Los mercaderes del pan, por Alí Rojas Olaya

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Decía Simón Rodríguez en 1834 que “en el país de la abundancia ha llegado a hacerse sentir la escasez. Sería inútil describir el estado de algunos lugares: los que están en ellos, no necesitan ver pintado lo que sienten. El comercio de cosas es una cadena de muchos ramales”. La Federación Venezolana de Industrias Panificadoras (Fevipan), sumada al boicot que hay contra el pueblo, ha dado la orden a los propietarios de las panaderías de subir el precio del pan semanalmente y a utilizar mayor porcentaje del trigo en dulces, tortas, cachitos, señoritas, pizzas, piñitas, etc. que en pan.

Los kulaks, terratenientes rusos, cuando vieron que los zares fueron derrotados por la Revolución Bolchevique en 1917 acapararon el trigo con la idea de especular, crear una crisis y culpar así al nuevo gobierno. El 4 de junio de 1918 en Moscú Leon Trotsky pronuncia un discurso en el que explica: “la burguesía sabe bien que sólo puede haber dos políticas definidas, ya sea el monopolio del gobierno y de los precios regulados, o el libre comercio, con precios que permitan el libre juego.

Pero la política del libre comercio, se dirige a lo que inevitablemente se traduciría en un aumento en el precio del pan, que significaría, en las condiciones actuales, que el pan se monopolizaría en los intereses de un sector de la población. El precio del pan subiría a tal punto que, en un plazo muy breve, el pan se convertiría en un monopolio de los que pueden pagar un precio tan elevado para que a nadie se preocupe en preguntar. Es por eso que el problema se presenta así: o bien mantenemos el monopolio estatal de Obreros y Campesinos del pan, o volvemos al pan en un monopolio de los ricos. Esta es la única manera en que la cuestión ahora puede ser formulada”.

Ese mismo día el Comité Ejecutivo Central, el Soviet de Moscú de Diputados Obreros y Soldados, y el Consejo Central Sindical de la URSS leía el resultado colectivo del análisis de coyuntura y sus propuestas:

“El hambre está llamando a las puertas de nuestras ciudades, fábricas y pueblos. El hambre es el mejor aliado de la contrarrevolución, que espera evocar estallidos de desesperación de las masas hambrientas, para ahogar en sangre la revolución y restaurar el poder de los terratenientes y capitalistas. La lucha contra el hambre es por lo tanto, la tarea fundamental de todos los trabajadores conscientes y de los campesinos. Para que el país pueda vivir, para que la revolución no se pierda, para que el poder soviético se pueda conservar, fortalecer y desarrollar, tenemos que arrancar el grano de las garras de los Kulaks y distribuirlo de una forma planificada entre la población hambrienta. La burguesía y sus parásitos demandan que el monopolio del trigo del Estado sea abandonado y el sistema de precios llegue a su fin”.

“Si tuviéramos que tomar ese camino significaría hacer las reservas de cereales que existen en la posesión de monopolios de los ricos, y condenando a los pobres de las ciudades y pueblos a una hambruna, epidemias y la degeneración. La sesión conjunta reconoce como la única política correcta para el poder soviético, la política de la dictadura sobre los suministros de alimentos, lo que significa la lucha implacable contra los enemigos del pueblo, los Kulaks, los especuladores y ladrones que están tratando de hacer padecer hambre a la revolución socialista. La movilización de los trabajadores hambrientos, el reclutamiento y el armamento de ellos, su alianza fraterna con los pobres rurales, la campaña conjunta contra los Kulaks y los especuladores, ésta es, la única manera de obtener reservas de cereales a precios al alcance del pueblo y que permita al pueblo trabajador a resistir hasta la nueva cosecha. La sesión conjunta hace un llamamiento a los trabajadores para organizar, planificar el combate, vigoroso y decidido por el grano”.

Para Rodríguez: “la América es original hasta en su pobreza. Todos saben que lo que no se alimenta no vive; pero no todos conocen las relaciones entre lo físico y lo moral, y muy pocos consideran el imperio de las primeras necesidades. El hambre convierte los crímenes en actos de virtud, por la obligación de conservarse. Esta consideración pertenece a los Gobiernos: porque a ellos está confiada la guarda de las leyes”.

En este sentido el artículo 305 de la Carta Magna establece como un deber del Estado: “Garantizar la seguridad alimentaria de la población; entendida como la disponibilidad suficiente y estable de alimentos en el ámbito nacional y el acceso oportuno y permanente a estos por parte del público consumidor” y el artículo 233 del Código Penal venezolano es claro: “El que con desprecio de sus obligaciones dé lugar a que falten los víveres u otros efectos de necesidad en un establecimiento o servicio público, o que estén destinados al alivio de alguna calamidad pública, será castigado con prisión de tres a dieciocho meses”.

El pueblo debe saber que la burguesía ha hecho del hambre un arma para su afianzamiento. Cuando el último virreinato español cayó derrotado por el Ejército Libertador en Ayacucho en 1824 los españoles quemaron todos los silos, arrasaron los sembradíos y mataron todas las especies animales proveedoras de carne, huevos y leche.

Sabemos que los dueños del pan se instalaron hace años en el país. Rodríguez los conocía muy bien: “El pueblo ve llegar, de mar afuera, un refuerzo de enemigos que inundan el país y le toman las mejores posiciones”. ¡Organicémonos, combatamos y saquemos a los mercaderes del pan!

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