“A veces gobernar duele”: Entrevista a Reinaldo Iturriza

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TeaBol006-1200x800Darwin se haría pipí en Venezuela. La evolución de las especies, principalmente la humana, se redefine en el paisaje político contemporáneo. La supervivencia del más apto se transfigura en la super-viveza, no necesariamente del más apto. Los mecanismos de selección y eliminación están determinados por la involución, de adeco a chavista a adeco. Con este panorama, lo más fácil de extraviar es la esperanza; sin embargo, podría decirse que una característica que se repite entre la gente que construye un mejor camino es la necedad. Ser un necio. Yo, conversé con uno.

Texto: Indica Carpio / Fotos: Orlando Herrera, Miguel Pereira

A Reinaldo cuando nació lo recibió la boca abierta del Orinoco, tragándose al Caroní, hace exactamente cuarenta y dos años, el último día de noviembre. A sus ocho, un nuevo trabajo para el padre obliga a la familia Iturriza López a trasladarse a las montañas de Guaicaipuro. Allí, en Los Teques viviría veintitrés años.

Los doce restantes son los mismos días en los que el chavismo se hace poder y “Rei” se hace chavista, habiéndose juntado con Meresvic Morán, engendra a Sandra Mikele, escribe, escribe y escribe. Nace Ainhoa Michel, muere Hugo Chávez, lo nombran ministro de Comunas y unos kilos más adelante, un año y cinco meses después, ministro de cultura.

Foto: Miguel Angel Pereira

Foto: Miguel Angel Pereira

Trabajar con las comunas lo bajó a la tierra. Y se convirtió de intelectual, clase media, de izquierda, a intelectual, clase media, de izquierda, en la calle, apasionadamente chavista. Desaprendió así los manuales y se dispuso en el cuadrilátero de la política a desmontar reliquias y relicarios de la disciplina partidista.

Jamás hizo nada para ser ministro, ni siquiera para ejercer alto cargo alguno. Pero, una razón lo acercaría a la que define como una relación de complicidad: se escribía con Hugo Chávez, y se empeñaba en traducirle la verdad, “lo que decía la calle, lo que sentía y padecía el chavismo al margen de la política oficial, que es decir la mayoría del chavismo”.

Al morir Chávez, sintió que se quedó sin interlocutor. Entonces, le preguntó a su esposa: “¿y ahora a quién le escribo?”.

No pasaron muchos días, cuando fue del papel a la acción.

Coincide con Nicolás Maduro. Está completamente seguro de que el compañero de Chávez, durante veinte años, no hizo nada para sucederlo en la presidencia. “Si yo sentí que me quedé sin interlocutor, ¿qué habrá sentido Nicolás, un hombre que trabajó cerca del comandante Chávez durante casi veinte años? Por eso, cuando me plantean la posibilidad de asumir un ministerio, me dije: antes ni me hubiera pasado por la cabeza, pero rechazarla ahora sería equivalente a la traición. ¿Cómo dejar solo a Nicolás? ¡Imposible!”.

Y allí comenzó el largo y duro camino de asimilación. Se dijo: “ya no eres alguien que escribe (en el fondo, es lo que es), ya no eres asesor, ahora hay que gobernar”.

No sé explicar cómo es que, este sociólogo oriental, sonríe cuando los Tiburones de la Guaira ganan un juego de pelota. Una sólo puede pensar o que sonríe poco, o que son más los otros motivos por los cuales pela los dientes: sus hijas, cuando hacen las cosas bien, cuando trabajan en equipo, cuando hacen feliz al pueblo.

El mayor de cuatro hermanos, Reinaldo lo mismo escribe tres libros a la vez, que se desgarra la ropa por el béisbol. Habita el emblema de la caraqueñidad, en Parque Central, pero confiesa que le gustaría vivir en algún Campamento de Pioneros, preferiblemente en el oeste de Caracas. O, mirar la quietud, a orillas de una playa del oriente venezolano, desde una modesta ventana.

Un día de trabajo nunca es igual a otro. “Hay patrones, regularidades, por supuesto, una planificación del trabajo, y de hecho prácticamente todo lo que hacemos obedece a un plan estratégico. Pero el día a día se caracteriza por la incertidumbre. Ésta tiene que ver con la improvisación, pero fundamentalmente con lo vertiginoso que suelen ser los tiempos en épocas de cambios revolucionarios”, explica.

Pero no lo mira como “expresión de nuestra falta de preparación para gobernar”, sino como una oportunidad para demostrar la “extraordinaria capacidad que hemos desarrollado para adecuarnos a las circunstancias y, en el mejor de los casos, para anticiparnos a situaciones de crisis. Gobernar exige mantener un ritmo, estar permanentemente atentos a las exigencias del presente, estar preparados para responder con eficacia en situaciones en que predomina la incertidumbre. Esto, claro está, nos expone al desgaste físico y emocional, lo que quiere decir que estamos obligados a no descuidar todo lo que hace posible recuperar fuerzas, tanto física como emocionalmente”.

Se atreve a más: en la burocracia del Estado, de éste en particular, hay dos tipos de jornadas de trabajo: el de oficina y el de calle. Se define de una como “militante de la calle”.

Para Iturriza, “nada sustituye la calle como espacio de la política, como escuela de la política revolucionaria”. Para ello ha establecido un credo, “hay que saber lidiar con la calle: dejarse seducir por ella. La política callejera como una de los artes amatorias: hay que entregarse a ella como uno se entrega a las amantes. Aguzar los sentidos: escuchar mucho, mirar a los ojos, desarrollar la capacidad para sentir empatía con el ciudadano común, relacionarse siempre a partir del respeto. Lo único mejor que una asamblea conflictiva, donde se expresan las diferencias, es decir, nuestras singularidades, de forma transparente, es el trabajo conjunto, el trabajo voluntario, el trabajo físico compartido, que nos hermana, nos iguala”.

Le enorgullece “infinitamente” trabajar para la revolución, de la que se siente protagonista y a la que califica como una “epopeya”, que lo ha hecho, así lo siente, “mejor persona”.

Foto:Orlando Herrera

Foto:Orlando Herrera

La cultura la define como “un animal que agoniza mientras pare lo nuevo. La vida que se alza contra la muerte, y prevalece. La vida ‘bárbara’, ‘salvaje’, frente a cuyo ímpetu nada puede la muerte ‘civilizada’”.

Ha desarrollado una “profunda aversión” por la izquierda, que se cree superior moralmente. Su rechazo es según él, proporcional a su contacto con lo popular, que desde hace un par de décadas, asumió el nombre de chavismo.

“El chavismo asimila la tradición política de la izquierda, y de allí proviene parte de su potencia, así como algunas de sus limitaciones. El chavismo asimila: incorpora, pero prevalece. No se inscribe en la izquierda política, no forma parte de ella. Ocurre a la inversa. El chavismo es lo que le permite a la izquierda venezolana no sólo hacerse un fenómeno de masas, sino devenir popular. Lo popular impone sus éticas y estéticas. Por eso, soy de izquierda, y comunista. Pero me considero, antes que cualquier otra cosa, chavista”.

Junto a Iturriza ha crecido un grupo de personas a las que mientan “los conuqueros” y una supuesta diatriba según la cual hay una riña entre los que leen y los que siembran. En verdad, la idea es mucho más vieja que el florecimiento de Reinaldo en la política y tiene que ver con eso de “estudiar para ser alguien”.

“Los que creen en el objeto libro como depositario del saber suelen ser personas muy acomplejadas, inseguras, temerosas, que pretenden compensar su falta de experiencia, o el miedo que les produce tener que lidiar con la realidad, con la seguridad que encuentran no en la lectura, sino en el conocimiento que acumulan a través de la práctica de la lectura”. Entonces, recuerda con cuántos esperpentos se tropezó en la universidad, que concebían a la academia como un instrumento para ascender socialmente, por el prestigio asociado al grado universitario.

“Plantear todo esto no nos hace insensibles a la lectura, a los libros, ni quiere decir, obviamente, que todo el que lee es un arrogante insufrible. Yo mismo no concebiría mi cotidianidad sin la lectura, y de mi relación por igual amable y tormentosa con los libros ha resultado, en buena medida, lo que hoy soy. Como tantas personas, también tengo mis libros de cabecera, a los que vuelvo en momentos de tribulaciones, buscando la paz perdida. Sigo descubriendo lo nuevo en libros de autores antiguos, y disfrutando del incomparable placer que es abrir un libro por primera vez. La clave está, me parece, en entender que el saber no reposa en los libros. Leer más no necesariamente nos hace mejores personas. Sembrar tampoco, por cierto. Y sin embargo, tendríamos que sembrar más de lo que lo hacemos, si es que lo hacemos. Cuántos maravillosos secretos nos esconde la práctica ancestral de la siembra. Cuánta sabiduría. Por no ahondar en la circunstancia ineludible de que sin el trabajo de los que siembran no existirían las universidades. Ahora bien, más allá de todo esto, me parece que lo fundamental es evitar los esencialismos: la solución no pasa por evitar los libros para dedicarnos a la siembra. Es tan obvio que casi da vergüenza la aclaratoria. Y en honor a la verdad, las posturas esencialistas las he identificado, casi siempre, asociadas a quienes practican el fetichismo de los libros”.

Por cierto, no recuerda la fecha exacta de cuándo fue la última vez que sembró, en una Comuna. “Tristemente”.

-¿Cuánto gana un ministro de cultura en Venezuela?

-Como 25 mil bolívares.

-¿Por qué la situación económica actual, devenida en crisis, le parece una oportunidad?

-Porque nos obliga a observar los límites de eso que Foucault llamaría la “gubernamentalidad” asociada al rentismo. Gobernar no es otra cosa que prácticas de gobierno que, a su vez, obedecen a unas determinadas lógicas. Nuestras prácticas de gobierno están determinadas por eso que Alí Rodríguez Araque llama lógicas del “capitalismo rentista”. Nuestros modelos de gestión favorecen el despilfarro, y crean las condiciones para el enriquecimiento progresivo, sin mayor esfuerzo, de eso que llamamos “proveedores” del Estado. La merma presupuestaria nos obliga a cuestionar radicalmente esas prácticas de gobierno, esos modelos de gestión y, en el mejor de los casos, toda la lógica rentista, si acaso queremos hacer más con menos. Es decir, actuar más eficientemente. Eso que enunciamos como “crisis” comprende un conjunto de dificultades que interpela ferozmente a ese estamento clave que es el funcionariado. Que éste no se dé por aludido es otra cosa. Pero el militante en funciones, en cambio, está obligado no sólo a administrar mejor los recursos. La dificultad para que la institucionalidad funcione de acuerdo a la misma lógica de siempre tendría que ser identificada por todos nosotros como una oportunidad única para transformar esa misma institucionalidad. Para ser eficaces políticamente, diría Alfredo Maneiro.

-¿Es dogmática la crítica a algunas acciones del gobierno?

-Claro que sí. Hay gente que tiene un programa que hay que aplicar. Porque es gente que se formó en la idea de que si una revolución es socialista, entonces hay que aplicar una serie de medidas de naturaleza socialista, etc. Por ejemplo, la nacionalización de la banca. El programa dice que tal medida es la que corresponde. Y no invierten un segundo en pensar en la viabilidad de la medida, para decirlo con Varsavsky. Al contrario, si Nicolás demora la aplicación de la medida, es porque el proceso está torciendo el rumbo hacia el reformismo, y cuestiones por el estilo. Este tipo de posturas me parece que son muy poco serias. Nada rigurosas. Y lamentablemente, este tipo de análisis, que en realidad da cuenta de la falta de un análisis riguroso de la situación, es lo que predomina en algunos círculos.

-¿Qué opinión le merece lo ocurrido con Tves y la programación que ofrece ahora? Esto porque tengo entendido que fue una propuesta que MinCultura se encargara de ese canal, en algún momento.

-Todo parece indicar que TVes ha aumentando sus índices de audiencia. Algunos plantean que el éxito de una propuesta comunicacional no puede medirse exclusivamente por lo audiencia. De acuerdo. Pero dos cosas son igualmente ciertas: a) una propuesta comunicacional eficaz políticamente es una propuesta con público. b) una propuesta comunicacional sin público es un fracaso. De manera que no discutamos de TVes, solamente. Discutamos sobre la televisión pública venezolana.

Dicho lo anterior, no estoy de acuerdo con quienes plantean que la única manera de ganar audiencia es vender “carne” (la mujer como objeto sexual), imponer un canon de belleza muy similar al de RCTV o, por poner otro caso, hacer periodismo amarillista. Esto es declararnos incapaces de realizar una transformación revolucionaria en los planos comunicacional o estético.

En Ávila TV intentamos hacer una televisora que se reconociera en las estéticas populares y específicamente barriales (por tratarse de un canal urbano). Vimos cómo aumentaba la audiencia. A muchos de nuestros funcionarios no les gustó lo que vieron. No se sintieron reconocidos en pantalla. Lo popular les era algo ajeno, y sus estéticas les resultaban extremadamente transgresoras. Hay un exceso de conservadurismo que nos impide dar esta discusión de manera franca, desprejuiciada.

“A los chavistas nos distingue la alegría”. Pero, y agrega, también “la rabia que nos producen las mañas de la vieja política. En esto prácticamente no se ha insistido: pero si hay algo que define al chavismo es su profunda aversión, su rechazo visceral, a la politiquería. De allí su extraordinaria capacidad para saber identificar a los viejos adecos y copeyanos que ahora pasan por chavistas. De allí su poca tolerancia a la diatriba politiquera. Los estándares del pueblo que se politizó con Chávez son muy altos: Chávez mismo, un pueblo que redescubre el orgullo de ser venezolano, el amor propio. Lo que corresponde es actuar de acuerdo a esos estándares, no pedirle al pueblo que se conforme con menos”.

Y hablando de alegrías, es justo confrontarla al espejo: el pueblo chavista no ha tenido tiempo para vivir su duelo, producto de la muerte de Chávez. “No hemos tenido un segundo de descanso. Desde entonces, el pueblo venezolano ha sido asediado material y espiritualmente”.

Recuerda claramente dónde estaba y qué hizo cuando anunciaron la muerte de Chávez: “Estábamos en la sala del apartamento, Meres, Sandra Mikele y yo. Minutos antes una ráfaga de viento había apagado el velón blanco que manteníamos prendido sobre el mesón. De pronto, vino el anuncio. Lloramos. Nos abrazamos. Nos prometimos ser fuertes”.

-¿Estaría dispuesto a participar por un puesto de elección popular?

-Preferiría no hacerlo.

Confiesa haber aumentado de peso después de dejar de fumar hace un poco más de cuatro años. El último año se lo debe a la falta de calle. Es como sí dejara acumular la toxina ésa de la politiquería: “Tener que lidiar con los burócratas, con los demagogos, con los líderes negativos. Con gente que, por ejemplo, considera natural que amañemos la elección de un consejo comunal. Lidiar con ‘dirigentes’ que llegan a un barrio, se toman la foto, y se desaparecen. Lidiar con ‘voceros’ que desean carnets y prebendas, que no se representan más a que sí mismos y a sus pequeños grupos, que no saben lo que es una asamblea popular. Es decir, lidiar con los vicios de la pequeña política”.

Y también está lo dulce: “Los dibujos de las cartas de los niños. La bendición de las abuelas. Saber que lograste transmitir el mensaje fundamental: Chávez nos enseñó que se podía hacer política de otra forma, así que no se conformen con menos. Las victorias colectivas”.

En la oficina hay un altar a la memoria. No tiene lugar fijo. Reinaldo cierra con seguro la puerta y los ojos, se afloja los zapatos y pone los pies sobre el piso frío. Entonces escucha el “jijijíiii, compadre”. Traga grueso y aprieta el entrecejo. No quiere llorar. Se aferra al pollo frito con pasta que le preparó Meres, su favorito. Pero después de dos bocados se abstrae…

-¿Qué lo hace llorar?

-Me hace llorar la soledad. Gobernar puede llegar a ser un ejercicio muy solitario. A veces gobernar duele.

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