valle de Caracas. Desde el Metro o la autopista, tropas, grupos de franelas rojas de venezolanos y venezolanas respondían a la convocatoria contra las sanciones a la petrolera.
Ya estaban ahí, líderes y voceros del Gobierno Nacional como el presidente de la Asamblea Nacional, Fernando Soto Rojas, el primer vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, el diputado Robert Serra y coordinador del Psuv, Darío Vivas.
A las 11 de la mañana, la plaza Catia vestía de rojo de bando a bando, cuando se inició la caminata. Por la avenida Sucre, en sentido oeste-este, un caudal humano se movía impulsado junto a la consigna “Venezuela se respeta, con mi patria no te metas”. Desde los edificios, las banderas del Psuv, tricolores nacionales o una franela roja, animaban desde ventanas y balcones a los marchantes.
Al ritmo de los tambores, el mismo con el que los pueblos originarios de África guardaban celosos su cultura y sus deseos de emancipación, militantes del estado Vargas también impulsaban de manera enérgica su propia parte de la marcha.
A las 12:30, un gran estandarte nacional, que necesitaba no menos de treinta personas para ondearlo por sus cuatro extremos, se desplegaba a la altura de la estación Agua Salud. Al llegar a Manicomio, un avalancha enrojecida se unía a la comitiva. En las pancartas se leían mensajes como “Pdvsa es nuestra hasta la muerte”, “Alí Primera tenía razón: Yankee go home” y “Ahora con Chávez, estamos más resteados que nunca”.
En ese punto de la marcha, la juventud del Psuv hacía desaparecer los límites entre las edades con el tema ska de Adelante, comandante. Tanto chamos como uno que otro “joven” de la tercera edad se animaron a pegar brincos y hacer los coros. Pasado el elevado de la avenida Urdaneta, un camión de Radio Nacional de Venezuela complacía a los locales con una salsa.
Era la 1:30. Frente a las escalinatas de El Calvario, trabajadores de los mejoradores de procesos del Complejo Petroquímico José, en el estado Anzoátegui, gritaban “Pdvsa es roja, roja, rojita, ahora que es del pueblo nadie nos la quita”.
Llegarían de esta manera a la plaza O’Leary, el resto de los movimientos campesinos, indígenas, misiones sociales y cultores que ahora sienten que Pdvsa realmente les pertenece y por eso exigen, como hace más de 500 años, que la autodeterminación del pueblo de Venezuela se respete.